Es cierto que vivimos el tiempo de la imagen. Ello implica que las finalidades concretas sean innecesarias, como bien se practicó, de manera que la simulación se convierte en la cabeza de algunos poderosos extraviados en el nuevo principio, una donde está el modelo mismo que se muestra, lo importante, y donde se enseña a los espectadores deseosos de esperanza un juego al que ya han sido habituados a jugar que termina convirtiéndose en dispersión y anulación de lo político.
El actual régimen venezolano ha logrado crear una imagen del pensamiento en el cual ya casi no se puede pensar sino desde dentro de la centralidad pensamiento-Estado. Por ello en su discurso hay siempre elementos de verdad, una muy minoritaria, pero que crea efectos de verdad. De allí su permanencia a pesar de sus errores y de su incompetencia. Hay que oponerle un nuevo pensamiento, una organización simbólica distinta, mientras hacemos lo contrario: una repetición constante, la muestra en pantalla del doppelgänger, en pocas palabras, un simulacro de representación que refuerza la imagen. A falta de una estrategia política original el gobierno funciona a sus anchas con la puesta en escena de sus "cadenas" o de sus "Aló, Presidente" de solicitación espectacular ahora impregnada de expropiaciones e insultos casi a diario.
Si hay incoherencia o contradicción en el discurso del dictador es simplemente porque no hay necesidad de discursos articulados. Su único interés es el desarrollo de una estrategia de poder basada en el ansia de espectáculo, el que vemos haciendo delirar a las masas comprometidas previamente y arreadas al lugar del espectáculo. Romperla no pasaba por la vía del doppelgänger porque el orden original de la imagen copiable era la de cambiar la escala entre sistema político y la esfera masiva. Reproducir era, como hemos dicho, convertir el propósito en un instante perpetuo.
En estas condiciones no puede decirse que la política es una posibilidad por hacer, a menos que de alguna manera se busquen los intersticios para vencer la llamarada del odio. Ello no equivale a la inacción de resistencia frente a la dictadura, pues tal comportamiento equivale a complicidad o a obstinarse sólo en una participación electoral obviando las magras condiciones en que ella se produce. En este contexto manifestarse continuamente dispuesto al diálogo se percibe como una disposición a un entrevero de piernas con un régimen que sólo permite la fidelidad más absoluta.
La sociedad venezolana está omitiendo el replanteamiento de que es la democracia. Lo que no se renueva perece; lo que ante los ojos de la gente es ya conocido, con sus virtudes y vicios, carece de la atracción de la novedad. Hay que conceptuar para la demostración práctica de una democracia sin adjetivos, sólo ubicada en un contexto de tiempo: siglo XXI, con todo lo que ello implica.
Bien podría argumentarse que la sociedad civil se ha convertido en un simulacro de lo social. La democracia, por ejemplo, parece alejarse de su marco de drenaje y composición. El poder que amenaza con surgir en el siglo XXI trabaja –ya lo hemos dicho hasta la saciedad- con la velocidad y con la imagen, más con la velocidad de la imagen. Su alzamiento por encima de una sociedad civil débil le permite recuperar el sueño del dominio total, de la modelación de los "contemporáneos" (antes ciudadanos) a su leal saber y entender. Así, el poder de la dominación se hace total.
Nos preguntarnos porque el venezolano ha abandonado el papel de descifrador. La insatisfacción con lo existente parece haber perdido su capacidad de motorizar el viaje hacia fuera del presente ominoso. El venezolano ha perdido la fuerza para imponer la sumisión de la realidad al orden simbólico. Esto es, ha dejado de interrogarse.
Es necesario rescatar la política como "fenómeno pensable", en su "operatividad como acontecimiento". Es decir, liberarla del sentido centrado en una filosofía de la historia y de su carácter superestructural. Acontecimiento es lo que detiene la mera sucesión de los hechos y exige una interpretación.
Hay que partir de lo cotidiano para reencontrar lo social. Hay que innovar en las actitudes y comportamientos y en las bases teóricas que los sustentan. Hay que entender las posibilidades del nuevo tejido social para fijar objetivos compartidos que puedan convertirse en propósitos y objetivos de la lucha.
teodulolopezm@yahoo.com
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