Es como para perder la cuenta de todas las veces que el Gobierno pide respeto a los demás. Cualquier varón venezolano sabe que el respeto no se pide, y que de tanto reclamarlo pareciera que cualquiera se lo falta. Mala señal de quienes han hecho del poder un fin en sí mismo antes que un instrumento, que es como moderna y civilizadamente se entiende el ejercicio del poder para el logro de metas colectivas.
A los fortachones, a los que impúdicamente lucen pistolotas, porras y excesos no se les respeta, en el peor de los casos, provisionalmente, se les trata con cautela mientras la asimétrica relación de poder cambia.
Se respeta a los pacifistas, a las nobles almas que han enseñado que el abuso se vence con coraje y determinación.
Se respeta la delgada figura sola que detiene un tanque de guerra. Se respeta la cárcel de los presos de conciencia, no a quienes desde sus cargos los encarcelan. Se respetan las huelgas de hambre de quienes no tienen más poder que aguantar necesidad para incomodar a quienes las satisfacen todas. En suma, se respeta a quien se compromete con el prójimo, no a quien reclama que los demás se comprometan con uno.
El respeto y el poder no son bidireccionales. El poder no proporciona respeto, pero el respeto sí otorga poder. El respeto es como el prestigio, el liderazgo y la confianza. Son los demás quienes lo adjudican.
Las personas, instituciones o gobiernos deben hacer méritos para hacerse respetar, pero el resultado último no depende de aquellos que tratan de que los respeten, sino de quienes deciden si hay algo que respetar o no.
La reputación es el principal activo del que se nutre el respeto. Por el contrario, el poder necesita de recursos para poder doblegar la voluntad de quienes se resisten a comportarse como quiere quien lo ejerce; por ello, en el primer caso, se obedece por convicción, y en el segundo, por coacción.
Pero lo que resulta realmente patético es que quien debiera ser objeto de respeto, bien por la posición que ostenta, por lo que representa para la colectividad o por los valores que profesa, pretenda desde el poder recuperar, cuando no reclamar, respeto. Llegados a este punto, el poder se ve desnudo, pierde majestad y entereza y se muestra como un simple superior al que temporalmente hay que calarse.
Recuperar el respeto es una tarea imposible, al menos desde el poder. Para quien ha sido figura o proyecto de prestigio volver a ser auténticamente respetado le supone tener que bajar al infierno de la cotidianidad y construir de nuevo las fuentes de prestigio. Es probable que una sola vida no alcance para ir y volver, por eso a quien ha perdido el respeto le cuesta tanto dejar el poder.
Venezuela vive un momento de recomposición de sus fuentes de respeto y de poder en las instituciones, proyectos y creencias. Los próximos tres años, cuando menos, se pondrá a prueba qué tanto nos mantendremos dentro de este intento refundacional que sólo ha consistido en cambiar nombres y desacralizar cuanto símbolo se construyó entre 1830 y 1998 y pretendido lanzar a la basura todo lo que venezolano alguno hizo en ese largo trecho de casi 170 años.
No ha transcurrido ni tiempo, ni gesta ni realizaciones para respetar la cursi floritura que recientemente ha adquirido el poder.
lespana@ucab.edu.ve
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