A diario se nos intenta convencer, acerca de la “bondad” de los impuestos. Hasta el punto de hacernos creer que quienes lo pagan tienen mayor autoridad moral. Estar al día con el fisco, parece otorgar un status en el que se pueden presumir mayores derechos que los que incumplen. El hecho de sufrirlos brinda un aura moral que el resto no tiene.
Tan hondo ha calado esta idea, que hasta parece bueno erogarlos. Así es que permitimos que el Estado lleve adelante su “acción solidaria”. Escuelas, hospitales, obra pública, apoyo a los productores y seguridad social, suelen ser las excelentes justificaciones que no solo ofrece “el sistema”, sino que algunos de los que “contribuyen” suponen con cierta resignación, alimentar para calmar su ambigua sensación.
Debemos asumir que los impuestos no son mas que “un mal necesario” Desde la creación del Estado, frente a la necesidad de que ALGO pudiera resolver aquello que individualmente no se podía solucionar, se asumió que para que esto sea posible, los particulares deberían solventar los gastos que ello involucraba.
Primero fue la necesidad de que se pudieran dirimir civilizadamente las diferencias entre los individuos y que alguien, imparcial ( ? ), garantizara el pleno ejercicio de los derechos, en esta suerte de JUSTICIA. Luego fue la necesidad de negociar entre naciones, y allí precisaríamos alguien nos representara formalmente, entonces la CANCILLERIA fue justificada. Después fue la prioridad de que cierta fuerza que emanara de alguna parte, nos brindara SEGURIDAD para evitar los abusos y el imperio de la ley del más fuerte. Finalmente surgieron necesidades “modernas”, la educación, la salud y hasta las tan mentadas políticas activas en materia económica. Probablemente este no haya sido el orden…..o si, pero esto es, en definitiva, anecdótico.
Para sostener este CRECIENTE andamiaje, el recurso ineludible debieron ser los impuestos, léase la apropiación compulsiva por parte del Estado de una parte de los ingresos generados por un individuo a través de su esfuerzo personal.
El complejo moral de no “contribuir” se ha hecho carne y nos hace sentir culpables cuando no aportamos a la GRAN CAUSA. Vivimos en un país donde el “progresismo” se puso de moda. Gordon Liddy, periodista norteamericano decía que “Ahora resulta que “progresistas” son aquellos que se sienten enormemente solidarios con el prójimo y entonces pretenden ayudarle no con su propio dinero, sino con el tuyo.”
Tiempo atrás tuve la oportunidad de visitar una exposición. Era un día algo nublado. Clima y horario, cercano al mediodía, generaron condiciones ideales para buscar algo para el almuerzo. Así, me aproxime a un improvisado puesto donde un hombre preparaba comida autóctona tradicional. Lo ayudaban un par de personas que preparaban la materia prima para su posterior cocción. También colaboraba alguien más que se responsabilizaba de la caja y entregaba la mercadería lista para consumirla. El hombre, propietario y cocinero a la vez, hacia su tarea frente a una especie de parrilla que denotaba cierta artesanal construcción. Difícilmente esa herramienta podría haber sido adquirida. Debió haber sido fabricada por alguien manualmente.
Dialogue con el propietario del puesto mientras el trabajaba. Primero fueron preguntas generales, consultándolo acerca de la marcha del negocio a lo que respondió con singular entusiasmo y visión positiva. Al profundizar la charla, me contó con orgullo mas detalles de cómo empezó, de su “secreta” receta, y de cómo ideó, imaginó y construyó esa extraña parrilla.
Compartió con humildad y al mismo tiempo satisfacción, sus aciertos y errores. También, de como esa parrilla funcionaba primero con un motor de lavarropas lo que dinamizaba el mecanismo que permitía girar a esos improvisados rodillos. Luego le coloco un motor de mayor fuerza, pero resultó ser excesivamente potente. Precisó entonces del asesoramiento de un amigo, ingeniero él, para lograr regular la fuerza del motor al punto justo, lo que finalmente consiguió. Además construyó con idéntico entusiasmo ese “carrito” que servía de puesto y que ruedas mediante, trasladado por un remolque, permitía ser transportado a cada evento que congregara gente en el lugar de la ciudad y la provincia al cual fuera interesante ir a ofrecer sus deliciosos productos.
Lo comprado resulto exquisito, pero mucho más sabrosa fue la experiencia de charlar con este “emprendedor”. Todo esto ocurrió un día domingo, de esos que se dedica al descanso reparador. Este hombre es, sin dudas, un ejemplo de esfuerzo, de trabajo de sacrificio, un auténtico emprendedor con mayúsculas. No parece un empresario, para la concepción tradicional, sin embargo ESTE sí lo es.
A estas alturas se podría pensar que tendrá que ver este emprendedor con los impuestos y con la perversidad que intentamos retratar. Mucho más de lo que podamos imaginar.
Este emprendedor, no entregaba ni facturas ni ticket a sus clientes. Sería una sorpresa que estuviera registrado como contribuyente en AFIP. Difícilmente haga declaraciones de IVA. Es bastante improbable que este pagando impuesto a las ganancias. Ni siquiera, tal vez, esté inscripto como monotributista. Tampoco resulta probable que aporte a Rentas Provinciales. Si así fuera, no precisaría contador que lo ayude con esto de cumplir con el fisco. Sus “colaboradores” no deben contar con recibo de sueldo en blanco, o sea que seguramente carecen de aportes previsionales. En materia de permisos municipales, tal vez no cuente con la habilitación respectiva, ni mucho menos haya pasado por controles de bromatología y autorizaciones de esa índole.
La tradición culposa e hipócrita de una sociedad que sigue recitando que pagar impuestos otorga jerarquía moral juzgaría a este hombre como un vivillo, un pícaro, un delincuente, un evasor y hasta un criminal, según la dureza con la que se quisiera expresar el interlocutor de turno.
No sabemos si todas estas presunciones acerca de la conducta impositiva de este personaje son solo eso, presunciones, o finalmente confirmadas certezas. Dado el perverso, voraz y alevoso mecanismo impositivo que el Estado ejerce sobre los ciudadanos de este país, es bastante razonable pensar que si este hombre pagara la totalidad de los impuestos que el Estado Nacional, Provincial y Municipal le requieren su negocio seria INVIABLE, es decir no lo podría desarrollar, mucho menos aun, dándole trabajo a esos colaboradores que lo ayudaban con similar entusiasmo.
Si el Estado se hubiera percatado de su presencia, este negocio seguramente no existiría. En lo personal me hubiera privado de conocer a este soñador, disfrutando de su historia y manjares. Pero la humanidad se hubiera privado del aporte creativo, de su dignidad y de ese orgullo que le permitió salir de la pobreza, sentirse útil para con la comunidad, seguir soñando con crecer y mostrar a su sociedad que, con inteligencia, puede aportarle mucho, sin la necesidad de presumir títulos universitarios.
Son estas experiencias concretas las que confirman la visión de que los impuestos son perversos mecanismos de confiscación legalizada.
Cuando alguien lleva adelante un acto mediante el cual, por medio de la fuerza o la amenaza de fuerza, extrae o se apropia de la riqueza o bienes adquiridos por otro individuo se llama ROBO. Cuando ese mismo acto tiene como protagonista al Estado se llama IMPUESTO. En el primer caso, la gente se indigna y acepta que tenemos derecho a defendernos del agresor. En el segundo caso, la gente se resigna y acepta al agresor como su “benefactor”. Vaya paradoja.
Cierta cita anónima dice “no robaras, porque el Estado no admite competencia”
La historia de nuestro personaje nos plantea un dilema moral complejo. Seguir los patrones sociales siendo un fiel y cumplidor contribuyente para no quebrantar la ley haciendo inviable miles de brillantes ideas creadoras, productivas y generadoras de riqueza. O traspasar esa línea, esquivando con mayor o menor inteligencia las perversas normas que se nos imponen a diario para dar paso a la oportunidad de nuestras energías
Decía ese escritor estadounidense, Henry David Thoreau un par de siglos atrás “ Si el Estado me dice “la bolsa o la vida”, ¿por qué debo obedecer y darle el producto de mi esfuerzo? Me sentiría indigno si lo hiciera.”
Otra cita ayuda a darle contexto a esta mirada. Un escritor estadounidense, Patrick Jake O’Rourke decía que “El impuesto ha creado más “criminales” que cualquier otro acto del gobierno al obligar a miles de personas a mentir para protegerse del expolio.” Ese mismo escritor profundizaba la idea diciendo que “Al Estado le interesa la gente de la misma forma que a las pulgas les interesan los perros.”
El sistema es perverso. Es evidente. Pero preocupa la aceptación popular del que goza pese a su demostrada inmoralidad.
Tan hondo ha calado esta idea, que hasta parece bueno erogarlos. Así es que permitimos que el Estado lleve adelante su “acción solidaria”. Escuelas, hospitales, obra pública, apoyo a los productores y seguridad social, suelen ser las excelentes justificaciones que no solo ofrece “el sistema”, sino que algunos de los que “contribuyen” suponen con cierta resignación, alimentar para calmar su ambigua sensación.
Debemos asumir que los impuestos no son mas que “un mal necesario” Desde la creación del Estado, frente a la necesidad de que ALGO pudiera resolver aquello que individualmente no se podía solucionar, se asumió que para que esto sea posible, los particulares deberían solventar los gastos que ello involucraba.
Primero fue la necesidad de que se pudieran dirimir civilizadamente las diferencias entre los individuos y que alguien, imparcial ( ? ), garantizara el pleno ejercicio de los derechos, en esta suerte de JUSTICIA. Luego fue la necesidad de negociar entre naciones, y allí precisaríamos alguien nos representara formalmente, entonces la CANCILLERIA fue justificada. Después fue la prioridad de que cierta fuerza que emanara de alguna parte, nos brindara SEGURIDAD para evitar los abusos y el imperio de la ley del más fuerte. Finalmente surgieron necesidades “modernas”, la educación, la salud y hasta las tan mentadas políticas activas en materia económica. Probablemente este no haya sido el orden…..o si, pero esto es, en definitiva, anecdótico.
Para sostener este CRECIENTE andamiaje, el recurso ineludible debieron ser los impuestos, léase la apropiación compulsiva por parte del Estado de una parte de los ingresos generados por un individuo a través de su esfuerzo personal.
El complejo moral de no “contribuir” se ha hecho carne y nos hace sentir culpables cuando no aportamos a la GRAN CAUSA. Vivimos en un país donde el “progresismo” se puso de moda. Gordon Liddy, periodista norteamericano decía que “Ahora resulta que “progresistas” son aquellos que se sienten enormemente solidarios con el prójimo y entonces pretenden ayudarle no con su propio dinero, sino con el tuyo.”
Tiempo atrás tuve la oportunidad de visitar una exposición. Era un día algo nublado. Clima y horario, cercano al mediodía, generaron condiciones ideales para buscar algo para el almuerzo. Así, me aproxime a un improvisado puesto donde un hombre preparaba comida autóctona tradicional. Lo ayudaban un par de personas que preparaban la materia prima para su posterior cocción. También colaboraba alguien más que se responsabilizaba de la caja y entregaba la mercadería lista para consumirla. El hombre, propietario y cocinero a la vez, hacia su tarea frente a una especie de parrilla que denotaba cierta artesanal construcción. Difícilmente esa herramienta podría haber sido adquirida. Debió haber sido fabricada por alguien manualmente.
Dialogue con el propietario del puesto mientras el trabajaba. Primero fueron preguntas generales, consultándolo acerca de la marcha del negocio a lo que respondió con singular entusiasmo y visión positiva. Al profundizar la charla, me contó con orgullo mas detalles de cómo empezó, de su “secreta” receta, y de cómo ideó, imaginó y construyó esa extraña parrilla.
Compartió con humildad y al mismo tiempo satisfacción, sus aciertos y errores. También, de como esa parrilla funcionaba primero con un motor de lavarropas lo que dinamizaba el mecanismo que permitía girar a esos improvisados rodillos. Luego le coloco un motor de mayor fuerza, pero resultó ser excesivamente potente. Precisó entonces del asesoramiento de un amigo, ingeniero él, para lograr regular la fuerza del motor al punto justo, lo que finalmente consiguió. Además construyó con idéntico entusiasmo ese “carrito” que servía de puesto y que ruedas mediante, trasladado por un remolque, permitía ser transportado a cada evento que congregara gente en el lugar de la ciudad y la provincia al cual fuera interesante ir a ofrecer sus deliciosos productos.
Lo comprado resulto exquisito, pero mucho más sabrosa fue la experiencia de charlar con este “emprendedor”. Todo esto ocurrió un día domingo, de esos que se dedica al descanso reparador. Este hombre es, sin dudas, un ejemplo de esfuerzo, de trabajo de sacrificio, un auténtico emprendedor con mayúsculas. No parece un empresario, para la concepción tradicional, sin embargo ESTE sí lo es.
A estas alturas se podría pensar que tendrá que ver este emprendedor con los impuestos y con la perversidad que intentamos retratar. Mucho más de lo que podamos imaginar.
Este emprendedor, no entregaba ni facturas ni ticket a sus clientes. Sería una sorpresa que estuviera registrado como contribuyente en AFIP. Difícilmente haga declaraciones de IVA. Es bastante improbable que este pagando impuesto a las ganancias. Ni siquiera, tal vez, esté inscripto como monotributista. Tampoco resulta probable que aporte a Rentas Provinciales. Si así fuera, no precisaría contador que lo ayude con esto de cumplir con el fisco. Sus “colaboradores” no deben contar con recibo de sueldo en blanco, o sea que seguramente carecen de aportes previsionales. En materia de permisos municipales, tal vez no cuente con la habilitación respectiva, ni mucho menos haya pasado por controles de bromatología y autorizaciones de esa índole.
La tradición culposa e hipócrita de una sociedad que sigue recitando que pagar impuestos otorga jerarquía moral juzgaría a este hombre como un vivillo, un pícaro, un delincuente, un evasor y hasta un criminal, según la dureza con la que se quisiera expresar el interlocutor de turno.
No sabemos si todas estas presunciones acerca de la conducta impositiva de este personaje son solo eso, presunciones, o finalmente confirmadas certezas. Dado el perverso, voraz y alevoso mecanismo impositivo que el Estado ejerce sobre los ciudadanos de este país, es bastante razonable pensar que si este hombre pagara la totalidad de los impuestos que el Estado Nacional, Provincial y Municipal le requieren su negocio seria INVIABLE, es decir no lo podría desarrollar, mucho menos aun, dándole trabajo a esos colaboradores que lo ayudaban con similar entusiasmo.
Si el Estado se hubiera percatado de su presencia, este negocio seguramente no existiría. En lo personal me hubiera privado de conocer a este soñador, disfrutando de su historia y manjares. Pero la humanidad se hubiera privado del aporte creativo, de su dignidad y de ese orgullo que le permitió salir de la pobreza, sentirse útil para con la comunidad, seguir soñando con crecer y mostrar a su sociedad que, con inteligencia, puede aportarle mucho, sin la necesidad de presumir títulos universitarios.
Son estas experiencias concretas las que confirman la visión de que los impuestos son perversos mecanismos de confiscación legalizada.
Cuando alguien lleva adelante un acto mediante el cual, por medio de la fuerza o la amenaza de fuerza, extrae o se apropia de la riqueza o bienes adquiridos por otro individuo se llama ROBO. Cuando ese mismo acto tiene como protagonista al Estado se llama IMPUESTO. En el primer caso, la gente se indigna y acepta que tenemos derecho a defendernos del agresor. En el segundo caso, la gente se resigna y acepta al agresor como su “benefactor”. Vaya paradoja.
Cierta cita anónima dice “no robaras, porque el Estado no admite competencia”
La historia de nuestro personaje nos plantea un dilema moral complejo. Seguir los patrones sociales siendo un fiel y cumplidor contribuyente para no quebrantar la ley haciendo inviable miles de brillantes ideas creadoras, productivas y generadoras de riqueza. O traspasar esa línea, esquivando con mayor o menor inteligencia las perversas normas que se nos imponen a diario para dar paso a la oportunidad de nuestras energías
Decía ese escritor estadounidense, Henry David Thoreau un par de siglos atrás “ Si el Estado me dice “la bolsa o la vida”, ¿por qué debo obedecer y darle el producto de mi esfuerzo? Me sentiría indigno si lo hiciera.”
Otra cita ayuda a darle contexto a esta mirada. Un escritor estadounidense, Patrick Jake O’Rourke decía que “El impuesto ha creado más “criminales” que cualquier otro acto del gobierno al obligar a miles de personas a mentir para protegerse del expolio.” Ese mismo escritor profundizaba la idea diciendo que “Al Estado le interesa la gente de la misma forma que a las pulgas les interesan los perros.”
El sistema es perverso. Es evidente. Pero preocupa la aceptación popular del que goza pese a su demostrada inmoralidad.
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