Las dictaduras son mundos desnudos. Permiten ver todo lo que no se debe ver, no por su voluntad, sino por una propia idiosincrasia. Las dictaduras trazan fronteras y se vigila atentamente lo que todos hacemos.
Podemos decir que la psicología de la dictadura lo es de la desnudez. La dictadura es un mundo de fronteras, especialmente civiles, lingüísticas y mentales. Las dictaduras procuran injertar en las personas una dependencia de los actos dictatoriales, una que se refleja en una paradójica transparencia: en la dictadura podemos mirar con más claridad en las acciones gubernamentales y en el comportamiento de las sociedades que las padecen.
Puede alegarse que en un régimen de libertades existe una expresión que nos permite conocer los intríngulis del poder, lo cual es cierto hasta cierto punto, pero la dictadura nos permite redirigir la mirada hacia el cuerpo social con mucha mayor claridad. La dictadura procura la reducción al absurdo lo que clarifica la mirada hacia adentro.
En democracia existe demagogia, mentiras, alteraciones, hipocresías, pero el ejercicio de la libertad se convierte en un manto que nos dificulta la mirada en el espejo. La dictadura se especializa en grandes montajes teatrales derivados del nacionalismo y el patriotismo, todo envuelto en una gran producción de amedrentamiento. Ello conlleva al reconocimiento rápido de las carencias psicológicas y de las deformaciones sociales.
En democracia se soporta en mejor grado la vida cotidiana. En dictadura se vive bajo la esperanza de que en algún momento se saldrá de la pesadilla. En democracia a la gente no le interesa comprender, la apatía es su norma, el interés por lo público se marchita En dictadura se entiende poco, o se procura no entender. El país pasa a convertirse en un lugar donde hay que estar, si no se tiene la fuerza económica para la emigración. En democracia se tiene el apoltronamiento de que llegarán nuevas elecciones y otro vendrá. En dictadura se sabe que el medio de transporte no llegará, a no ser la implosión o la explosión.
La dictadura es una fábrica de mundos, una permanente industria de paraísos ahora perfectamente armables sobre el territorio donde ella se ejerce. Se nos convence que basta la lealtad para ser uno de los privilegiados habitantes de este territorio paradisíaco. Basta que pongamos todo nuestro esfuerzo en la asunción de estos mundos virtuales de signos que la dictadura fabrica con una eficacia que no muestra ni para desarrollar un real aparato productivo ni para alimentar a una población ni para dar la tenue apariencia de ejercicio del poder con eficacia.
La dictadura es perversa pues nos lleva a imbuirnos hasta tal extremo de un mito que semeja una religión de Estado. Ella pasa a ser la promesa y la garante de la promesa. Una de los primeros elementos que así entran en crisis es la subjetividad dado que las referencias en el fondo padecen de una extrema precariedad. Pero hay algo que a la dictadura se le escapa: que dentro de ese cuerpo social dominado nace el deseo de crear, de inventar. Y sucede porque no hay otra solución. La dictadura agobia de tal manera que la manera ideal de enfrentarla es creando sentido.
El régimen identitario se hace combinación de dictadura y democracia. La dictadura lucha por cambiarlo todo, pero sólo en apariencia, mediante el procedimiento de renombrar, rebautizar y reinaugurar. La democracia perdida se empeña en recuperarse partiendo de una imagen estable de sí misma, no acepta la necesidad de crear sino de restituirse, colaborando así con la dictadura en el aumento de la fragilidad.
Inmiscuirse en la psicología de la dictadura no es nada nuevo. Los intentos de analizarlas desde este ángulo han sido muchos, especialmente en casos de gran traumatismo como Argentina y Chile. Puede verse siempre el intento de implantar un nuevo ser social con sus consecuentes constructos subjetivos provocados intencionalmente desde el poder. Los especialistas han llegado a hablar de “dictadura de la psicología” en este proceso de abordar la mente humana y las triquiñuelas del poder dictatorial.
Inmiscuirse en la psicología de la dictadura no es nada nuevo. Los intentos de analizarlas desde este ángulo han sido muchos, especialmente en casos de gran traumatismo como Argentina y Chile. Puede verse siempre el intento de implantar un nuevo ser social con sus consecuentes constructos subjetivos provocados intencionalmente desde el poder. Los especialistas han llegado a hablar de “dictadura de la psicología” en este proceso de abordar la mente humana y las triquiñuelas del poder dictatorial.
La dictadura, especialmente la populista e ideologizada, se la pasa, pues, haciendo psicología y construyendo mundos. En estos intentos se despoja de las ropas, se muestra desnuda y es allí, en su exposición carnal, donde hay que pescarla, domeñarla y exorcizarla. Para ello se requiere el combate en su terreno, no en el de la añoranza, sino en el de la obligada creación de ideas y de desafío mediante el señalamiento de una fortaleza de futuro fundada sobre una concepción nueva del mundo político y social.
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