Está el presidente Chávez empeñado en copiar todo lo que fracasó de las experiencias del socialismo real. Expropiaciones, estatizaciones y confiscaciones de la propiedad privada marcan el rumbo hacia una economía manejada por el Estado, de forma tal que se conformen monopolios estatales, que procuren producir bienes y proveer servicios.
Fue promulgada en junio de 2007 la ley que creó la Comisión Central de Planificación con el objeto de emular lo que fue el Gosplan, Comité Estatal de Planificación Ruso, creado a instancia de Lenin en febrero de 1922 o la Junta Central de Planificación (Juceplan) cubana, erigida desde los años sesenta.
El principio de la planificación central es muy simple y a la vez absurdo y se explica como sigue: se sustituye la propiedad privada de los medios de producción por la propiedad del Estado y en lugar de seguir los lineamientos de muchos consumidores y productores que resuelven qué consumir y qué producir, una burocracia enquistada en el poder, desde una oficina, decide aspectos fundamentales de la economía y de la vida de la gente. Esa junta o comité planificador comienza su trabajo, siempre hablando en nombre del pueblo, interpretando los deseos de los consumidores y asignando los recursos productivos para un fin o para otro.
Así, se le asigna cuotas de producción a diferentes sectores que en teoría deberían ser de estricto cumplimiento. Los soviéticos trataron de planificar centralmente la economía mediante sofisticados modelos económicos y acabaron en un fracaso total, con más razón una burocracia inepta y corrompida como la que gobierna a Venezuela.
Diversos teóricos del socialismo trataron infructuosamente de darle cierta racionalidad a la planificación central, desde el italiano Enrico Barone hasta el polaco Oskar Lange, dos genios de la economía, quienes se convencieron de la imposibilidad lógica de la planificación centralizada y el socialismo, a pesar de sus altos quilates de su formación matemática. Asumieron finalmente que no se trata de un problema cuantitativo sino de simple lógica: el planificador central por muy informado que esté no puede conocer las preferencias de los consumidores y de allí su fracaso.
Diversos teóricos del socialismo trataron infructuosamente de darle cierta racionalidad a la planificación central, desde el italiano Enrico Barone hasta el polaco Oskar Lange, dos genios de la economía, quienes se convencieron de la imposibilidad lógica de la planificación centralizada y el socialismo, a pesar de sus altos quilates de su formación matemática. Asumieron finalmente que no se trata de un problema cuantitativo sino de simple lógica: el planificador central por muy informado que esté no puede conocer las preferencias de los consumidores y de allí su fracaso.
La planificación central al despreciar a los precios como referencia para asignar recursos escasos a la producción de bienes y servicios y sustituirlos por lo que el burócrata piensa que quieren y desean los consumidores, engendra la semilla de su decepción.
De decidir cómo asignar recursos financieros a la elaboración de bienes pasa los burócratas a fijar cuántas horas de trabajo debe dedicar los obreros y empleados a determinadas actividades y el más complejo, cuánto devengarán esos trabajadores.
Como puede apreciarse, se estructura un súper poder en manos de una camarilla y de allí, de acumular en sus manos decisiones fundamentales a la tiranía, es un solo paso. Por esa razón todas las economías centralmente planificadas degeneraron en regimenes despóticos.
De esta manera la acción miles de seres humanos que producen y consumen se sustituye por un comando que intenta coordinar las acciones todos los aspectos de la vida humana mediante la imposición desde arriba de directrices que la gran mayoría de las veces tropieza con las aspiraciones de a quienes van dirigidas tales directrices.
De esta manera la acción miles de seres humanos que producen y consumen se sustituye por un comando que intenta coordinar las acciones todos los aspectos de la vida humana mediante la imposición desde arriba de directrices que la gran mayoría de las veces tropieza con las aspiraciones de a quienes van dirigidas tales directrices.
Por tanto, la planificación central es un sistema de coacción impuesto a la sociedad por una elite burocrática.
En consecuencia, los individuos, sean estos consumidores o productores son impedidos de ejercer libremente sus actividades que mejor puedan hacer.
Disponer por parte un comité planificador toda la información dispersa de los consumidores es literalmente imposible, de allí el impedimento lógico de que el ente planificador pueda contar con todos los datos, cifras e información necesarios para planificar una economía de modo centralizado.
No se trata exclusivamente de volumen de información disperso sino del hecho de que no se puede articular debido a su diversidad. Por esta razón, el socialismo nunca pudo innovar y perdió la carrera contra la economía de mercado en la medida en que no captó todo el potencial y la motivación de miles de productores que existen en una economía.
Una consecuencia de la planificación central es la desaparición del dinero por cuanto ya los precios dejarían de tener alguna razón de ser como indicativo del valor de los bienes. Aquí radica la obsesión del presidente de liquidar al mercado y al dinero y sustituirlo por mondas comunales o por el trueque.
Como argumenta Jesús Huerta de Soto: “El socialismo es un error intelectual porque no es teóricamente posible que el órgano encargado de ejercer la agresión institucional disponga de la información suficiente como para dar un contenido coordinador a sus mandatos”.
Como argumenta Jesús Huerta de Soto: “El socialismo es un error intelectual porque no es teóricamente posible que el órgano encargado de ejercer la agresión institucional disponga de la información suficiente como para dar un contenido coordinador a sus mandatos”.
La planificación central causó verdaderas tragedias económicas. Una de ellas fue la escasez crónica: al no obedecer al mercado unas veces se producía en exceso y la mayoría de las veces de manera insuficiente. Píense un instante en la inmensa cantidad de bienes y de servicios que hay en una economía y cómo un burócrata desde una oficina en la capital de un país puede hacer para gestionar eficientemente la producción de los bienes y de los insumos para producir esos bienes. Pero lo más difícil de todo, es cómo asignar precios a esos bienes o servicios.
Ello se trató de hacer mediante el cálculo de las horas de trabajo pero se encontró con una barrera infranqueable: los diferentes tipos de trabajos y las calificaciones de los trabajadores que determinaban diversas remuneraciones.. Misión imposible, pues, la planificación central en que está embarcado el gobierno. Si como criterio de planificación se juzga la importación de alimentos que hizo PDVAL, habrá que imaginar la catástrofe que se causaría si ese ejemplo es replicado a toda una economía.
joguerra@gmail.com
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