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sábado, 12 de junio de 2010

EL EFECTO ROBIN HOOD, TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ

Leyenda o mito pertenece al primer Medioevo, al bosque, a la inexistencia de legalidad. El príncipe Juan Sin Tierra parecía querer cambiar de nombre, despojarse de una condición determinada por su apellido y derivaba su poder hacia el sheriff. La villa de Nottingham era su aposento y lo que podríamos denominar, quizás con un exceso, la “autoridad civil”, ejecutaba su mandato con eficiencia y con saña.

El príncipe robaba a los nobles que se le oponían, pero de la invención colectiva, o de la transformación imaginaria de algún personaje hacia la mitificación, apareció Robin Hood, la oposición al ejercicio despótico, la encarnación romántica del justiciero, el hábil arquero que devolvía a ricos y pobres robados el dominio de los bienes usurpados y ejercía desde el bosque de Sherwood una justicia redistributiva a la espera de que apareciese en el horizonte el caballo blanco con el rey encarnado, mito transportado incluso hasta la literatura portuguesa. Según se cuenta, especialmente por los cineastas entre los que aún no está incluido Oliver Stone, el rey sí apareció y era nada menos que Ricardo, quien entre sus primeras actuaciones sacó a Robin del bandidaje y lo restituyó a la nobleza.

Quizás debamos recurrir a este incidente apto para la filmación en momentos en que Juan Sin Tierra las quiere todas, en momentos en que desde su poder usurpado e ilegítimo, expropia a voluntad y ofrece maíz a algún noble que se le resiste. La expropiación de las cosechas, lo sabía bien el príncipe, era condición natural a su poder, al control irrestricto y al ejercicio abusivo de su denominación.

Lo hacemos en momentos en que Jorge Luis Borges se nos aparece de nuevo, pero desde un ángulo distinto. El llamado escritor “derechista” se nos asemeja más bien a un pensador complejo y de mirada lateral y profunda, a un actuante en la realidad de su tiempo por encima de las convenciones y de los parámetros en que la sociedad que lo contemplaba vivía. Este ángulo de mirada sobre Borges nos sobreviene por los planteamientos innovadores y peor entendidos que han surgido en algún país de esta América y que son la aplicación real de un trastoque total de la forma de mirar.

El bosque de Sherwood quedaba en las narices del palacio de Juan Sin Tierra, pero nunca intentó una redada sobre el perturbador que allí se escondía. Esperaba sus travesuras o riesgos para recurrir a la defensa y el sheriff encarcelaba a alguno que otro que caía más por su impericia que por su concepción clara de lo que se proponía. Juan tenía una corte, como era lo indicado, y su séquito aprovechaba las rentas mal habidas. La “autoridad civil”, vamos a llamarla los Poderes, dependían absolutamente de su voluntad y, claro está, corrían con las arbitrariedades para mantener sobre ellos los favores y continuar disfrutando de la riqueza.

Robin Hood era propiamente un guerrillero que no se proponía derrocar a Juan Sin Tierra. Era un asaltante sin pretensiones de poder y el cambio de régimen sólo lo acariciaba con el sueño de que apareciese el caballo blanco con el rey encima. Como no había elecciones no le quedaba otra que esperar la restitución de la monarquía de voluntad divina.

Los films nos lo muestran ya encontrado de manera definitiva con su amada Mariana y envuelto en los trapos que a su condición de noble le eran apropiados, despojado ya de su carcaj y de su arco y de la vestimenta apropiada al clima húmedo y boscoso. Se había hecho justicia, Juan Sin Tierra castigado y restituido el orden sobrenatural que emanaba del Derecho Divino.

Las leyendas medievales sólo pueden ser recordadas como tales, porque la historia ha vivido numerosas etapas y porque en el siglo XXI no se puede esperar a Robin Hood aunque la imaginación colectiva descocada y desquiciada pretenda endosarle todas las acciones de resistencia a las que ella no se atreve. Eran otros tiempos aquellos en los cuales hasta los nobles miraban con simpatía al romántico que robaba a los ladrones. Lo que es también menester recordar es que Juan Sin Tierra de tanto expropiar se fue quedando sin contribuyentes a quienes cobrarle los impuestos y el almacenamiento en los conteiners de las cosechas dejaron a la población sin comida lo que no hacía otra cosa que provocar la colaboración velada y hasta alguna participación activa de la población en la protección del romántico del bosque.

El efecto Robin Hood parece caminar por las calles de un lejano país donde ahora se vive el Medioevo. Juan Sin Tierra tiene su sheriff pero multiplicado. La población vive en las contradicciones: se queja de falta de acción, pero no quiere ninguna; se queja de inmovilidad pero desecha cualquiera que se le proponga; se pregunta por qué nadie actúa pero se opone a que alguien actúe; se apega a que el rey sobre el caballo blanco llegará en la precisa fecha del 26 de septiembre, pero no quiere admitir la improbabilidad. No hay Robin Hood que distraiga, que ejerza su resistencia más bien motivada por la ausencia de Mariana que por un afán de justicia. Y se quejan de que no existe Robin Hood, cuando la verdad es que no hace falta; más bien una voz dura de moral y de principios pronunciando la verdad, pero la población arruinada no quiere oír voces duras cuando espera en fecha precisa la llegada del rey sobre el caballo blanco.

Han convertido un momento a utilizar para la resistencia y el desarrollo de una estrategia en un efecto Robin Hood. Uno se interna en el bosque de Sherwood a la búsqueda de una explicación medieval para una situación política de finales de la primera década del siglo XXI. Uno recuerda que en verdad gobierna Juan Sin Tierra.

teodulolopezm@yahoo.com

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