Una especie de patología masoquista se ha apoderado de buen número de venezolanos, a diferencia de la alegría que parece ocupar a una parte importante del planeta. En las redes sociales puede encontrarse una queja sobre lo que sucede mientras vemos el Mundial de Sudáfrica. Se alega que tal cosa ha sucedido mientras veíamos tal partido, en una constante de autoflagelación que me ha llevado a preguntar en más de una ocasión que cosa veían los compatriotas antes de que comenzara el gran evento deportivo mundial.
Se alega que el régimen se aprovecha de nuestra distracción con el fútbol para hacer carambolas y maniobras, pases y corte de salami, avances y rebanadas de lo que va quedando, como si antes el régimen hubiese estado en la quietud, en la inercia, en una especie de inacción patética.
Esta sensación de culpa pudiera responderse, de igual manera, preguntando qué diablos deberíamos estar haciendo en lugar de sufrir por la derrota alemana o por el hundimiento de España en su primer partido. Como antes del Mundial, al igual que antes del Mundial, no estaríamos haciendo otra que lamentarnos, porque lo que sucede no se le debe a él, se le debe a que aquí tenemos un equipo sin director técnico, sin atacantes y sin defensas.
No somos más que un grupo dedicado a llorar los goles del adversario, a buscar escondrijos donde justificar la propia impotencia. La psicología de buena parte de los venezolanos va a refugiarse en la autoacusación, en la pretendida culpabilidad por sentarnos frente a una pantalla a ver las hazañas y fallos de los jugadores que pueblan Sudáfrica y el planeta todo.
Es más, tal distorsión encuentra otros canales, como referirse a Maradona como Maradroga o simplemente drogadicto o extrapolar la intimidad del gobierno argentino con el régimen de aquí para desatar una fobia contra la oncena albiceleste. Patología, es la única palabra posible, puesto que quien sale de las drogas tiene méritos enormes y en el caso de Maradona puede afirmarse que la inmensa responsabilidad que le pusieron sobre los hombros lo ha hecho madurar aceleradamente. Maradona no es un drogadicto, es un exdrogadicto y quien se levanta debe ser reconocido. Es más, esto puede emparentarse con la pérdida de las más esenciales condiciones humanas. El hombre serio que está dirigiendo a la perfección a su equipo merece respeto y colocarlo en la picota por sus desplantes políticos, como el de la vecindad con el régimen venezolano, parece una muestra de una seria enfermedad de odio, de una enfermedad disociadora, distorsionante, de una que puede llamarse con exactitud alienación.
He dicho que los venezolanos exigen acción, pero no quieren que nadie actúe. De allí comienza la explicación del fenómeno masoquista del que somos testigos. El pueblo venezolano, como cualquier pueblo de la tierra, tiene derecho a disfrutar del evento sudafricano sin descuidar nuestra preocupación de la atenazadora y peligrosa realidad que nos envuelve, pero la impotencia aprovecha el evento para encontrar causes, como el que todo sucede porque miramos los partidos. No, todo sucede porque el régimen se mantiene en su proyecto y el mundial le va a durar hasta septiembre y mientras tanto este equipo sin atacantes ni defensa ni director técnico recibirá goles a montón, como los seguirá recibiendo después de la fecha mágica de la supuesta llegada del rey sobre el caballo blanco, posterioridad para el cual habrá otro evento que les permita seguir haciendo goles a la población que se da golpes de pecho quizás en busca de su propia absolución, pues la culpa no está en mirar el mundial, la culpa está en el abandono de toda resistencia al régimen opresor.
El efecto fútbol ha servido para mostrar a un país en sus falencias, en sus contradicciones, en sus complejos, en su impotencia. Como el náufrago mira a quien lo acompaña en la isla desierta como su espejo y en la imagen quiere depositar todas sus frustraciones y culpas. Por supuesto él no tiene la culpa, es que sus compatriotas están mirando el fútbol en lugar de hacer algo, aunque nadie sabe qué deberían estar haciendo; es más, si alguien propusiera hacer algo sería rechazado de inmediato, dado que existe la fecha mágica en que el rey llegará sobre su caballo blanco a restituir el viejo orden perdido.
Se desviven contra la MUD porque no habla y menos hace, lo que es cierto, mientras afirman que tal país será el campeón, para momentos más tarde asegurar que durante el partido tal PDVSA gastó tanto en comida podrida, mientra nosotros, pueblo distraído, miraba el fútbol. ¿Entonces? ¿Dónde va a ir a parar esta opinión pública descompuesta, desarmada, este equipo que no es tal, sin director técnico, sin atacantes y sin defensas?
Este equipo que no es tal carece de criterio político, carece de cultura política, es uno a la desbandada que sólo parece podrá tal vez adquirir la experiencia necesaria para esta competición arriesgada y peligrosa en una serie de revolcones interminables, en el encaje de gol tras gol.
He dicho muchas veces que estamos en el callejón sin salida donde nos metieron a la fuerza obviando todo acto de resistencia. La protesta brota de la boca o de las redes sociales a manera de desahogo quizás contra sí mismos, en una especie de catarsis devoradora que busca explicar la indefensión. Cuando ya no exista espejo que devuelva imagen a quien culpar, cuando por efecto avasallante de la propia dinámica dictatorial nos introduzcamos en el espejo, entonces se decidirán a conformar su propia “vino tinto”, con despido incluido de todos los técnicos acomodaticios, con la escogencia de una nueva oncena que poner en la cancha, con atacantes aguerridos y con defensores impenetrables.
teodulolopezm@yahoo.com
tlopezmel@gmail.com
Se alega que el régimen se aprovecha de nuestra distracción con el fútbol para hacer carambolas y maniobras, pases y corte de salami, avances y rebanadas de lo que va quedando, como si antes el régimen hubiese estado en la quietud, en la inercia, en una especie de inacción patética.
Esta sensación de culpa pudiera responderse, de igual manera, preguntando qué diablos deberíamos estar haciendo en lugar de sufrir por la derrota alemana o por el hundimiento de España en su primer partido. Como antes del Mundial, al igual que antes del Mundial, no estaríamos haciendo otra que lamentarnos, porque lo que sucede no se le debe a él, se le debe a que aquí tenemos un equipo sin director técnico, sin atacantes y sin defensas.
No somos más que un grupo dedicado a llorar los goles del adversario, a buscar escondrijos donde justificar la propia impotencia. La psicología de buena parte de los venezolanos va a refugiarse en la autoacusación, en la pretendida culpabilidad por sentarnos frente a una pantalla a ver las hazañas y fallos de los jugadores que pueblan Sudáfrica y el planeta todo.
Es más, tal distorsión encuentra otros canales, como referirse a Maradona como Maradroga o simplemente drogadicto o extrapolar la intimidad del gobierno argentino con el régimen de aquí para desatar una fobia contra la oncena albiceleste. Patología, es la única palabra posible, puesto que quien sale de las drogas tiene méritos enormes y en el caso de Maradona puede afirmarse que la inmensa responsabilidad que le pusieron sobre los hombros lo ha hecho madurar aceleradamente. Maradona no es un drogadicto, es un exdrogadicto y quien se levanta debe ser reconocido. Es más, esto puede emparentarse con la pérdida de las más esenciales condiciones humanas. El hombre serio que está dirigiendo a la perfección a su equipo merece respeto y colocarlo en la picota por sus desplantes políticos, como el de la vecindad con el régimen venezolano, parece una muestra de una seria enfermedad de odio, de una enfermedad disociadora, distorsionante, de una que puede llamarse con exactitud alienación.
He dicho que los venezolanos exigen acción, pero no quieren que nadie actúe. De allí comienza la explicación del fenómeno masoquista del que somos testigos. El pueblo venezolano, como cualquier pueblo de la tierra, tiene derecho a disfrutar del evento sudafricano sin descuidar nuestra preocupación de la atenazadora y peligrosa realidad que nos envuelve, pero la impotencia aprovecha el evento para encontrar causes, como el que todo sucede porque miramos los partidos. No, todo sucede porque el régimen se mantiene en su proyecto y el mundial le va a durar hasta septiembre y mientras tanto este equipo sin atacantes ni defensa ni director técnico recibirá goles a montón, como los seguirá recibiendo después de la fecha mágica de la supuesta llegada del rey sobre el caballo blanco, posterioridad para el cual habrá otro evento que les permita seguir haciendo goles a la población que se da golpes de pecho quizás en busca de su propia absolución, pues la culpa no está en mirar el mundial, la culpa está en el abandono de toda resistencia al régimen opresor.
El efecto fútbol ha servido para mostrar a un país en sus falencias, en sus contradicciones, en sus complejos, en su impotencia. Como el náufrago mira a quien lo acompaña en la isla desierta como su espejo y en la imagen quiere depositar todas sus frustraciones y culpas. Por supuesto él no tiene la culpa, es que sus compatriotas están mirando el fútbol en lugar de hacer algo, aunque nadie sabe qué deberían estar haciendo; es más, si alguien propusiera hacer algo sería rechazado de inmediato, dado que existe la fecha mágica en que el rey llegará sobre su caballo blanco a restituir el viejo orden perdido.
Se desviven contra la MUD porque no habla y menos hace, lo que es cierto, mientras afirman que tal país será el campeón, para momentos más tarde asegurar que durante el partido tal PDVSA gastó tanto en comida podrida, mientra nosotros, pueblo distraído, miraba el fútbol. ¿Entonces? ¿Dónde va a ir a parar esta opinión pública descompuesta, desarmada, este equipo que no es tal, sin director técnico, sin atacantes y sin defensas?
Este equipo que no es tal carece de criterio político, carece de cultura política, es uno a la desbandada que sólo parece podrá tal vez adquirir la experiencia necesaria para esta competición arriesgada y peligrosa en una serie de revolcones interminables, en el encaje de gol tras gol.
He dicho muchas veces que estamos en el callejón sin salida donde nos metieron a la fuerza obviando todo acto de resistencia. La protesta brota de la boca o de las redes sociales a manera de desahogo quizás contra sí mismos, en una especie de catarsis devoradora que busca explicar la indefensión. Cuando ya no exista espejo que devuelva imagen a quien culpar, cuando por efecto avasallante de la propia dinámica dictatorial nos introduzcamos en el espejo, entonces se decidirán a conformar su propia “vino tinto”, con despido incluido de todos los técnicos acomodaticios, con la escogencia de una nueva oncena que poner en la cancha, con atacantes aguerridos y con defensores impenetrables.
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