Colombia y Venezuela integramos una misma nación aunque contenida en dos Repúblicas diferentes. Los destinos de ambas están indisolublemente unidos. Nada de cuanto acontece aquí es indiferente allá y viceversa. Por la distinta realidad actual, se invierte dramáticamente la corriente migratoria que durante muchas décadas trajo a millones de colombianos a nuestro territorio en busca de trabajo, estabilidad familiar y esperanza de un futuro mejor. La mayoría lo logró. Echaron raíces y fortalecieron para siempre lazos de hermandad a prueba de crisis de cualquier signo e intensidad.
Todo tiene su razón de ser. La economía colombiana continúa creciendo en todos los sectores. El salto de la industria de la construcción ha sido espectacular, igual que la actividad minera. La industria y el comercio, el petróleo, el gas, oro y carbón, según cifras del DANE publicadas en El Tiempo, se desarrollan a ritmo de vértigo gracias a las inversiones extranjeras y al capital humano foráneo. El consumo interno también creció. El bienestar se palpa.
Ahora la tendencia es a la inversa. No tengo cifras exactas, pero decenas de miles de venezolanos miran a Colombia con ilusión y bastantes han dado el paso de buscar allá lo que el chavismo les niega. En buena parte se trata de jóvenes profesionales de distintas disciplinas, matrimonios recientes con hijos pequeños, industriales y comerciantes, inversionistas en variadas áreas de la actividad económica y social y, como si fuera poco, muchos productores agropecuarios, azotados por todas las plagas que el régimen castro-chavista ha desatado en el campo, se mudan total o parcialmente de vecindario, individualmente o asociados con colombianos con experiencia de trabajo y relativa solvencia económica. Aquí no puede faltar una obligada referencia a los centenares de profesionales y trabajadores petroleros y demás actividades energéticas y mineras, recibidos en todas partes con los brazos abiertos. La descapitalización humana de Venezuela es terrible y está a la vista. No solo con relación a Colombia, también a Estados Unidos y otros países del continente y del mundo. El responsable de esta catástrofe no merece ser Presidente, ni el respeto de la nación que pretende explotar a su antojo. Tanto las luces del tablero como las cifras de la realidad están en rojo intenso esperando ser revertidas.
Todo tiene su razón de ser. La economía colombiana continúa creciendo en todos los sectores. El salto de la industria de la construcción ha sido espectacular, igual que la actividad minera. La industria y el comercio, el petróleo, el gas, oro y carbón, según cifras del DANE publicadas en El Tiempo, se desarrollan a ritmo de vértigo gracias a las inversiones extranjeras y al capital humano foráneo. El consumo interno también creció. El bienestar se palpa.
El Plan Colombia iniciado por Pastrana y admirablemente desarrollado por Uribe con la política de Seguridad Democrática, logra sus objetivos. Colombia es hoy una República confiable para propios y extraños. A la seguridad de las personas y de los bienes, se suma la consolidación de una seguridad jurídica que garantiza la estabilidad de las instituciones. El triunfo de Juan Manuel Santos es otro gran paso para la erradicación del terrorismo y el tráfico ilegal de drogas. ¡Que bueno hubiera sido, todavía puede ser, si el gobierno venezolano definiera de qué lado está!
Lunes, 28 de junio de 2010
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