A comienzos de los años noventa, buena parte de los países de América Latina implementaron una serie de reformas de mercado destinadas a liberalizar, desregular y modernizar sus economías. De acuerdo con sus promotores, estas reformas permitirían poner fin a la inflación, y colocar a los países de la región en la senda del crecimiento sostenido, reduciendo significativamente los niveles de pobreza y desigualdad.
Sin embargo, una década más tarde los indicadores sociales habían mejorado poco, el crecimiento se había estancado y muchos países habían pasado por una nueva crisis monetaria. El descontento ciudadano con las reformas era palpable, y en muchos países comenzaron a surgir líderes populistas que se oponían a la globalización y exigían el abandono inmediato del Consenso de Washington y de las “reformas neoliberales”.
¿Qué había ocurrido? ¿Por qué las reformas no generaron los resultados prometidos? ¿Qué camino corresponde seguir ahora? Éstas son las preguntas que se propone responder este ensayo del economista chileno Sebastián Edwards, ex economista jefe para América Latina y el Caribe del Banco Mundial y actual profesor de la Universidad de California en Los Ángeles.
Edwards comienza señalando que en América Latina tanto la pobreza como la desigualdad se remontan a los patrones de tenencia de la tierra surgidos en la época colonial: los sistemas de encomiendas y primogenitura establecidos por los conquistadores españoles favorecieron la conformación de grandes latifundios, por lo que las élites latinoamericanas estuvieron más interesadas en crear instituciones que preservaran su situación de preeminencia que en incentivar el crecimiento económico.
Sin embargo, esto no implica que América Latina esté condenada a ser pobre, porque esta situación inicialmente desfavorable podría haber sido corregida con políticas adecuadas. Sin embargo, a partir de los años 50 los países de la región se embarcaron en un ambicioso programa de industrialización por sustitución de importaciones que debió haber sido selectivo y temporario pero terminó siendo capturado por los lobbies proteccionistas y se convirtió en indiscriminado y permanente. Como resultado, las economías latinoamericanas perdieron competitividad con respecto al resto del mundo, y los abultados déficits fiscales en que incurrían los estados desarrollistas se financiaban con emisión, lo que generaba inflación y a la larga conducía a serias crisis monetarias, cuyo costo recaía en los sectores más pobres de la población.
A fines de los años 80, la situación se había tornado insostenible: el crecimiento per cápita venía siendo negativo, numerosos países habían suspendido el pago de sus deudas, y varios de ellos habían sufrido un brote hiperinflacionario. Fue en este contexto que comenzó a tomar forma el denominado “Consenso de Washington”, un conjunto de propuestas de reforma tendientes a abrir la economía, desregular los mercados, privatizar las empresas estatales y reducir el déficit del sector público.
A comienzos de los años 90, buena parte de los líderes políticos latinoamericanos comenzaron a implementar este programa reformista. Sin embargo, aunque generalmente lograron abrir la economía y controlar la inflación, no pudieron colocar a sus países en la senda del crecimiento sostenido. ¿Por qué? Analizando en detalle los casos de Chile (el único país que comenzó sus reformas en los años 70), El Salvador, Colombia, México y Argentina, Edwards encuentra que hay dos motivos por los que las reformas no dieron los resultados esperados.
En primer lugar, fueron demasiado tímidas y limitadas: las políticas de privatización, liberalización y desregulación generalmente se implementaron a medias, y además se hizo muy poco para mejorar la calidad de los servicios públicos, fortalecer las instituciones legales, o agilizar el funcionamiento del poder judicial.
En segundo lugar, para combatir la inflación generalmente se adoptó un tipo de cambio sobrevaluado, una medida que no figuraba en el programa reformista original. Esto permitía reducir la inflación de forma relativamente rápida, pero perjudicaba al sector exportador –el más competitivo de la economía y por ende el principal beneficiario de las reformas–, y aumentaba el déficit comercial, incrementando los niveles de endeudamiento.
El libro concluye presentando un pantallazo de la situación post-reformas, prestando especial atención al resurgimiento del “populismo” (que Edwards define como una política económica que pretende redistribuir el ingreso en base a déficits fiscales insostenibles y políticas monetarias expansivas). Aunque este fenómeno es comprensible, dadas las crisis por las que muchos países pasaron luego de las reformas, el populismo no constituye en modo alguno la solución al problema. En efecto, las políticas populistas conducen a un ciclo característico de aumento del gasto (generando un período de euforia inicial), déficit fiscal, emisión, e inflación, que se va acelerando a medida que el gobierno sigue tratando de aumentar el gasto. Finalmente, cuando los aumentos de precios se vuelven incontrolables es necesario adoptar un programa de austeridad que pone fin a la crisis, pero al precio de aumentar los niveles de pobreza y desigualdad respecto al inicio del ciclo.
Afortunadamente, no todos los países latinoamericanos cayeron en la tentación populista: por ejemplo, los nuevos presidentes de izquierda de Brasil, Perú y Uruguay comprendieron las ventajas de la economía de mercado, la inversión extranjera y la baja inflación. Sin embargo, Edwards no deja de observar que si estos países quieren crecer sostenidamente no sólo deben evitar el populismo, sino que además tienen que profundizar las reformas, especialmente en lo que hace a garantizar el cumplimiento de los contratos, mejorar el sistema educativo y combatir la corrupción. Sólo Chile adoptó (o está adoptando) reformas de este tipo, y por ende es el único país de la región que tiene las condiciones para crecer sostenidamente en el futuro.
Basado en la bibliografía más reciente sobre el tema pero escrito en un lenguaje ameno, sencillo y carente de tecnicismos, Populismo o mercados es un libro ideal para comprender la actual coyuntura económica que enfrenta América Latina, especialmente para aquellos que son legos en cuestiones económicas. El tono mesurado, imparcial y carente de estridencias con que escribe Edwards presenta un panorama que no es optimista –América Latina está aún muy lejos de igualar las tasas de crecimiento de los Tigres asiáticos–, pero a la vez abre una luz de esperanza: el futuro de la región depende de los propios latinoamericanos, que deben comprender que la receta para lograr el crecimiento sostenido es sencilla, pero no mágica: se trata, simplemente, de incrementar la productividad de la economía mediante el respeto de los contratos, la generación de incentivos para invertir e innovar, y el mejoramiento del sistema educativo.
Adrián Lucardi es Investigador Asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
CADAL
acorreo@cadal.org
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Sin embargo, una década más tarde los indicadores sociales habían mejorado poco, el crecimiento se había estancado y muchos países habían pasado por una nueva crisis monetaria. El descontento ciudadano con las reformas era palpable, y en muchos países comenzaron a surgir líderes populistas que se oponían a la globalización y exigían el abandono inmediato del Consenso de Washington y de las “reformas neoliberales”.
¿Qué había ocurrido? ¿Por qué las reformas no generaron los resultados prometidos? ¿Qué camino corresponde seguir ahora? Éstas son las preguntas que se propone responder este ensayo del economista chileno Sebastián Edwards, ex economista jefe para América Latina y el Caribe del Banco Mundial y actual profesor de la Universidad de California en Los Ángeles.
Edwards comienza señalando que en América Latina tanto la pobreza como la desigualdad se remontan a los patrones de tenencia de la tierra surgidos en la época colonial: los sistemas de encomiendas y primogenitura establecidos por los conquistadores españoles favorecieron la conformación de grandes latifundios, por lo que las élites latinoamericanas estuvieron más interesadas en crear instituciones que preservaran su situación de preeminencia que en incentivar el crecimiento económico.
Sin embargo, esto no implica que América Latina esté condenada a ser pobre, porque esta situación inicialmente desfavorable podría haber sido corregida con políticas adecuadas. Sin embargo, a partir de los años 50 los países de la región se embarcaron en un ambicioso programa de industrialización por sustitución de importaciones que debió haber sido selectivo y temporario pero terminó siendo capturado por los lobbies proteccionistas y se convirtió en indiscriminado y permanente. Como resultado, las economías latinoamericanas perdieron competitividad con respecto al resto del mundo, y los abultados déficits fiscales en que incurrían los estados desarrollistas se financiaban con emisión, lo que generaba inflación y a la larga conducía a serias crisis monetarias, cuyo costo recaía en los sectores más pobres de la población.
A fines de los años 80, la situación se había tornado insostenible: el crecimiento per cápita venía siendo negativo, numerosos países habían suspendido el pago de sus deudas, y varios de ellos habían sufrido un brote hiperinflacionario. Fue en este contexto que comenzó a tomar forma el denominado “Consenso de Washington”, un conjunto de propuestas de reforma tendientes a abrir la economía, desregular los mercados, privatizar las empresas estatales y reducir el déficit del sector público.
A comienzos de los años 90, buena parte de los líderes políticos latinoamericanos comenzaron a implementar este programa reformista. Sin embargo, aunque generalmente lograron abrir la economía y controlar la inflación, no pudieron colocar a sus países en la senda del crecimiento sostenido. ¿Por qué? Analizando en detalle los casos de Chile (el único país que comenzó sus reformas en los años 70), El Salvador, Colombia, México y Argentina, Edwards encuentra que hay dos motivos por los que las reformas no dieron los resultados esperados.
En primer lugar, fueron demasiado tímidas y limitadas: las políticas de privatización, liberalización y desregulación generalmente se implementaron a medias, y además se hizo muy poco para mejorar la calidad de los servicios públicos, fortalecer las instituciones legales, o agilizar el funcionamiento del poder judicial.
En segundo lugar, para combatir la inflación generalmente se adoptó un tipo de cambio sobrevaluado, una medida que no figuraba en el programa reformista original. Esto permitía reducir la inflación de forma relativamente rápida, pero perjudicaba al sector exportador –el más competitivo de la economía y por ende el principal beneficiario de las reformas–, y aumentaba el déficit comercial, incrementando los niveles de endeudamiento.
El libro concluye presentando un pantallazo de la situación post-reformas, prestando especial atención al resurgimiento del “populismo” (que Edwards define como una política económica que pretende redistribuir el ingreso en base a déficits fiscales insostenibles y políticas monetarias expansivas). Aunque este fenómeno es comprensible, dadas las crisis por las que muchos países pasaron luego de las reformas, el populismo no constituye en modo alguno la solución al problema. En efecto, las políticas populistas conducen a un ciclo característico de aumento del gasto (generando un período de euforia inicial), déficit fiscal, emisión, e inflación, que se va acelerando a medida que el gobierno sigue tratando de aumentar el gasto. Finalmente, cuando los aumentos de precios se vuelven incontrolables es necesario adoptar un programa de austeridad que pone fin a la crisis, pero al precio de aumentar los niveles de pobreza y desigualdad respecto al inicio del ciclo.
Afortunadamente, no todos los países latinoamericanos cayeron en la tentación populista: por ejemplo, los nuevos presidentes de izquierda de Brasil, Perú y Uruguay comprendieron las ventajas de la economía de mercado, la inversión extranjera y la baja inflación. Sin embargo, Edwards no deja de observar que si estos países quieren crecer sostenidamente no sólo deben evitar el populismo, sino que además tienen que profundizar las reformas, especialmente en lo que hace a garantizar el cumplimiento de los contratos, mejorar el sistema educativo y combatir la corrupción. Sólo Chile adoptó (o está adoptando) reformas de este tipo, y por ende es el único país de la región que tiene las condiciones para crecer sostenidamente en el futuro.
Basado en la bibliografía más reciente sobre el tema pero escrito en un lenguaje ameno, sencillo y carente de tecnicismos, Populismo o mercados es un libro ideal para comprender la actual coyuntura económica que enfrenta América Latina, especialmente para aquellos que son legos en cuestiones económicas. El tono mesurado, imparcial y carente de estridencias con que escribe Edwards presenta un panorama que no es optimista –América Latina está aún muy lejos de igualar las tasas de crecimiento de los Tigres asiáticos–, pero a la vez abre una luz de esperanza: el futuro de la región depende de los propios latinoamericanos, que deben comprender que la receta para lograr el crecimiento sostenido es sencilla, pero no mágica: se trata, simplemente, de incrementar la productividad de la economía mediante el respeto de los contratos, la generación de incentivos para invertir e innovar, y el mejoramiento del sistema educativo.
Adrián Lucardi es Investigador Asociado del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
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