La frase original, la que todos conocen, no es esa con la que titulo este escrito, sino la otra, “Divide et impera”, una divisa que muchos historiadores la atribuyen a Filipo de Macedonia y otros muchos a la autoría de Luis XI de Francia, que al menos la adoptó de hecho en sus relaciones con la nobleza, entre la que suscitaba permanentemente recelos que desembocaban en crueles enfrentamientos, con el deliberado propósito de que nunca se pudieran unir los nobles entre ellos para amenazar su reinado, y en su deseo de no depender en lo más mínimo de ‘los grandes’, se rodeó con una servidumbre reclutada entre la clase humilde de París, específicamente con ex integrantes de la servidumbre de aquéllos, a quienes sonsacaba informaciones íntimas .
A despecho de lo que la historia pueda achacarle a este rey, Luis XI fue un hombre culto para su época, amén de uno de los emperadores más crueles de la historia gala. Pero otros historiadores afirman que la divisa “Divide et impera” es de Catalina de Médicis, y que a partir de ella se convirtió en la regla fundamental para cualquier gobernante astuto que deseara prolongar su mandato más allá del promedio de la época, que nunca alcanzaba a una generación. Sea de Filipo de Macedonia, de Luis XI o de la hermosa Catalina, lo cierto es que con el tiempo la frase pasó de ser una divisa para convertirse en una regla de oro.
Era una regla de oro hasta que apareció nuestro imperatur tropical con su tristemente célebre afirmación “Ser rico es malo”, y desde entonces la modificó de facto. Su estrategia de empobrecimiento sostenido de la población le ha permitido ser el padre de un latinazo:”Pauperis ad impera”, que se traduce del latín: empobrece para gobernar. Sólo así, bajo las implacables tácticas del socialismo (que iguala a todos por abajo) es que se puede entender esa estrategia global de El Innombrable, a partir de la cual se decreta la pobreza como elemento consustanciado a la condición de ciudadano bolivariano de Venezuela.
¡Pauperis ad impera! Ninguna estrategia podría definir mejor al socialismo que él pretende imponernos a troche y moche, un mamotreto conceptual mal articulado que pretende unir un pasado terrible ya superado por el resto de la humanidad (el socialismo) con la esperanza que se nos abre en este tercer milenio (del Siglo XXI). Y no pocos han sido sus esfuerzos: Comenzó desbaratando a la cuarta empresa mundial en productividad, PDVSA, hasta convertirla en una caricatura de sí misma, que se hipoteca a más no poder para saciar sus ansias de protagonismo internacional, olvidando aquel adagio que dice “Zapatero a sus zapatos” y por eso ahora debe asociarse con otras empresas extranjeras, a través de la misma ‘asociación estratégica’ que tanto vilipendió el Líder Intergaláctico y que ahora se constituye en la única tabla de salvación financiera para una industria petrolera que hace más de 11 años que se olvidó de actividades ‘exóticas’ como: Explorar, perforar, producir, refinar y vender ‘esa cosa’ que unos llaman petróleo y que otros se empeñan en identificar como hidrocarburos. De paso, para empobrecer más a sus conciudadanos y a toda la nación, vendió ‘por cuatro lochas’ una de las patentes mundiales más apetecidas: La Orimulsión.
Empobreció a la población para gobernar ‘sobre’ ella, en vez de ‘para’ ella. Lo hizo invadiendo haciendas y fincas productivas, que luego apropió indebidamente para el estado y les hizo creer a los obreros que se las entregaría... Lo cual nunca sucedió. También ejecutó su política de empobrecimiento sostenido al decretar expropiaciones de empresas, fábricas, ingenios y hasta de centros comerciales, que no son otra cosa que confiscaciones írritas e inconstitucionales con las que ha ahuyentado la participación del capital privado (nacional e internacional) y que ha elevado el ‘riesgo país’ a niveles desorbitados.
Generalizó el concepto de miseria en el país para que la población le ‘comprara’ soluciones como la de los ‘gallineros verticales’, los ‘cultivos organopónicos’ en los distribuidores viales, ‘la ruta de la empanada’ y ‘las areperas socialistas’, y mientras discutíamos entre nosotros la improcedencia de tales soluciones, el país comenzó a caerse en pedazos. Primero se derrumbó la institucionalidad y la necesaria separación de poderes; eso fue entre 1999 y el 2001. También se derrumbó Vargas con el deslave y aún continúa así, devastada, más por su indolencia que por carecer de soluciones.
Después destruyó la soberanía del país cuando permitió, en el 2003, el arribo del primer contingente de cubanos (hoy son miles y están diseminados por doquier) para transformar el Sistema Integrado de Salud, que existía y funcionaba (con muchas fallas, pero era gerenciado por venezolanos) para transformarlo en una morisqueta que llamó Barrio Adentro, la primera de las muchas misiones que integrarían esa especie de ‘estado paralelo’; un paralelismo que alcanzaría la cúspide conceptual con la creación de las milicias bolivarianas y ‘la dación’ a los cubanos de nuestros sistemas de identificación ciudadana, el control de las notarías y el Min ‘po-po’ de la Salud.
Hoy, el ablandamiento revolucionario se aplica con los cortes y racionamientos del agua y la electricidad. Pretende que nos acostumbremos, como lo hizo el sufrido pueblo cubano, a considerar ‘normal’ la falta de un servicio público esencial. Y lo hace culpando a otros, porque nunca ni un ápice de culpa recae sobre él. Él, que nunca tiene la culpa de nada, le achaca al fenómeno El Niño (un evento climático cíclico, fácil de predecir en el tiempo) las resultas de la debacle eléctrica y no a la malversación que hizo de casi un billón de dólares, que es como decir casi un millón de millones, con los cuales hubiera concluido (y a tiempo), las tres represas planificadas desde ‘la cuarta’ en el Alto Caroní y comprar ‘a la medida’ y previa licitación internacional las 32 plantas termoeléctricas (a gas) que se necesitaban como respaldo en el Sistema Interconectado Eléctrico. Pero fue él, él ‘mismamente’ quien decidió regalarle a Nicaragua y a Bolivia las dos plantas termoeléctricas que tenía en la aduana La Electricidad de Caracas (cuando era privada), unas plantas que ahora mismo hubieran significado un gran alivio para el país.
Y todavía hay quienes piensan que luego de lanzar al país hacia el precipicio histórico del socialismo, el Líder Intergaláctico y Comandante-Presidente le va a entregar el gobierno (sea presidencial... sea parlamentario) a otros que no piensen como él. La estrategia “Pauperis ad impera”, no se lo permite. Es una estrategia que cabalga sobre la miserabilidad humana, una de ellas, tal vez la más terrible, es la de no reconocer que se es miserable.
Andres Simon Moreno Arreche
andresmorenoarreche@gmail.com
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