Es realmente asombroso el estado de deterioro de la economía nacional ante la vista y la falta de acción de los ministros de finanzas y de planificación, quienes lucen desconcertados y sin iniciativas para contener el gradual pero sostenido proceso de destrucción de las capacidades productivas de Venezuela. Ha sido este un gobierno que ha dado y sigue dando bandazos en materia de política económica. De su gran proyecto, liderado por Jorge Giordani, el Eje Orinoco Apure, sólo se recuerda el nombre y no se ha vuelto a mencionar. Quedó como uno de esos planes gaseosos, lo mismo que los llamados rubros banderas que se diseñaron para levantar la producción agrícola nacional.
Fue tan exitoso ese plan diseñado por el ministro Giordani, que casi diez años después ahora importamos azúcar y arroz cuando antes exportábamos esos renglones. Y el colmo, también vamos a comprar en el exterior café, producto que fue una de las principales fuentes de divisas de Venezuela.
Ahora en medio de un cuadro de estanflación como el que vive actualmente la economía venezolana, el desbarajuste en el seno del gobierno llama a la preocupación. Con una economía hundida en la recesión y en medio de una elevada tasa de inflación, los ministros de la economía volvieron a cantar el estribillo de la llamada inflación estructural para esconder su falta de visión del problema del alza de los precios y además su indecisión al momento de adoptar las inevitables medidas económicas. Nadie sabe qué quieren decir los ministros Alí Rodríguez y Jorge Giordani cuando se refrieren a la inflación estructural en Venezuela.
Ello más bien luce como una excusa para justificar el hecho inexplicable de que una economía con controles de precios y de cambio mantenga una tasa de inflación superior al 26% en momentos en que lo que caracteriza al mundo es la deflación (caída de los precios) o la baja inflación. Tal vez el gráfico adjunto hable por si solo para liquidar las tesis de Giordani-Rodrí guez sobre la inflación estructural.
Durante las décadas de los cincuenta, sesenta y hasta 1970, Venezuela registró tasas de inflación inferiores a la de Estados Unidos.
Además con niveles excepcionalmente bajos, 1,7% durante los cincuenta y 1,4% en los años sesenta. Si la inflación fuese estructural sus registros históricos en Venezuela se hubiesen mantenido en valores similares o iguales a los que se observan hoy. Con ese gráfico queda derrotada penosamente la tesis de la llamada inflación estructural en Venezuela cuando con ella se trata de explicar los niveles altos y sostenidos como la hemos visto estos últimos diez años.
Pero más allá del tema de la inflación que ya es un asunto muy preocupante, se nota en el país una sensación de caos. La paralización de la industria automotriz y la de auto partes, la ocupación de plantas y empresas productivas, la falta de correspondencia entre los gigantescos montos gastados en la agricultura y su menguada producción y en general un clima de hostilidad que conspira contra la producción.
A ello se agrega el conflicto diplomático y político con Colombia cuyo único objetivo es distraer la atención de los graves problemas internos que enfrenta el gobierno. La paralización de la actividad comercial en la frontera y la amenaza de romper las relaciones con el vecino país, vendrían a agravar aún más una situación en si misma precaria.
NO SALEN LAS MEDIDAS ECONÓMICAS
En medio de todo ello el gobierno no termina de anunciar las medidas económicas que ha venido soltando a cuenta gotas, sin que las mismas obedezcan a un plan estructurado para salir de la crisis en la cual el mismo gobierno se metió. Es un discurso ideológico anclado en el pasado lo que tiene a la economía en crisis, a lo cual corresponde un modelo económico que ve al sector privado de la economía como enemigo en lugar de un aliado en la labor de la reconstrucción nacional.
Venezuela luce sin rumbo en materia económica.
Una de la grandes tareas de Venezuela es desmontar el Estado empresarial y encaminarse con paso firme, sin vacilación en el pulso, hacia el Estado Social, que brinde mejor educación, salud y seguridad social y pública, en vez de estar gastando dinero en compras de armas, instalando o expropiando fábricas y empresas que pueden ser manejadas eficientemente por el sector privado.
Fue tan exitoso ese plan diseñado por el ministro Giordani, que casi diez años después ahora importamos azúcar y arroz cuando antes exportábamos esos renglones. Y el colmo, también vamos a comprar en el exterior café, producto que fue una de las principales fuentes de divisas de Venezuela.
Ahora en medio de un cuadro de estanflación como el que vive actualmente la economía venezolana, el desbarajuste en el seno del gobierno llama a la preocupación. Con una economía hundida en la recesión y en medio de una elevada tasa de inflación, los ministros de la economía volvieron a cantar el estribillo de la llamada inflación estructural para esconder su falta de visión del problema del alza de los precios y además su indecisión al momento de adoptar las inevitables medidas económicas. Nadie sabe qué quieren decir los ministros Alí Rodríguez y Jorge Giordani cuando se refrieren a la inflación estructural en Venezuela.
Ello más bien luce como una excusa para justificar el hecho inexplicable de que una economía con controles de precios y de cambio mantenga una tasa de inflación superior al 26% en momentos en que lo que caracteriza al mundo es la deflación (caída de los precios) o la baja inflación. Tal vez el gráfico adjunto hable por si solo para liquidar las tesis de Giordani-Rodrí guez sobre la inflación estructural.
Durante las décadas de los cincuenta, sesenta y hasta 1970, Venezuela registró tasas de inflación inferiores a la de Estados Unidos.
Además con niveles excepcionalmente bajos, 1,7% durante los cincuenta y 1,4% en los años sesenta. Si la inflación fuese estructural sus registros históricos en Venezuela se hubiesen mantenido en valores similares o iguales a los que se observan hoy. Con ese gráfico queda derrotada penosamente la tesis de la llamada inflación estructural en Venezuela cuando con ella se trata de explicar los niveles altos y sostenidos como la hemos visto estos últimos diez años.
Pero más allá del tema de la inflación que ya es un asunto muy preocupante, se nota en el país una sensación de caos. La paralización de la industria automotriz y la de auto partes, la ocupación de plantas y empresas productivas, la falta de correspondencia entre los gigantescos montos gastados en la agricultura y su menguada producción y en general un clima de hostilidad que conspira contra la producción.
A ello se agrega el conflicto diplomático y político con Colombia cuyo único objetivo es distraer la atención de los graves problemas internos que enfrenta el gobierno. La paralización de la actividad comercial en la frontera y la amenaza de romper las relaciones con el vecino país, vendrían a agravar aún más una situación en si misma precaria.
NO SALEN LAS MEDIDAS ECONÓMICAS
En medio de todo ello el gobierno no termina de anunciar las medidas económicas que ha venido soltando a cuenta gotas, sin que las mismas obedezcan a un plan estructurado para salir de la crisis en la cual el mismo gobierno se metió. Es un discurso ideológico anclado en el pasado lo que tiene a la economía en crisis, a lo cual corresponde un modelo económico que ve al sector privado de la economía como enemigo en lugar de un aliado en la labor de la reconstrucción nacional.
Venezuela luce sin rumbo en materia económica.
Una de la grandes tareas de Venezuela es desmontar el Estado empresarial y encaminarse con paso firme, sin vacilación en el pulso, hacia el Estado Social, que brinde mejor educación, salud y seguridad social y pública, en vez de estar gastando dinero en compras de armas, instalando o expropiando fábricas y empresas que pueden ser manejadas eficientemente por el sector privado.
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