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miércoles, 23 de septiembre de 2009

EL OTRO PROCESO, PEDRO PAÚL BELLO

Estamos ante nuevas realidades que modifican radicalmente las expectativas de los habitantes de este país respecto a sus dirigentes y a los partidos políticos.

La participación ha dejado de ser consigna vacía para transformarse en aspiración profunda de los ciudadanos, de esos seres humanos “situados” en su tiempo, espacio y necesidades. Particular importancia reviste la creciente aspiración de tomar parte y de tener injerencia en aquellas decisiones que afectan directamente la vida cotidiana de la gente en sus localidades. He hecho referencia, en otras oportunidades, a lo que he llamado “el otro proceso”, para confrontarlo, a la vez, con el viejo estilo de gobernar de corte marcadamente populista que ha predominado desde comienzos del siglo XX en América Latina y, también, al estilo que en Venezuela venimos padeciendo, desde hace más de diez años, con el llamado “proceso” chavista.

Creo, firmemente, que si no se toma en cuenta esta importante tendencia que es “el otro proceso”, cualquier esfuerzo que se realice después de superada la presente dictadura de aspiraciones totalitarias, va a resultar decepcionante para las multitudes desamparadas. En el umbral en el que nos encontramos, que indefectiblemente y más temprano que tarde significará cambiar de conducción política en Venezuela, cuando a ojos vista y por sí mismo se derrumba un régimen que, por decenios aspiraba ejercer en el país el poder totalitario que ha tratado de instalar, la respuesta a los interrogantes que plantea dicha tendencia es sumamente importante.

Lo primero que habría de ser acotado es que no se trata de un fenómeno exclusivo de Venezuela. En toda América Latina --y no sólo en los países que han asumido la “franquicia” cubano-venezolana-- la actitud de lejanía, de aparente indiferencia, de escepticismo y de separación es un hecho que está presente, y lo está también en otros Continentes, aún los muy “desarrollados”, pero por razones distintas que allá pueden ser muy explicables.

Nos podemos preguntar ¿por qué?

Podríamos decir que, especialmente en América Latina, que es lo que nos incumbe ahora, hay dos “procesos”, para usar la muy manida expresión de los amigos del señor Chávez.

Por una parte está el proceso que, en tiempos en los que estamos, se ha hecho “tradicional” por común. Es el proceso que, normalmente, conducen los gobiernos del Continente y que siguen ciertos patrones establecidos y ciertas “recetas”, casi siempre provienentes de regiones y de instituciones extrañas a nuestra realidad. Hay un “modelo” -digamos tradicional- de gobernar que no atiende directa, verdadera y sinceramente las necesidades y aspiraciones de las grandes mayorías de nuestros pueblos que se sienten y están al margen, excluidas de la atención y de los propósitos de sus gobernantes. Que más parecieran ser “rellenos”, apenas útiles legitimar gobiernos, pero que no son centro de preocupación ni objetivo principal de los planes, programas e intenciones de éstos.
Los rostros verdaderos de ese pueblo doliente se pierden entre montañas de papeles que la burocracia genera en su estolidez, para olvidarlos en “importantes” reuniones que multiplica la dirigencia.

Mientras, los partidos políticos, que se van alternado en gobiernos pasados de nuestros paises, de manera progresiva, han venido perdiendo apoyo real y no cuentan más con el entusiasmo de aquéllas multitudes que los respaldaron y acompañaron en el pasado. La gente se ha saturado de sus frases, de sus poses, de sus consignas repetitivas, de sus inconsistencias, de sus evasiones de conflictos, de sus miedos, de sus ofertas engañosas. Se cansaron definitivamente de ellos. Los pueblos suelen, históricamente, perder la confianza en sus dirigentes. Cuando eso ocurre, aquéllos se quedan sin credibilidad alguna. Tal desgaste lo conocemos muy bien los venezolanos. Es el desgaste inmanente al populismo, más raído ahora con el “refuerzo” de las instituciones financieras que conocemos y que han abierto espacio al fugaz disfraz de "neopopulismo".

Por otra parte, -debo confesar que ante el vacío que, por omisión, hemos dejado abrir quienes no compartimos ni el populismo ni el llamado neo-liberalismo salvaje- los eternos derrotados de la ultra-izquierda latinoamericana, reliquias de un pasado doloroso que fue enterrado bajo el Muro de Berlín, están imbuidos en el proceso tan caro al señor Chávez y a su corte de alucinados que, puestos de espaldas a las realidades de los nuevos tiempos y apoyados en las internacionales del Foro de Sao Paulo y de los dictadores del Medio Oriente, pretenden restablecer (con gran ineptitud ¡gracias sean dadas a Dios!) aquellos viejos procedimientos que ex-alumnos del viejo Marx quisieron extraer de sus visiones y enseñanzas.

Y este “proceso”, perverso en sus principios y objetivos, preñado de odios y retaliaciones y sazonado con la concupiscencia del dinero y la voluntad de poder propio de los adoradores de Mammon, Wotan y Príapo, se pretende imponer, a fuerza de una hace mucho tiempo acariciada "guerra bihemisférica" , asimétrica por terrorista y con todos los medios y recursos disponibles, a pueblos como el nuestro que sólo sabemos y queremos vivir en libertad, con justicia, en paz y en armonía.

Los de ese proceso desconocen que, en América Latina al menos, los pueblos que tanto ellos invocan -esos pueblos de los excluidos, de los desamparados, de los marginales- han entendido que solamente ellos mismos y sólo mediante su acción, su empeño y su tenacidad propios, quieren lo que más temprano que tarde habrán de tener: acceder a los derechos y beneficios de una vida digna en Sociedad, como corresponde a la condición de persona humana que el Creador a todos ha regalado. Ignoran, los actores del proceso que está haciendo aguas en Venezuela y los del viejo proceso que jamás podrá resucitar, todo lo que estos pueblos están haciendo en el tiempo presente por rescatar su dignidad.

Ignoran que los llamados “pobres” se están organizando desde la frontera norte de México hasta Tierra del Fuego. Que están tomando en sus propias manos la gestión de sus vidas personales y familiares mediante acciones concertadas a través de diversas formas comunitarias de organización y de acción, pero no para hacer ninguna guerra, ninguna revolución de destrucciones y venganzas, sino para no depender de los cantos de sirena de un liderazgo en el que ya no creen, el peor de ellos el de nuestra más reciente experiencia venezolana.
Ignoran que sus esfuerzos están creciendo desde la base donde habitan y van logrando progresiva, pero sistemáticamente, conquistar cuotas importantes de poder en los gobiernos locales.

Hay ejemplos, desde hace diez años, en multitud de localidades del Continente. En Perú, por ejemplo, en la propia ciudad de Lima; en Cuenca, Ecuador; en Sao Paulo; en Manizales de Colombia; en varias zonas de Buenos Aires; en Talca, Chile; en Montevideo; en Quetzaltenango de Guatemala; en la región de Pará en Brasil; también en Brasil en Fortaleza y Maruhuapí; en Bolivia, en las cercanías de Cochabamba; en Santiago de Chile las mujeres mapuches; en todo el Uruguay...

¿Qué han logrado?

A veces apoyados por ONGs, pero en igual proporción mediante actuaciones generadas a partir de sus propias organizaciones: han creado Mesas de Concertación que son verdaderos concejos de articulación entre el poder público local y municipal, las ONGs y los grupos de participación; han logrado compartir atribuciones con los Concejos Municipales en cuanto a las decisiones que les atañen; han alcanzado llevar a su realización propuestas que provienen del sector popular; han constituido Foros Mixtos para el desarrollo económico de sus zonas; han hecho que sean reconocidas diversas expresiones de economías informales; han cambiado usos de suelos de zonas urbanas; han creado bancos de segundo piso; han incidido en intervenciones en las que se reconoce al sector informal en áreas de servicios públicos, en el campo ambiental, en la recolección y aprovechamiento de desechos y basuras.

Hay Concejos Municipales que se han extendido con representantes de la Comunidad organizada y no solamente los ediles electos, para aprobar presupuestos participativos con la posibilidad de que las poblaciones determinen y controlen la sección y partidas que se destinan a ellas; han logrado que se constituyan Fondos para financiar grupos productores populares; han propuesto, como derechos constitucionales, políticas que conciben y respetan la población organizada; han hecho crear mecanismos contra su exclusión informativa.

En materia de hábitat y vivienda, hay importantes acciones de gestión participativa a niveles de barrio, sector, calle, etc. En Argentina, por ejemplo, hay regadas en casi todo el territorio de esa Nación muchas organizaciones sociales integradas por vecinos y empleados que han desarrollado cooperativas de participación comunitaria, con autogestión, para proveer servicios, construcción y mejoramiento de viviendas y que pueden administrar directamente fondos públicos consignados para ello. Una de ellas controla el 40 por ciento de los ingresos municipales recaudados mediante impuestos y derechos de construcción en su Municipio.

Hay multitud de casos de Fondos Rotativos de créditos para financiamiento de cooperativas y organizaciones comunitarias de vivienda.


En el Uruguay, después de tres décadas, han desarrollado y fortalecido el sistema de cooperativas de vivienda de ayuda mutua, cuya Federación es, tal vez, la organización popular más importante de ese país, incluidas las Centrales de trabajadores.

El proceso popular en lo que concierne al hábitat no se limita a la producción social de éste y las viviendas, sino que interviene en temas como los de: la educación formal; abasto y consumo; salud en cuanto a atención y prevención; seguridad interna de sus zonas; equipamientos urbanos en general; cultura y deportes; atención de grupos especiales, sean por defecto o por exceso; trabajos de atención para niños, jóvenes y ancianos; mejoramiento ambiental, con casos en los que tratan el agua y con ella cultivan flores que generan economías.Hay, por lo demás, innumerables formas de generar recursos. Con ellos se fortalecen las economías populares.

Toda esta acción popular comunitariamente organizada, supone, como es obvio, una fuerte incidencia en el refuerzo de la lucha por los valores democráticos. La organización popular es esencialmente democrática, porque en ambientes de opresión y sin libertades no florecen las indispensables armonía, solidaridad y entendimiento entre los seres humanos.

Durante la última década el crecimiento del otro proceso ha sido enorme. Si hace diez años había unas quinientas municipalidades que, en la América del Sur y en íntima relación con sus comunidades, desarrollaba tales actividades, esa cifra, para el presente, debe ser multiplicada por diez. El crecimiento y desarrollo de el otro proceso es contínuo e irreversible.

Ese es el otro proceso. El proceso propio de esas mayorías que han sido llamadas marginales y excluidas porque no han tenido acceso a los beneficios de la vida en Sociedad. La democracia, para esa parte sufriente de pueblo que es el pueblo nuestro, es cada vez menos un conjunto abstracto de postulados según los cuales cada uno es “ciudadano”, abstracto sujeto de derechos intangibles e inalcanzables, para venir a constituirse, sobre la aspiración de realidades concretas que corresponden a las necesidades de un hombre situado, como lo llamó George Burdeau, esto es, inserto en un tiempo y en un espacio reales y en contacto con semejantes, también reales, comparte aspiraciones, pretensiones, angustias, ilusiones y esperanzas.

Por ello, las nuevas organizaciones políticas que están floreciendo en Venezuela y las viejas que aspiren honestamente a recuperarse, deben tener presente que el populismo se ha derrumbado en las mentes y corazones de nuestro pueblo. Que el comunismo está enterrado y lo que le sobrevive está muriendo. Que no creen más en profetas, porque generalmente han sido falsos. Que nadie los va a seguir porque hablen bonito. Que la gente lo que quiere es que la dejen hacer; que le abran espacios para realizarse y realizar. Que ya ha quedado atrás el contenido formal de la fórmula de Lincoln sobre la democracia. No se trata de hacer política “del” pueblo, porque es la de otros que no lo oyen; ni “para” el pueblo, porque es paternalismo; y menos “por” el pueblo, porque no participa y se le usa como instrumento y con propósitos de corrupción.

Hoy en día, de lo que se trata, como decía Maritain, es de existir con el pueblo, que es vibrar, soñar, compartir y sufrir con él, todas sus angustias y todas sus esperanzas y alegrías.

La vacilante luz que va separando paso a paso las tinieblas que envuelven a Venezuela y que no sin grandes luchas e inmensos sacrificios, pronto, como estrella de gran magnitud iluminará todos los rincones de la Patria, podrá ser luz de permanencia humana sólo si abraza ideales y acciones como éstas, que no son obra de algún “iluminado”, sino que brotan del propio corazón del pueblo, engendrados por éste en las bodas de sus sufrimientos seculares con sus esperanzas rotas.

Mientras no sea así, todos los esfuerzos se tornarán en fracasos, pero se que éste, el otro proceso, continuará creciendo hasta realizar sus sueños en esta bendita tierra de gracia.


Pedro Paúl Bello
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