La cuestión no es tan sencilla como partir de Immanuel Wallerstein y afirmar que el capitalismo se acabará en determinado número de años o proclamar con Thomas Friedman que donde hay un MacDonald no hay guerras.
La historia es larga desde la postguerra. Había que diseñar la institucionalidad económica y política de un mundo bipolar. Cuatro conferencias fueron necesarias para lo segundo: Teherán (diciembre 1943); Yalta (febrero 1945); Potsdam (julio 1945); Londres (septiembre-octubre 1945). Para lo primero la clave está en Bretton Woods (1944), con asistencia de 45 países y donde se decide que es el dólar la reserva monetaria mundial y donde se crean dos organismos, el Banco Internacional de Reconstrucción y fomento (BIRF), que luego se transforma en el Banco Mundial (1946) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En el plano político surge la Organización de las Naciones Unidas resultante de las conferencias de Dumbarton Oaks (septiembre-octubre 1944) y San Francisco (abril-junio 1945). Desde 1948 el sistema de comercio vino a ser regulado por el Acuerdo general sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). La Organización Mundial de Comercio nació el 1o de enero de 1995, como consecuencia de una ronda de negociaciones que fue conocida como la Ronda Uruguay, efectuada por los largos años que van desde 1986 hasta 1994.
La historia es larga desde la postguerra. Había que diseñar la institucionalidad económica y política de un mundo bipolar. Cuatro conferencias fueron necesarias para lo segundo: Teherán (diciembre 1943); Yalta (febrero 1945); Potsdam (julio 1945); Londres (septiembre-octubre 1945). Para lo primero la clave está en Bretton Woods (1944), con asistencia de 45 países y donde se decide que es el dólar la reserva monetaria mundial y donde se crean dos organismos, el Banco Internacional de Reconstrucción y fomento (BIRF), que luego se transforma en el Banco Mundial (1946) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). En el plano político surge la Organización de las Naciones Unidas resultante de las conferencias de Dumbarton Oaks (septiembre-octubre 1944) y San Francisco (abril-junio 1945). Desde 1948 el sistema de comercio vino a ser regulado por el Acuerdo general sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). La Organización Mundial de Comercio nació el 1o de enero de 1995, como consecuencia de una ronda de negociaciones que fue conocida como la Ronda Uruguay, efectuada por los largos años que van desde 1986 hasta 1994.
Es esta la estructura del mundo económico internacional que hemos conocido en algo más de seis décadas. Una cosa es un mundo de relaciones internacionales entre Estados-nación y una cosa muy distinta es una reglamentación económica para un mundo globalizado. El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ha señalado algunas de las políticas fracasadas, como la contracción fiscal y monetaria. Esto es, el mundo económico internacional se manejó bajo la égida neoliberal. De la muerte o enfermedad terminal de viejo Bretton Woods no se habla desde la presente crisis, se hace desde hace muchísimos años, especialmente con la incidencia de la crisis asiática. Los requerimientos para la transformación y adecuación de esas viejas instituciones de postguerra ha sido una constante. El dominio ejercido por Estados Unidos sobre BM y FMI se originó en una realidad económica mundial que ya no existe. Es obvio, además, que ya no nos movemos en un plano de relaciones internacionales, sino en uno de relaciones globales, diferencia a recalcar pues el mundo que se derrumba no es el mismo que emerge.
La resistencia a todo cambio quedó de manifiesto cuando el todavía Presidente George W. Bush insistió en que bastaba una reforma del sistema de mercado liberal, al segurar que en momentos de incertidumbre económica no se podían estar cambiando “métodos probados para crear prosperidad y esperanza”. Por su parte, frente a la situación actual, el G-20 decidió una millonaria inyección al FMI que parecía destinado a la desaparición. Podemos admitir los requerimientos de la emergencia, pero la emergencia terminará y entonces no habrá excusa válida para enfrentar las reformas.
Tanto BM como FMI en verdad han ido perdiendo facultades y entorpeciendo iniciativas. Numerosas conferencias de la ONU sobre bienes públicos globales y desigualdad social se vieron obstaculizadas por las restricciones fiscales de la ortodoxia vigente. Instituciones del viejo Bretton Woods y la Organización Mundial del Comercio definieron las políticas macroeconómicas. Ejercieron un papel vigilante e interventor para procurar el crecimiento, pero la reducción de las desigualdades o la pobreza en aumento no fueron temas de su interés. Es necesario mencionar el desempeño del FMI durante la crisis financiera asiática de 1997 ya que contribuyó al empujar a esos países a eliminar los controles de los movimientos de capitales y a liberalizar sus sectores financieros, favoreciendo tanto la entrada masiva de capital especulativo. El Fondo empujó a los gobiernos al recorte presupuestario con la teoría de que la inflación era el problema. Tal medida pro-cíclica terminó acelerando el colapso regional, convirtiéndolo en una recesión. Finalmente, miles de millones de dólares de los fondos de rescate del FMI no fueron a parar al rescate de unas economías colapsadas, sino a compensar las pérdidas de instituciones financieras extranjeras.
Como un Nuevo Bretton Woods fue saludada la reunión de abril de 2009. Sin embargo, amén de la escasa participación (20 países) –si se compara con los más de 40 de Bretton Woods- el G-20 se dedicó a un reciclaje: Más dinero para el FMI, reflote del Forum de Estabilidad Financiera (FSF) y el Banco de Pagos Internacionales. En verdad una comisión de expertos en reforma del sistema monetario y financiero, presidida por Joseph Stiglitz, ya ha hecho el trabajo para la convocatoria de una asamblea que diseñe el nuevo orden económico global. De esa eventual asamblea podría salir un “Consejo de Coordinación Global” y una regionalización de estructuras para enfrentar los asuntos financieros.
Quizás debamos mirar las instituciones económicas aptas para el mundo global con la misma óptica que hemos mirado la organización política. Para bien o para mal se crearon normas de gobernanza supranacional, inspiradas en el modelo descrito, pero con instituciones sin efectividad. Ya hemos hablado de las tendencias equivocadas. El mundo se ha hecho interdependiente en los ámbitos del comercio y del movimiento de capitales y personas, aunque falta avanzar en temas como la salud, la energía y el medio ambiente. Con la crisis quedó al descubierto que los movimientos financieros a corto plazo eran los peor regulados. Ya hemos llamado la atención sobre la obsoleta distribución del poder en el seno de las viejas instituciones de Bretton Woods. Es claro que toda reforma en la supranacionalidad del asunto económico va paralela con una reforma en las instituciones políticas.
¿Hacia donde vamos? Vamos hacia dos millardos de pobres. Ante un mundo no polar hay que resaltar la oportunidad de recreación de las instituciones económicas internacionales. Es aquí donde entra con fuerza la necesidad de lo que denominaremos el pacto social-global. El llamado Estado de Bienestar ha colapsado y se hace necesario defender al ser humano. Es cierto que ha habido hechos como la “cumbre social” de Copenhague (1994) territorio para una batalla seguramente equivocada entre reformistas y revolucionarios. Lo cierto es que definir el futuro económico del mundo que se asoma es harto difícil.
Es evidente la necesidad de reformar o de construir nuevas organizaciones globales para lo económico. La crisis reciente puso de manifiesto la capacidad dañina del dinero fácil y la urgencia de acelerar la evolución del sistema financiero internacional. Ese capital voraz vivió sumido en el apetito del retorno cada vez más rápido. Sin embargo, la degeneración toca profundamente las concepciones de lo ético y de lo moral, lo que ha replanteado la necesidad de crear reglas restrictivas a un mercado desaforado. A pesar de los planteamientos del G-20 parece haber países que se niegan a abandonar Bretton Woods.
Hay que agregar, en este último concepto, lo que los economistas llaman “efecto esloveno”, esto es, la existencia de pequeños mercados sin crecimiento y sin reformas estructurales y sin atractivo para la inversión extranjera. Es lo que el profesor Adolfo Castilla (Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Antonio de Nebrija) llama “Los cinco dedos de la muerte económica”, tomando la expresión del inglés “The five fingers of death” utilizada por las películas americanas del cine negro. Al “efecto Eslovenia” agrega la subida continua de los tipos de interés, el decrecimiento de los Estados Unidos, la presión fiscal al alza y la apreciación continuada de los tipos de cambio. El peligro radica en una eventual reactivación de la crisis por una actuación incorrecta de las instituciones reguladoras de la economía mundial.
Hay que agregar que las tensiones políticas cambian el marco en que se hacen negocios en el mundo. Las economías emergentes ofrecen peligros de este tipo, por la disparidad en sus ingresos. Ya, en buena parte, el éxito no depende del uso de avanzada tecnología o de los costes sino del juego político, especialmente antinorteamericano. Sumemos la corrupción y la inseguridad jurídica.
En definitiva, la reciente crisis dejó heridas en lo que Marcelo Manucci (Doctor en Ciencias de la Comunicación -USal-) llama la hasta ahora “estructura económica forzadamente idealizada”. Más aún, la crisis afectó severamente un modelo de realidad. El nacimiento del nuevo mundo global presenta desafíos y acontecimientos inéditos. Ahora el cambio en el manejo económico mundial o es coherente con esta nueva realidad o marchará hacia otro ciclo de paradojas. Es necesario abandonar aquí también los viejos paradigmas e inmiscuirse en el nuevo sentido.
Vivimos en un entorno circular en movimiento. “No hay ni comienzo ni terminación del proceso”, asegura Jay W. Forrester, considerado el padre de la “Dinámica de sistemas”. Stefano Zamagni (Departamento de la Economía de la Universidad de Bologna y experto en economía del Tercer Sector Europeo) nos recuerda acertadamente que las teorías económicas no son nunca neutrales y también que el paradigma vigente hasta ahora llamado “neoliberal” olvida esta verdad. Ahora bien, la crisis nos planteó el recuerdo de la reunión de Rambouie (1975), en las cercanías de París, en la cual los jefes de los seis países más desarrollados acordaron poner en marcha la privatización y la liberalización. Y es precisamente eso lo que ha quedado desestructurado y donde se puede poner el énfasis de lo que yo he llamado repetidas veces el predominio de la economía sobre la política. Y un dato que Zamagni injerta, el que las guerras civiles desde los años 70 se han dado en gran medida por el aumento de la desigualdad (Kosovo, tutzis y hutos, Eritrea y Somalia, Chechenia, etc.). Y por supuesto, la segunda emersión, la de nuevas formas de totalitarismo. De allí la teoría neo-estatalista que se practica en Venezuela, la de un Estado voraz que se lo come todo, que se enfrenta al desmoronamiento del Estado-nación considerándolo una simple maniobra neoliberal, olvidando que ese poder está perdido en el altar global y que no conduce más que a un neomercantilismo.
La resistencia a todo cambio quedó de manifiesto cuando el todavía Presidente George W. Bush insistió en que bastaba una reforma del sistema de mercado liberal, al segurar que en momentos de incertidumbre económica no se podían estar cambiando “métodos probados para crear prosperidad y esperanza”. Por su parte, frente a la situación actual, el G-20 decidió una millonaria inyección al FMI que parecía destinado a la desaparición. Podemos admitir los requerimientos de la emergencia, pero la emergencia terminará y entonces no habrá excusa válida para enfrentar las reformas.
Tanto BM como FMI en verdad han ido perdiendo facultades y entorpeciendo iniciativas. Numerosas conferencias de la ONU sobre bienes públicos globales y desigualdad social se vieron obstaculizadas por las restricciones fiscales de la ortodoxia vigente. Instituciones del viejo Bretton Woods y la Organización Mundial del Comercio definieron las políticas macroeconómicas. Ejercieron un papel vigilante e interventor para procurar el crecimiento, pero la reducción de las desigualdades o la pobreza en aumento no fueron temas de su interés. Es necesario mencionar el desempeño del FMI durante la crisis financiera asiática de 1997 ya que contribuyó al empujar a esos países a eliminar los controles de los movimientos de capitales y a liberalizar sus sectores financieros, favoreciendo tanto la entrada masiva de capital especulativo. El Fondo empujó a los gobiernos al recorte presupuestario con la teoría de que la inflación era el problema. Tal medida pro-cíclica terminó acelerando el colapso regional, convirtiéndolo en una recesión. Finalmente, miles de millones de dólares de los fondos de rescate del FMI no fueron a parar al rescate de unas economías colapsadas, sino a compensar las pérdidas de instituciones financieras extranjeras.
Como un Nuevo Bretton Woods fue saludada la reunión de abril de 2009. Sin embargo, amén de la escasa participación (20 países) –si se compara con los más de 40 de Bretton Woods- el G-20 se dedicó a un reciclaje: Más dinero para el FMI, reflote del Forum de Estabilidad Financiera (FSF) y el Banco de Pagos Internacionales. En verdad una comisión de expertos en reforma del sistema monetario y financiero, presidida por Joseph Stiglitz, ya ha hecho el trabajo para la convocatoria de una asamblea que diseñe el nuevo orden económico global. De esa eventual asamblea podría salir un “Consejo de Coordinación Global” y una regionalización de estructuras para enfrentar los asuntos financieros.
Quizás debamos mirar las instituciones económicas aptas para el mundo global con la misma óptica que hemos mirado la organización política. Para bien o para mal se crearon normas de gobernanza supranacional, inspiradas en el modelo descrito, pero con instituciones sin efectividad. Ya hemos hablado de las tendencias equivocadas. El mundo se ha hecho interdependiente en los ámbitos del comercio y del movimiento de capitales y personas, aunque falta avanzar en temas como la salud, la energía y el medio ambiente. Con la crisis quedó al descubierto que los movimientos financieros a corto plazo eran los peor regulados. Ya hemos llamado la atención sobre la obsoleta distribución del poder en el seno de las viejas instituciones de Bretton Woods. Es claro que toda reforma en la supranacionalidad del asunto económico va paralela con una reforma en las instituciones políticas.
¿Hacia donde vamos? Vamos hacia dos millardos de pobres. Ante un mundo no polar hay que resaltar la oportunidad de recreación de las instituciones económicas internacionales. Es aquí donde entra con fuerza la necesidad de lo que denominaremos el pacto social-global. El llamado Estado de Bienestar ha colapsado y se hace necesario defender al ser humano. Es cierto que ha habido hechos como la “cumbre social” de Copenhague (1994) territorio para una batalla seguramente equivocada entre reformistas y revolucionarios. Lo cierto es que definir el futuro económico del mundo que se asoma es harto difícil.
Es evidente la necesidad de reformar o de construir nuevas organizaciones globales para lo económico. La crisis reciente puso de manifiesto la capacidad dañina del dinero fácil y la urgencia de acelerar la evolución del sistema financiero internacional. Ese capital voraz vivió sumido en el apetito del retorno cada vez más rápido. Sin embargo, la degeneración toca profundamente las concepciones de lo ético y de lo moral, lo que ha replanteado la necesidad de crear reglas restrictivas a un mercado desaforado. A pesar de los planteamientos del G-20 parece haber países que se niegan a abandonar Bretton Woods.
Hay que agregar, en este último concepto, lo que los economistas llaman “efecto esloveno”, esto es, la existencia de pequeños mercados sin crecimiento y sin reformas estructurales y sin atractivo para la inversión extranjera. Es lo que el profesor Adolfo Castilla (Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Antonio de Nebrija) llama “Los cinco dedos de la muerte económica”, tomando la expresión del inglés “The five fingers of death” utilizada por las películas americanas del cine negro. Al “efecto Eslovenia” agrega la subida continua de los tipos de interés, el decrecimiento de los Estados Unidos, la presión fiscal al alza y la apreciación continuada de los tipos de cambio. El peligro radica en una eventual reactivación de la crisis por una actuación incorrecta de las instituciones reguladoras de la economía mundial.
Hay que agregar que las tensiones políticas cambian el marco en que se hacen negocios en el mundo. Las economías emergentes ofrecen peligros de este tipo, por la disparidad en sus ingresos. Ya, en buena parte, el éxito no depende del uso de avanzada tecnología o de los costes sino del juego político, especialmente antinorteamericano. Sumemos la corrupción y la inseguridad jurídica.
En definitiva, la reciente crisis dejó heridas en lo que Marcelo Manucci (Doctor en Ciencias de la Comunicación -USal-) llama la hasta ahora “estructura económica forzadamente idealizada”. Más aún, la crisis afectó severamente un modelo de realidad. El nacimiento del nuevo mundo global presenta desafíos y acontecimientos inéditos. Ahora el cambio en el manejo económico mundial o es coherente con esta nueva realidad o marchará hacia otro ciclo de paradojas. Es necesario abandonar aquí también los viejos paradigmas e inmiscuirse en el nuevo sentido.
Vivimos en un entorno circular en movimiento. “No hay ni comienzo ni terminación del proceso”, asegura Jay W. Forrester, considerado el padre de la “Dinámica de sistemas”. Stefano Zamagni (Departamento de la Economía de la Universidad de Bologna y experto en economía del Tercer Sector Europeo) nos recuerda acertadamente que las teorías económicas no son nunca neutrales y también que el paradigma vigente hasta ahora llamado “neoliberal” olvida esta verdad. Ahora bien, la crisis nos planteó el recuerdo de la reunión de Rambouie (1975), en las cercanías de París, en la cual los jefes de los seis países más desarrollados acordaron poner en marcha la privatización y la liberalización. Y es precisamente eso lo que ha quedado desestructurado y donde se puede poner el énfasis de lo que yo he llamado repetidas veces el predominio de la economía sobre la política. Y un dato que Zamagni injerta, el que las guerras civiles desde los años 70 se han dado en gran medida por el aumento de la desigualdad (Kosovo, tutzis y hutos, Eritrea y Somalia, Chechenia, etc.). Y por supuesto, la segunda emersión, la de nuevas formas de totalitarismo. De allí la teoría neo-estatalista que se practica en Venezuela, la de un Estado voraz que se lo come todo, que se enfrenta al desmoronamiento del Estado-nación considerándolo una simple maniobra neoliberal, olvidando que ese poder está perdido en el altar global y que no conduce más que a un neomercantilismo.
Tal vez inspirados en el espíritu de Rambouie hoy todavía muchos sostienen “dejar pasar”, olvidando la obligación humana de la economía. El nuevo mundo económico tiene que estar marcado por una subsidiaridad horizontal que implica el reconocimiento de una sociedad civil transnacional. Esto es, una buena parte de la cooperación internacional para el desarrollo tiene que ir a la sociedad civil organizada y no a las instituciones del Estado-nación desfalleciente. La preocupación por lo humano conlleva a lo que ha sido mi planteamiento base sobre el tema: la política debe recobrar su primacía sobre la economía, las estrategias deben dirigirse a atender la pobreza creciente y las emigraciones consecuentes, más los nuevos grandes temas como la salud, la salud ecológica y la energía, en un envoltorio de lo humano.
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