Una repetida fórmula avanza en América Latina. Ha nacido una casta de usurpadores de la democracia. Su recorrido se reitera en cada país, con rigurosa precisión.
Los patéticos gobiernos demagógicos que supimos conseguir en el pasado, han sido el caldo de cultivo ideal para la aparición de estos modernos líderes mesiánicos que combinan su perfil autoritario con un discurso populista, una inteligente perversidad y ese hipócrita fervor democrático que los delata en forma inconfundible.
La democracia es la herramienta imprescindible que utilizan para ejecutar su proyecto. Se trata de declararse amantes de ella y al ejercerla, sentar las bases de su propio aniquilamiento. La voluntad popular es el medio para quitarle libertades a la gente, acumular poder, destruir la republica y quedarse con todo a su paso.
El camino lo conocemos, promesas populistas, mucho de demagogia y predecibles triunfos electorales. Con altos niveles de popularidad queda allanado el camino para implementar la segunda fase del plan. Reformar la Constitución, la Carta Magna, para sentar las bases de un reeleccionismo indefinido, un presidencialismo eterno que limite a los otros poderes de la república, a los que someterá en forma directa o indirecta.
A partir de ahí, todo es un juego de niños. Con la suma del poder público, vendrá la etapa del sojuzgamiento. Una reelección primero, otra después, dando pasos graduales pero firmes, para concentrar el poder institucional, amedrentar a los adversarios, para cerrarle todas las puertas de acceso al poder y acallarlos de cualquier modo.
Será tiempo entonces del periodo expropiador, el de estatizar progresivamente, exacerbando el espíritu nacionalista, demonizando a los extranjeros, y concentrando la propiedad en manos del Estado para minimizar el espacio para la propiedad privada.
La idea es poner de rodillas a la sociedad para ir por todo. Quieren el poder, las propiedades, la libertad y la conciencia de la gente. Para esa etapa tendrán que eliminar derechos esenciales, dominar los medios de comunicación y establecer un control policial sobre los individuos, creando para ello, enemigos artificiales que justifiquen cada avance sobre esas libertades.
Estos líderes populistas, para construir ese sueño, requieren de un instrumento que lo han encontrado en la democracia. Pero es en realidad ESA forma, tan particular de concebirla, esa que aceptamos mansamente, respetando una regla falsa, la que les permite a estos apropiadores del sistema, avanzar en su proyecto.
Es que en América Latina ha crecido desproporcionadamente una creencia que no resiste análisis alguno. Estos déspotas han construido un modo de interpretar los principios de la democracia que se sostiene sobre la base de que todo lo que decide una mayoría debe ser aceptado por la minoría. Una concepción casi aritmética de un valor superior. Han convertido una filosofía que posibilita la convivencia en sociedad, en una mera fórmula matemática, donde los más aplastan a los menos.
Así, el que gana impone, y el que pierde se somete. Esa lógica electoral, otorga derechos. Cada vez que triunfa, puede hacer lo que se le antoje, y esto incluye el derecho a destruir el sistema y vulnerar sus principios fundacionales en el proceso.
Es que en nuestras tierras, mucha gente cree genuinamente que de eso se trata la democracia. Han comprado la idea de que cada compulsa electoral es algo así como una disputa deportiva, en la que hay que pasar a la siguiente fase.
La democracia es un sistema de convivencia pacífica, donde la ciudadanía delega en manos de algunos pocos un poder que le resulta propio. El poder sigue siendo ciudadano. Por eso, los circunstanciales líderes deben entender que están a préstamo, de paso, solo de paso. Pronto serán historia, y si hacen las cosas razonablemente bien, podrán aspirar a dejar una huella para las generaciones futuras, tal vez un legado.
Las dictaduras actuales han decidido no tomar el histórico camino de la revolución cubana. Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y la propia Honduras, de la mano de sus nuevos caudillos, han tomado un recorrido más perverso, menos frontal, sustancialmente más hipócrita y retorcido. Ya no precisan de las armas, ni de la guerrilla en su sentido histórico. Ahora han elegido disfrazarse detrás de los ropajes de la democracia. Un sistema en el que no creen, que detestan, pero que les viene bien para dominar por etapas y con un programa pergeñado al detalle, quitando una a una las libertades a la sociedad.
La democracia no es la caricatura que estos dictadores en potencia nos ofrecen. La democracia preserva a las minorías, respeta las libertades individuales, construye sobre consensos, garantiza la diversidad y el pensamiento diferente y jamás trabajaría para limitar su esencia, sino, en todo caso, para hacerla más transparente, más ciudadana.
Estos dictadores, seguirán intentando convencernos, que cada elección ganada otorga derechos para imponer. Para perpetrar su objetivo necesitan de una sociedad capaz de creer ese cuento, de jugar ese juego, del enemigo irreal que justifica la concentración de poder. Pero también requiere de una sociedad descomprometida, la de los individuos que creen que la política es tarea de otros y que no vale la pena participar.
Los apropiadores de la democracia conocen las reglas, saben que con un poco de mística en sus filas y la apatía de una comunidad que los avala con su apoyo o su silencio, pueden dar los primeros pasos de este camino. Muchos países ya han avanzado bastante en esto. Otros se encuentran recorriendo ese sendero con diverso éxito. Lo grave es que el plan trazado no se detiene, van por más y la gente sigue creyendo que esto de la democracia es un juego infantil que no gravita demasiado en sus vidas.
Es tiempo de despertarse. Estos dictadores vienen por nosotros. Son inteligentes y perversos. Pero deben servirse de esta democracia como el nuevo instrumento que han hallado para ejecutar su proyecto. Necesitan una democracia débil, una republica anémica y una sociedad resignada, capaz de buscar en esos Mesías la solución a sus problemas. Ellos avanzan, pero en su propósito, somos los mismos ciudadanos los que construimos los pilares de su recorrido.
Muchos pequeños dictadores pululan por nuestras geografías. La imperfecta democracia que hemos construido tímidamente, alberga a demasiados personajes como estos. Aprender a identificarlos es una tarea que bien vale la pena. Es tiempo de cuidarse de los usurpadores de la democracia.
Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
Corrientes – Corrientes – Argentina
www.albertomedinamendez.com
03783 -15602694
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Los patéticos gobiernos demagógicos que supimos conseguir en el pasado, han sido el caldo de cultivo ideal para la aparición de estos modernos líderes mesiánicos que combinan su perfil autoritario con un discurso populista, una inteligente perversidad y ese hipócrita fervor democrático que los delata en forma inconfundible.
La democracia es la herramienta imprescindible que utilizan para ejecutar su proyecto. Se trata de declararse amantes de ella y al ejercerla, sentar las bases de su propio aniquilamiento. La voluntad popular es el medio para quitarle libertades a la gente, acumular poder, destruir la republica y quedarse con todo a su paso.
El camino lo conocemos, promesas populistas, mucho de demagogia y predecibles triunfos electorales. Con altos niveles de popularidad queda allanado el camino para implementar la segunda fase del plan. Reformar la Constitución, la Carta Magna, para sentar las bases de un reeleccionismo indefinido, un presidencialismo eterno que limite a los otros poderes de la república, a los que someterá en forma directa o indirecta.
A partir de ahí, todo es un juego de niños. Con la suma del poder público, vendrá la etapa del sojuzgamiento. Una reelección primero, otra después, dando pasos graduales pero firmes, para concentrar el poder institucional, amedrentar a los adversarios, para cerrarle todas las puertas de acceso al poder y acallarlos de cualquier modo.
Será tiempo entonces del periodo expropiador, el de estatizar progresivamente, exacerbando el espíritu nacionalista, demonizando a los extranjeros, y concentrando la propiedad en manos del Estado para minimizar el espacio para la propiedad privada.
La idea es poner de rodillas a la sociedad para ir por todo. Quieren el poder, las propiedades, la libertad y la conciencia de la gente. Para esa etapa tendrán que eliminar derechos esenciales, dominar los medios de comunicación y establecer un control policial sobre los individuos, creando para ello, enemigos artificiales que justifiquen cada avance sobre esas libertades.
Estos líderes populistas, para construir ese sueño, requieren de un instrumento que lo han encontrado en la democracia. Pero es en realidad ESA forma, tan particular de concebirla, esa que aceptamos mansamente, respetando una regla falsa, la que les permite a estos apropiadores del sistema, avanzar en su proyecto.
Es que en América Latina ha crecido desproporcionadamente una creencia que no resiste análisis alguno. Estos déspotas han construido un modo de interpretar los principios de la democracia que se sostiene sobre la base de que todo lo que decide una mayoría debe ser aceptado por la minoría. Una concepción casi aritmética de un valor superior. Han convertido una filosofía que posibilita la convivencia en sociedad, en una mera fórmula matemática, donde los más aplastan a los menos.
Así, el que gana impone, y el que pierde se somete. Esa lógica electoral, otorga derechos. Cada vez que triunfa, puede hacer lo que se le antoje, y esto incluye el derecho a destruir el sistema y vulnerar sus principios fundacionales en el proceso.
Es que en nuestras tierras, mucha gente cree genuinamente que de eso se trata la democracia. Han comprado la idea de que cada compulsa electoral es algo así como una disputa deportiva, en la que hay que pasar a la siguiente fase.
La democracia es un sistema de convivencia pacífica, donde la ciudadanía delega en manos de algunos pocos un poder que le resulta propio. El poder sigue siendo ciudadano. Por eso, los circunstanciales líderes deben entender que están a préstamo, de paso, solo de paso. Pronto serán historia, y si hacen las cosas razonablemente bien, podrán aspirar a dejar una huella para las generaciones futuras, tal vez un legado.
Las dictaduras actuales han decidido no tomar el histórico camino de la revolución cubana. Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua y la propia Honduras, de la mano de sus nuevos caudillos, han tomado un recorrido más perverso, menos frontal, sustancialmente más hipócrita y retorcido. Ya no precisan de las armas, ni de la guerrilla en su sentido histórico. Ahora han elegido disfrazarse detrás de los ropajes de la democracia. Un sistema en el que no creen, que detestan, pero que les viene bien para dominar por etapas y con un programa pergeñado al detalle, quitando una a una las libertades a la sociedad.
La democracia no es la caricatura que estos dictadores en potencia nos ofrecen. La democracia preserva a las minorías, respeta las libertades individuales, construye sobre consensos, garantiza la diversidad y el pensamiento diferente y jamás trabajaría para limitar su esencia, sino, en todo caso, para hacerla más transparente, más ciudadana.
Estos dictadores, seguirán intentando convencernos, que cada elección ganada otorga derechos para imponer. Para perpetrar su objetivo necesitan de una sociedad capaz de creer ese cuento, de jugar ese juego, del enemigo irreal que justifica la concentración de poder. Pero también requiere de una sociedad descomprometida, la de los individuos que creen que la política es tarea de otros y que no vale la pena participar.
Los apropiadores de la democracia conocen las reglas, saben que con un poco de mística en sus filas y la apatía de una comunidad que los avala con su apoyo o su silencio, pueden dar los primeros pasos de este camino. Muchos países ya han avanzado bastante en esto. Otros se encuentran recorriendo ese sendero con diverso éxito. Lo grave es que el plan trazado no se detiene, van por más y la gente sigue creyendo que esto de la democracia es un juego infantil que no gravita demasiado en sus vidas.
Es tiempo de despertarse. Estos dictadores vienen por nosotros. Son inteligentes y perversos. Pero deben servirse de esta democracia como el nuevo instrumento que han hallado para ejecutar su proyecto. Necesitan una democracia débil, una republica anémica y una sociedad resignada, capaz de buscar en esos Mesías la solución a sus problemas. Ellos avanzan, pero en su propósito, somos los mismos ciudadanos los que construimos los pilares de su recorrido.
Muchos pequeños dictadores pululan por nuestras geografías. La imperfecta democracia que hemos construido tímidamente, alberga a demasiados personajes como estos. Aprender a identificarlos es una tarea que bien vale la pena. Es tiempo de cuidarse de los usurpadores de la democracia.
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