Los optimistas han teorizado durante mucho tiempo que Hugo Chávez, presidente de Venezuela, sufriría su Waterloo cuando se pinchara la burbuja petrolera. Pero, con la caída de 75% del precio del petróleo respecto a sus picos del año pasado y el país todavía firmemente bajo la mano de hierro del régimen, esa teoría debe ser revisada.
Es cierto que el descontento popular con el chavismo ha ido en aumento mientras caía el precio del petróleo. De hecho, es probable que el desencanto aumente en los próximos meses a medida que la economía tambalea. Pero, habiéndose valido de los años del boom para consolidarse en el poder y destruir todos los controles institucionales al poder, Chávez tiene pocos incentivos para redirigir el país hacia el pluralismo político incluso cuando muchos venezolanos estén hartos de su tiranía. En todo caso, bien podría volverse más agresivo y peligroso a medida que se desvanece el fulgor de su antorcha revolucionaria en 2009 y se siente más amenazado.
Ciertamente, no cabe esperar que las "elecciones" importen demasiado. Chávez ahora controla por completo el proceso, desde las listas de votantes a los recuentos totales tras el cierre de urnas. En medio de una presión política, aceptó la derrota en 2007 de su intento de llevar a cabo una reforma de la Constitución para perpetuarse en la presidencia de forma vitalicia. Pero, ¿y qué? Esa derrota le permitió mantener un semblante democrático y ahora ha decidido que habrá otro referendo sobre la misma cuestión en febrero. Se puede presumir que Venezuela repetirá este ejercicio hasta que se produzca la respuesta buscada.
Todos los estados policiales convocan "elecciones". Pero también se especializan en combinar el uso monopolístico de la fuerza por parte del estado con un monopolio del poder y el control de la información. Tomadas en conjunto, estas tres armas anulan la disensión con facilidad. Venezuela es un ejemplo claro de ello.
El gobierno de Venezuela es ahora un gobierno militar. Chávez purgó el liderazgo de las fuerzas armadas en 2002 y reemplazó los oficiales despedidos con otros leales a su causa socialista. Como sus contrapartes en Cuba, estos comandantes reciben una buena compensación. La falta de transparencia hace imposible saber cuánto reciben por su lealtad, pero se puede asumir que no han quedado fuera de la fiesta petrolera de la que los chavistas obedientes han disfrutado a lo largo de la última década. Incluso si mengua la riqueza disponible este año, lo más probable es que no disminuyan ni su importancia ni su recompensa.
Chávez también ha tomado el control de la Policía Metropolitana en Caracas, ha importado agentes de inteligencia de Cuba y ha armado a sus propias milicias bolivarianas, cuyo trabajo es hacer cumplir la ley en los barrios. Si la población decide estar cansada de ser gobernados por un solo hombre, el chavismo tiene suficientes armas a mano para convencerla de lo contrario.
Sin embargo, el arte de la dictadura ha sido muy refinado desde que Stalin mató a millones de su propia gente. Los tiranos modernos entienden que hay muchas maneras de manipular a sus sujetos y la mayoría no requieren el uso de la fuerza.
Una medida que Chávez utiliza mucho es el control de la narrativa. En las escuelas del gobierno, se adoctrina a los niños en el pensamiento bolivariano. Mientras, el estado ha anulado la independencia de los medios de comunicación y ahora domina toda la televisión gratuita del país. Esto le permite al gobierno sumergir a los pobres en el dogma antimercado de Chávez. Su público cautivo recibe repetidamente el mensaje de que las dificultades — incluyendo una inflación de 31% el año pasado— son el resultado de los capitalistas cuyo único norte son las ganancias, los cargos a intermediarios y el consumismo.
La pantalla Orwelliana también se utiliza para avivar el sentimiento nacionalista contra los demonios extranjeros, como Estados Unidos, Colombia e Israel. El público ha presenciado la violencia en Gaza a través del prisma de Hamás y la semana pasada Chávez armó todo un circo con la expulsión del embajador de Israel de Caracas.
Las inversiones en revoluciones en América Latina pueden haber disminuido debido a la caída de ingresos. Pero los acercamientos a Irán y Siria probablemente continuarán ya que esas relaciones podrían servir como fuente de financiación al proyecto militar de Chávez. En diciembre, el diario italiano La Stampa reportó haber visto pruebas de un pacto entre Caracas y Teherán en el que Irán usaría aviones venezolanos para traficar armas y Venezuela recibiría ayuda militar a cambio. Este mes, funcionarios turcos interceptaron un cargamento iraní con destino a Venezuela cuyo contenido serían materiales para fabricar explosivos.
A pesar de todo esto, el arma más efectiva del estado policial sigue siendo el control de Chávez sobre la economía. El estado expropia libremente lo que quiere —un centro comercial en Caracas es la última apropiación anunciada por Chávez— y la libertad económica ha dejado de existir. Es más, el estado ha impuesto estrictos controles de capital, imposibilitando el ahorro y el comercio en moneda dura. Los analistas prevén otra gran devaluación del bolívar en un futuro no muy distante. El sector privado ha sido destruido, excepto para aquellos que han se han rendido al tirano.
La caída en ingresos del petróleo podrá empobrecer al estado, pero la oposición es todavía más pobre. Organizar una rebelión en contra de un Chávez menos acaudalado continúa siendo un reto difícil.
Mary Anastasia O’Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
Es cierto que el descontento popular con el chavismo ha ido en aumento mientras caía el precio del petróleo. De hecho, es probable que el desencanto aumente en los próximos meses a medida que la economía tambalea. Pero, habiéndose valido de los años del boom para consolidarse en el poder y destruir todos los controles institucionales al poder, Chávez tiene pocos incentivos para redirigir el país hacia el pluralismo político incluso cuando muchos venezolanos estén hartos de su tiranía. En todo caso, bien podría volverse más agresivo y peligroso a medida que se desvanece el fulgor de su antorcha revolucionaria en 2009 y se siente más amenazado.
Ciertamente, no cabe esperar que las "elecciones" importen demasiado. Chávez ahora controla por completo el proceso, desde las listas de votantes a los recuentos totales tras el cierre de urnas. En medio de una presión política, aceptó la derrota en 2007 de su intento de llevar a cabo una reforma de la Constitución para perpetuarse en la presidencia de forma vitalicia. Pero, ¿y qué? Esa derrota le permitió mantener un semblante democrático y ahora ha decidido que habrá otro referendo sobre la misma cuestión en febrero. Se puede presumir que Venezuela repetirá este ejercicio hasta que se produzca la respuesta buscada.
Todos los estados policiales convocan "elecciones". Pero también se especializan en combinar el uso monopolístico de la fuerza por parte del estado con un monopolio del poder y el control de la información. Tomadas en conjunto, estas tres armas anulan la disensión con facilidad. Venezuela es un ejemplo claro de ello.
El gobierno de Venezuela es ahora un gobierno militar. Chávez purgó el liderazgo de las fuerzas armadas en 2002 y reemplazó los oficiales despedidos con otros leales a su causa socialista. Como sus contrapartes en Cuba, estos comandantes reciben una buena compensación. La falta de transparencia hace imposible saber cuánto reciben por su lealtad, pero se puede asumir que no han quedado fuera de la fiesta petrolera de la que los chavistas obedientes han disfrutado a lo largo de la última década. Incluso si mengua la riqueza disponible este año, lo más probable es que no disminuyan ni su importancia ni su recompensa.
Chávez también ha tomado el control de la Policía Metropolitana en Caracas, ha importado agentes de inteligencia de Cuba y ha armado a sus propias milicias bolivarianas, cuyo trabajo es hacer cumplir la ley en los barrios. Si la población decide estar cansada de ser gobernados por un solo hombre, el chavismo tiene suficientes armas a mano para convencerla de lo contrario.
Sin embargo, el arte de la dictadura ha sido muy refinado desde que Stalin mató a millones de su propia gente. Los tiranos modernos entienden que hay muchas maneras de manipular a sus sujetos y la mayoría no requieren el uso de la fuerza.
Una medida que Chávez utiliza mucho es el control de la narrativa. En las escuelas del gobierno, se adoctrina a los niños en el pensamiento bolivariano. Mientras, el estado ha anulado la independencia de los medios de comunicación y ahora domina toda la televisión gratuita del país. Esto le permite al gobierno sumergir a los pobres en el dogma antimercado de Chávez. Su público cautivo recibe repetidamente el mensaje de que las dificultades — incluyendo una inflación de 31% el año pasado— son el resultado de los capitalistas cuyo único norte son las ganancias, los cargos a intermediarios y el consumismo.
La pantalla Orwelliana también se utiliza para avivar el sentimiento nacionalista contra los demonios extranjeros, como Estados Unidos, Colombia e Israel. El público ha presenciado la violencia en Gaza a través del prisma de Hamás y la semana pasada Chávez armó todo un circo con la expulsión del embajador de Israel de Caracas.
Las inversiones en revoluciones en América Latina pueden haber disminuido debido a la caída de ingresos. Pero los acercamientos a Irán y Siria probablemente continuarán ya que esas relaciones podrían servir como fuente de financiación al proyecto militar de Chávez. En diciembre, el diario italiano La Stampa reportó haber visto pruebas de un pacto entre Caracas y Teherán en el que Irán usaría aviones venezolanos para traficar armas y Venezuela recibiría ayuda militar a cambio. Este mes, funcionarios turcos interceptaron un cargamento iraní con destino a Venezuela cuyo contenido serían materiales para fabricar explosivos.
A pesar de todo esto, el arma más efectiva del estado policial sigue siendo el control de Chávez sobre la economía. El estado expropia libremente lo que quiere —un centro comercial en Caracas es la última apropiación anunciada por Chávez— y la libertad económica ha dejado de existir. Es más, el estado ha impuesto estrictos controles de capital, imposibilitando el ahorro y el comercio en moneda dura. Los analistas prevén otra gran devaluación del bolívar en un futuro no muy distante. El sector privado ha sido destruido, excepto para aquellos que han se han rendido al tirano.
La caída en ingresos del petróleo podrá empobrecer al estado, pero la oposición es todavía más pobre. Organizar una rebelión en contra de un Chávez menos acaudalado continúa siendo un reto difícil.
Mary Anastasia O’Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
Este artículo ha sido reproducido con el permiso del Wall Street Journal [1] © 2009
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Todos los derechos reservados.
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