ND / El Universal
Suele hablarse del chavista como una especie que se divide en dos categorías: los del pueblo y los ladrones. Los "del pueblo", los buenos e inocentes; los otros, serían ratas depredadoras, malucos y avaros. Error. Error. Otra vez error.
Hay diversos tipos, como variada es la sociedad y como espesa la crisis que la recorre. En esta oportunidad se considerará esa subespecie del chavista dirigente, que llegó a posiciones de relativo poder en el turbión encabezado por el comandante, que es parte de la nueva élite y que se asoma tímidamente a la discrepancia. Puede ser parlamentario o dirigente del PSUV; puede tener algún cargo de importancia en un ministerio o empresa del Estado; hasta puede haber llegado a ministro, embajador o militar de alta graduación. Está contento de haber llegado; pero, no está seguro de continuar. Le agradece a Chávez los bienes espirituales o materiales dispensados; pero, no estima que el hombre esté en sus cabales. Ese chavista es una persona que ha aprendido aspectos del funcionamiento del Estado y comprende que se marcha en una ruta peligrosa que conduce a la colisión. Este dirigente chavista tiene puesto el chaleco salvavidas porque conjetura que se avecina una tormenta y, con frecuencia, quiere dejar testimonio de que su compromiso no lo lleva a acompañar la demencia.
Lo Que Mira. El chavista que está dentro de los ministerios de Finanzas o Planificación, o en el búnker del Banco Central entiende que se aproxima una severa crisis en materia fiscal. Se ha gastado más de lo que se tiene, por lo que en algún momento habrá que recurrir a una devaluación macha, aunque sea mocha. Unos recomiendan que sea inmediata y otros pugnan por aguantarla hasta las elecciones, si es que las hay.
El chavista sabe que no sólo hay un déficit contable sino que hay una deuda flotante que el día que se saquen cuentas, todos los ministros de Finanzas reclamarán un correccional particular para afrontar los juicios que vendrán. También sabe que lo que hay en dólares aprobados por Cadivi es suficiente para colocar en riesgo mortal las divisas disponibles.
El chavista también está preocupado por la gerencia presidencial a través de la TV y los espectáculos que otros gobernantes organizan para recibir al Jefe y obtener la tajada que un narcisismo incontrolado hace posible. Basta que un zángano internacional le diga algo así como "no es por elogiarlo, pero usted es un digno mensajero de la patria de Bolívar", para que el hombre afloje unos millones. Cuentan que ya la mafia de vividores europeos, gringos y latinoamericanos, le ha cogido el "tumbao" y las alabanzas tienen tasas más o menos fijas: identificarlo con Bolívar remunera en tanto, compararlo con Fidel, en cuanto; con los dos, en simultáneo, puede desbancar al fisco venezolano.
El chavista también sabe que las 26 leyes han traído mucha desconfianza a los importadores privados de alimentos y que el control ejercido por las policías (de alimentos, Indepabis, y "vecinal" la de los consejos comunales) genera gran distorsión en la cadena de distribución. Hay productos críticos como la carne, arroz, mayonesa, café, azúcar; pero, como ha habido una desaceleración del consumo se tiene la percepción de que el abastecimiento ha mejorado. El Gobierno va a tratar de abastecer el mercado pero no tiene ni el conocimiento ni la logística operativa para hacerlo. Mercal y Pdval son amortiguadores del problema y no soluciones.
Supóngase que este chavista es un parlamentario y ya se sabe los aprietos en que se encuentra para que sus jefes en el Poder Ejecutivo comprendan cómo está la temperatura en la calle, en sus estados o en los sitios que ahora frecuentan. No entiende cómo su líder odia a los empresarios venezolanos y ama, por ejemplo, a los argentinos. Presúmase otro caso, el de un embajador en funciones, que tiene que explicarle a un colega por qué se han estatizado las cementeras, la electricidad, la Cantv, Sidor, haciendas, terrenos y otras bagatelas que están en la tubería. Como se trata de conversaciones ilustradas, piénsese en lo que el embajador bolivariano podrá responder cuando le pregunten de dónde van a sacar los reales que no existen, para pagar lo que este año el líder ha decidido cogerse.
Lo Que Sabe. El chavista de cierto nivel ya conoce ciertas cuestiones clave. Este personaje no es un recién llegado a la actividad política; pateaba cerros, estaba en un partido, conspiraba de tarde en tarde o simplemente soñaba con descender de su particular Sierra Maestra. Actividades o sueños que cumplía mucho antes que Chávez apareciera en escena. Ahora, gracias al líder (aspecto que no deja de reconocer como preámbulo a cualquier conversación), forma parte de una élite. Admítase que no roba sino que tiene su sueldo de unos diez millones de los de antes que sin ser mucho -de acuerdo a los raseros bolivarianos- es algo. Conjetúrese que el chavista interviene en ciertos procesos políticos y sociales, es del partido o de una comisión de la AN o director de un ministerio o alguna cosa que le permita participar en algo más o menos fundamental. Ese personaje ya no es feliz sino uno que se mantiene terriblemente consternado; como ha vivido el barranco político de los 80 y los 90, puede tener la sensibilidad para saber que la élite de la cual forma parte está amenazada, más por la chifladura de su héroe que por las ejecutorias de sus adversarios.
Lo Que Quiere. El chavista de estas características dice, por lo bajo, que "esto es insostenible". No quiere aparecer como disidente porque estima que el destino de Tascón o de Lina Ron no es útil, pero concede que "algo de razón" tienen. El chavista quiere un vuelco que no lo arrastre y destruya. Hasta hace unos meses pensaba que la inteligencia del líder lo llevaría a rectificaciones, como pareció a comienzos de 2008; sin embargo, hoy sabe que tal objetivo es imposible. En este punto surgen dos ramas, la de los resignados y la de los rebeldes. Los primeros estiman que no hay más remedio que seguir embarcados hasta el naufragio porque no hay salvación viable; miran con horror ser estigmatizados por el Jefe en uno de sus arranques de iracundia dominical. Los otros, los que creen que hay que hacer algo, no saben mucho qué es lo que hay que hacer, pero piensan que eso que llaman revolución no puede perderse en las manos de un personaje que extravió la chaveta. Este tipo de chavista no habla mucho, sabe que está vigilado, cuida sus contactos, no desea que lo vean retratado con "el enemigo", pero existe; está allí, a la espera del momento de actuar.
Una fuerza política importante, tal vez llamada a perdurar, podría estar constituida por este sector que no se ha desprendido de Chávez y que, más bien, desea apartarlo. El agotado líder se convirtió en un peligro para los suyos; está en el búnker blindado, enajenado, dando órdenes a ejércitos de niebla.
Suele hablarse del chavista como una especie que se divide en dos categorías: los del pueblo y los ladrones. Los "del pueblo", los buenos e inocentes; los otros, serían ratas depredadoras, malucos y avaros. Error. Error. Otra vez error.
Hay diversos tipos, como variada es la sociedad y como espesa la crisis que la recorre. En esta oportunidad se considerará esa subespecie del chavista dirigente, que llegó a posiciones de relativo poder en el turbión encabezado por el comandante, que es parte de la nueva élite y que se asoma tímidamente a la discrepancia. Puede ser parlamentario o dirigente del PSUV; puede tener algún cargo de importancia en un ministerio o empresa del Estado; hasta puede haber llegado a ministro, embajador o militar de alta graduación. Está contento de haber llegado; pero, no está seguro de continuar. Le agradece a Chávez los bienes espirituales o materiales dispensados; pero, no estima que el hombre esté en sus cabales. Ese chavista es una persona que ha aprendido aspectos del funcionamiento del Estado y comprende que se marcha en una ruta peligrosa que conduce a la colisión. Este dirigente chavista tiene puesto el chaleco salvavidas porque conjetura que se avecina una tormenta y, con frecuencia, quiere dejar testimonio de que su compromiso no lo lleva a acompañar la demencia.
Lo Que Mira. El chavista que está dentro de los ministerios de Finanzas o Planificación, o en el búnker del Banco Central entiende que se aproxima una severa crisis en materia fiscal. Se ha gastado más de lo que se tiene, por lo que en algún momento habrá que recurrir a una devaluación macha, aunque sea mocha. Unos recomiendan que sea inmediata y otros pugnan por aguantarla hasta las elecciones, si es que las hay.
El chavista sabe que no sólo hay un déficit contable sino que hay una deuda flotante que el día que se saquen cuentas, todos los ministros de Finanzas reclamarán un correccional particular para afrontar los juicios que vendrán. También sabe que lo que hay en dólares aprobados por Cadivi es suficiente para colocar en riesgo mortal las divisas disponibles.
El chavista también está preocupado por la gerencia presidencial a través de la TV y los espectáculos que otros gobernantes organizan para recibir al Jefe y obtener la tajada que un narcisismo incontrolado hace posible. Basta que un zángano internacional le diga algo así como "no es por elogiarlo, pero usted es un digno mensajero de la patria de Bolívar", para que el hombre afloje unos millones. Cuentan que ya la mafia de vividores europeos, gringos y latinoamericanos, le ha cogido el "tumbao" y las alabanzas tienen tasas más o menos fijas: identificarlo con Bolívar remunera en tanto, compararlo con Fidel, en cuanto; con los dos, en simultáneo, puede desbancar al fisco venezolano.
El chavista también sabe que las 26 leyes han traído mucha desconfianza a los importadores privados de alimentos y que el control ejercido por las policías (de alimentos, Indepabis, y "vecinal" la de los consejos comunales) genera gran distorsión en la cadena de distribución. Hay productos críticos como la carne, arroz, mayonesa, café, azúcar; pero, como ha habido una desaceleración del consumo se tiene la percepción de que el abastecimiento ha mejorado. El Gobierno va a tratar de abastecer el mercado pero no tiene ni el conocimiento ni la logística operativa para hacerlo. Mercal y Pdval son amortiguadores del problema y no soluciones.
Supóngase que este chavista es un parlamentario y ya se sabe los aprietos en que se encuentra para que sus jefes en el Poder Ejecutivo comprendan cómo está la temperatura en la calle, en sus estados o en los sitios que ahora frecuentan. No entiende cómo su líder odia a los empresarios venezolanos y ama, por ejemplo, a los argentinos. Presúmase otro caso, el de un embajador en funciones, que tiene que explicarle a un colega por qué se han estatizado las cementeras, la electricidad, la Cantv, Sidor, haciendas, terrenos y otras bagatelas que están en la tubería. Como se trata de conversaciones ilustradas, piénsese en lo que el embajador bolivariano podrá responder cuando le pregunten de dónde van a sacar los reales que no existen, para pagar lo que este año el líder ha decidido cogerse.
Lo Que Sabe. El chavista de cierto nivel ya conoce ciertas cuestiones clave. Este personaje no es un recién llegado a la actividad política; pateaba cerros, estaba en un partido, conspiraba de tarde en tarde o simplemente soñaba con descender de su particular Sierra Maestra. Actividades o sueños que cumplía mucho antes que Chávez apareciera en escena. Ahora, gracias al líder (aspecto que no deja de reconocer como preámbulo a cualquier conversación), forma parte de una élite. Admítase que no roba sino que tiene su sueldo de unos diez millones de los de antes que sin ser mucho -de acuerdo a los raseros bolivarianos- es algo. Conjetúrese que el chavista interviene en ciertos procesos políticos y sociales, es del partido o de una comisión de la AN o director de un ministerio o alguna cosa que le permita participar en algo más o menos fundamental. Ese personaje ya no es feliz sino uno que se mantiene terriblemente consternado; como ha vivido el barranco político de los 80 y los 90, puede tener la sensibilidad para saber que la élite de la cual forma parte está amenazada, más por la chifladura de su héroe que por las ejecutorias de sus adversarios.
Lo Que Quiere. El chavista de estas características dice, por lo bajo, que "esto es insostenible". No quiere aparecer como disidente porque estima que el destino de Tascón o de Lina Ron no es útil, pero concede que "algo de razón" tienen. El chavista quiere un vuelco que no lo arrastre y destruya. Hasta hace unos meses pensaba que la inteligencia del líder lo llevaría a rectificaciones, como pareció a comienzos de 2008; sin embargo, hoy sabe que tal objetivo es imposible. En este punto surgen dos ramas, la de los resignados y la de los rebeldes. Los primeros estiman que no hay más remedio que seguir embarcados hasta el naufragio porque no hay salvación viable; miran con horror ser estigmatizados por el Jefe en uno de sus arranques de iracundia dominical. Los otros, los que creen que hay que hacer algo, no saben mucho qué es lo que hay que hacer, pero piensan que eso que llaman revolución no puede perderse en las manos de un personaje que extravió la chaveta. Este tipo de chavista no habla mucho, sabe que está vigilado, cuida sus contactos, no desea que lo vean retratado con "el enemigo", pero existe; está allí, a la espera del momento de actuar.
Una fuerza política importante, tal vez llamada a perdurar, podría estar constituida por este sector que no se ha desprendido de Chávez y que, más bien, desea apartarlo. El agotado líder se convirtió en un peligro para los suyos; está en el búnker blindado, enajenado, dando órdenes a ejércitos de niebla.
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