He cultivado durante estos últimos nueve años una fructífera y respetuosa amistad con mis amigos chavistas. Ninguno de ellos miembros de la Nomenklatura, la boliburguesía o los eternos apernados de la administración pública al precio de una falsa y perruna lealtad a quien controla la taquilla. Me refiero a quienes encuentro a diario en el barrio en que vivo y cumplen las modestas e imprescindibles actividades que nos permiten la sobrevivencia. Cuidadores de carros, vendedores de perritos calientes, acomodadores y cajeras del auto mercado, fruteros, carniceros y pescaderos, vendedores de periódicos, cocineros y demás personal del pueblo llano. En suma: a quienes han sido no sólo la base social de apoyo del “proceso”, sino la fe, la esperanza, la sangre y la carne de su insólita durabilidad política.
Confieso haber encontrado en ellos una fidelidad irrestricta al presidente de la república hasta su reelección en diciembre del 2006. Movidos por la sabiduría del “más vale viejo conocido que nuevo por conocer”, fueron impermeables a la seducción de Mi Negra. Lo que me llevó a considerarlo un craso error publicitario, prueba de una incomprensión del verdadero quid del asunto, y que no le aportó un solo voto chavista a la campaña de Manuel Rosales. Quienes votaron por el gobernador zuliano no lo hicieron por razones pragmáticas y clientelares: lo hicieron por razones de alta moralidad política. Lo que le da un valor aún más significativo al casi 40% que según el CNE optó por su fórmula. Si Rosales, en lugar de empuñar una falsa tarjeta plástica, hubiera prometido “sangre, sudor y lágrimas” a cambio de un impecable, honesto y decente gobierno, posiblemente hubiera obtenido la misma o incluso una mayor votación. Muchos de este lado de la acera que se abstuvieron, lo hubieran respaldado con entusiasmo.
El primer signo de alarma, de una trascendencia inesperada, lo advertí el 28 de mayo de este año que ya se nos escapa. A horas del cierre de RCTV, mi amigo el pizzero –un chavista convencido – me contó afligido del pesar que embargaba a su hijita de siete años por la pérdida de RCTV. “No tenemos dinero para suscribirnos al cable y mi hija se niega a ver otro canal que no sea el 2” – me dijo comentándome el tema del momento. “Aunque usted ni se imagina lo que le sucedió a la hija del perrocalentero que trabaja todas las noches en el semáforo, frente a la panadería” – me agregó. Su hijita de seis años no ha parado de llorar. Y el hombre, que es patria o muerte con Chávez, no sabe qué hacer. Las cosas se podrán muy feas” – remató.
Hasta entonces, los estudiantes apenas iniciaban su largo viaje hacia la libertad. Y cuando Chávez le confesó a Eleazar Díaz Rangel en su recién estrenado programa por Tves que no advertía mayores reacciones al cierre de RCTV y que él esperaba por protestas muchísimo mayores, comprendí que entraba en un callejón sin salida. Aparentemente no tenía la menor idea del berenjenal en el que se estaba metiendo. Se alejaba a pasos estratosféricos del sentimiento popular y se adentraba por el oscuro y tenebroso mundo del castrismo cubano, absolutamente ajeno a las verdaderas querencias del venezolano, anti comunista visceral e irreductible. Libertario hasta el sacrificio, rebelde sin remedio e incapaz de someterse de buen grado al totalitarismo del castrofascismo.
Pues una cosa es el caudillismo, genéticamente inscrito en el ADN vernáculo. Incluso la reelección por varios períodos. Y otra muy distinta la dictadura de sesgo totalitario que comenzaba a asomar sus garras con el proyecto de reforma constitucional que cabalgaba por sobre el cierre de RCTV. Con la pérdida anunciada de valores profundamente afincados en el sentimiento popular: la libertad, el derecho a hacer con la propia vida y los escasos bienes que se posean lo que nos venga en ganas y el derecho a cambiar de rumbo tantas veces como los venezolanos lo estimen pertinente.
Por eso, por el sentimiento de rechazo que advertí en mis amigos chavistas al proyecto de reforma, supe desde un comienzo que Chávez no sólo sufriría una tremenda paliza electoral el 2 de diciembre, sino que, de no enmendar el rumbo y regresar al proyecto originario – así pareciera demasiado tarde – se alejaría cada día más e irreparablemente de sus bases sociales.
Desde entonces, por lo visto y experimentado en los comentarios que a diario escucho entre esos mis amigos chavistas, veo que Chávez va palo abajo y sin retorno. El 6 de diciembre al mediodía, el amigo que acomoda los carros frente a la panadería me dijo alterado por las escatológicas declaraciones de Chávez frente al estado Mayor: “ese señor ya no nos representa”. Hoy, cuando le pregunté por el espectáculo de los rehenes no dudo un segundo en responderme. Me dijo de inmediato:”malo, muy mal asunto, profesor. Chávez y las guerrillas – lo dijo juntando los índices de ambas manos – son algo terrible para Venezuela. Nosotros no queremos ni guerra, ni guerrillas ni guerrilleros. Chávez se equivoca. Ya no nos entiende…”
Ha llegado, en efecto, al peor momento de un político: aquel en que todo, incluso lo que hace con la mejor buena fe – si alguna vez Chávez la tuvo – le sale al revés. Sus gracias se le convierten en morisquetas. Con el circo de los rehenes estará agradando a la izquierda extrema colombiana: se está distanciando dramáticamente de sus propios seguidores venezolanos. Y a nivel internacional se profundiza la sensación de que él y las FARC constituyen una y la misma cosa: narcoterrorismo.
Por cierto, ninguno de mis amigos chavista sabe quién demonios es Oliver Stone. Ni Piedad Córdova. Más útil a sus fines propagandísticos le hubiera sido Rudy Rodríguez. Pero ya se sabe: tampoco respalda sus afanes totalitarios. El hombre como que ya está atrapado. Y sin salida. Va de mal en peor.
Confieso haber encontrado en ellos una fidelidad irrestricta al presidente de la república hasta su reelección en diciembre del 2006. Movidos por la sabiduría del “más vale viejo conocido que nuevo por conocer”, fueron impermeables a la seducción de Mi Negra. Lo que me llevó a considerarlo un craso error publicitario, prueba de una incomprensión del verdadero quid del asunto, y que no le aportó un solo voto chavista a la campaña de Manuel Rosales. Quienes votaron por el gobernador zuliano no lo hicieron por razones pragmáticas y clientelares: lo hicieron por razones de alta moralidad política. Lo que le da un valor aún más significativo al casi 40% que según el CNE optó por su fórmula. Si Rosales, en lugar de empuñar una falsa tarjeta plástica, hubiera prometido “sangre, sudor y lágrimas” a cambio de un impecable, honesto y decente gobierno, posiblemente hubiera obtenido la misma o incluso una mayor votación. Muchos de este lado de la acera que se abstuvieron, lo hubieran respaldado con entusiasmo.
El primer signo de alarma, de una trascendencia inesperada, lo advertí el 28 de mayo de este año que ya se nos escapa. A horas del cierre de RCTV, mi amigo el pizzero –un chavista convencido – me contó afligido del pesar que embargaba a su hijita de siete años por la pérdida de RCTV. “No tenemos dinero para suscribirnos al cable y mi hija se niega a ver otro canal que no sea el 2” – me dijo comentándome el tema del momento. “Aunque usted ni se imagina lo que le sucedió a la hija del perrocalentero que trabaja todas las noches en el semáforo, frente a la panadería” – me agregó. Su hijita de seis años no ha parado de llorar. Y el hombre, que es patria o muerte con Chávez, no sabe qué hacer. Las cosas se podrán muy feas” – remató.
Hasta entonces, los estudiantes apenas iniciaban su largo viaje hacia la libertad. Y cuando Chávez le confesó a Eleazar Díaz Rangel en su recién estrenado programa por Tves que no advertía mayores reacciones al cierre de RCTV y que él esperaba por protestas muchísimo mayores, comprendí que entraba en un callejón sin salida. Aparentemente no tenía la menor idea del berenjenal en el que se estaba metiendo. Se alejaba a pasos estratosféricos del sentimiento popular y se adentraba por el oscuro y tenebroso mundo del castrismo cubano, absolutamente ajeno a las verdaderas querencias del venezolano, anti comunista visceral e irreductible. Libertario hasta el sacrificio, rebelde sin remedio e incapaz de someterse de buen grado al totalitarismo del castrofascismo.
Pues una cosa es el caudillismo, genéticamente inscrito en el ADN vernáculo. Incluso la reelección por varios períodos. Y otra muy distinta la dictadura de sesgo totalitario que comenzaba a asomar sus garras con el proyecto de reforma constitucional que cabalgaba por sobre el cierre de RCTV. Con la pérdida anunciada de valores profundamente afincados en el sentimiento popular: la libertad, el derecho a hacer con la propia vida y los escasos bienes que se posean lo que nos venga en ganas y el derecho a cambiar de rumbo tantas veces como los venezolanos lo estimen pertinente.
Por eso, por el sentimiento de rechazo que advertí en mis amigos chavistas al proyecto de reforma, supe desde un comienzo que Chávez no sólo sufriría una tremenda paliza electoral el 2 de diciembre, sino que, de no enmendar el rumbo y regresar al proyecto originario – así pareciera demasiado tarde – se alejaría cada día más e irreparablemente de sus bases sociales.
Desde entonces, por lo visto y experimentado en los comentarios que a diario escucho entre esos mis amigos chavistas, veo que Chávez va palo abajo y sin retorno. El 6 de diciembre al mediodía, el amigo que acomoda los carros frente a la panadería me dijo alterado por las escatológicas declaraciones de Chávez frente al estado Mayor: “ese señor ya no nos representa”. Hoy, cuando le pregunté por el espectáculo de los rehenes no dudo un segundo en responderme. Me dijo de inmediato:”malo, muy mal asunto, profesor. Chávez y las guerrillas – lo dijo juntando los índices de ambas manos – son algo terrible para Venezuela. Nosotros no queremos ni guerra, ni guerrillas ni guerrilleros. Chávez se equivoca. Ya no nos entiende…”
Ha llegado, en efecto, al peor momento de un político: aquel en que todo, incluso lo que hace con la mejor buena fe – si alguna vez Chávez la tuvo – le sale al revés. Sus gracias se le convierten en morisquetas. Con el circo de los rehenes estará agradando a la izquierda extrema colombiana: se está distanciando dramáticamente de sus propios seguidores venezolanos. Y a nivel internacional se profundiza la sensación de que él y las FARC constituyen una y la misma cosa: narcoterrorismo.
Por cierto, ninguno de mis amigos chavista sabe quién demonios es Oliver Stone. Ni Piedad Córdova. Más útil a sus fines propagandísticos le hubiera sido Rudy Rodríguez. Pero ya se sabe: tampoco respalda sus afanes totalitarios. El hombre como que ya está atrapado. Y sin salida. Va de mal en peor.
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