Cuando
en los años sesenta Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II, el revuelo no
se hizo esperar. Resistencias al descubrir la importancia de las diversidades
locales y la apertura en la discusión de la potencialidad del mensaje
evangélico en un mundo que emergía hacia la visión planetaria. De los cambios
más sencillos que todavía tienen nostalgia fue la inserción de las lenguas
locales en los rituales colectivos del pueblo de Dios y la importancia de las diócesis
insertando cada vez más a los fieles y no fieles, para acompañar a darle nuevos
significados a un mundo que se transformaba.
El
Sínodo sobre la Familia es centro de atención y retos. A pesar de las
constantes profecías que anuncian el fin de la familia como institución, ésta
se ha ajustado a las expectativas del mundo moderno y recibe las presiones de
la postmodernidad. Nos encontramos con una realidad que se transforma y hace
cada día perentorio comprenderla en su diversidad e insertarla en los objetivos
de lo que hoy se plantea como desarrollo sustentable. Si bien hay múltiples
temas que atraen la publicidad por sus desafíos, costumbres y aspiraciones
personales, tenemos realidades que exigen comprenderlas para darles cauces ante
exigencias de responsabilidad colectiva.
La
mayoría de nuestras leyes contemplan la protección de la familia como garantía
de la funcionalidad para los niños. Sin embargo, solemos desconocer que estos
pueden convivir con padrastros, medios hermanos que pudieran no ser garantía de
un desarrollo sano de su personalidad. Las condiciones económicas conllevan que
las “abuelas” reciban hijos, hombres y mujeres en su casa producto de épocas en
que eso era posible. La organización y
educación de la vida familiar la hace la abuela. Los nietos quedan a cargo de
ella y los padres ajenos a la vida familiar se alejan de compromisos
responsables. En la nueva onda de embarazos precoces, la niña madre y el bebé
son criados por las abuelas que admiten esta realidad como parte de la vida. Recientemente
se ha discutido un documental sobre las madres “malandras” y el compañerismo
con sus hijos “malandros” muy alejados del concepto de autoridad concebida como piso inalterable de la
estructura familiar.
La
búsqueda de objetividad propia de las ciencias positivas definió la realidad
social y fueron efectivas para el conocimiento e interpretación del mundo
material, pero hoy resultan insuficientes en el registro del ser que vive y
negocia continuamente con su entorno. La necesaria comprensión de los
significados de vida implica superar la visión arrogante referida a la
cuantificación de los hechos sociales, como es el caso de la violencia, pero
estamos lejos de conocerlos en el aterrizaje de cómo se viven en el día a día.
No son mundos opuestos, sino que aceptamos que se desconocen y se ignoran
mutuamente.
De allí que la familia si bien pudiera ser la manzana de la
discordia, también es la oportunidad de transformar no solo estructuras e
instituciones, sino darle sentido a la existencia.
Mercedes
Pulido
mercedes.pulido@gmail.com
@mercedespulidob
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