No
soy papista y creo que los católicos necesitamos autocrítica para ser más
auténticos, pero confieso que la reciente visita del papa a Cuba y a Estados
Unidos me parece extraordinaria. Tuvo el enorme acierto de romper los
encasillamientos de derecha e izquierda con gestos y mensajes para que cada uno
se sintiera tocado en su interior y movido a dar lo mejor de sí. ¡Un auténtico
líder espiritual por encima de fronteras!
No
es intrascendente que en la Plaza de la Revolución, al pie de la mítica imagen
del Che, invitara a toda Cuba y a su régimen político a servir a las personas,
a los más pequeños y necesitados, y no a las ideologías. Lo dijo desde el
Evangelio y en el corazón de un régimen que por entronizar una ideología
terminó implantando una dictadura sin libertades y escasas oportunidades de
vida, que ahogó los sueños de esperanza que florecieron en los albores de la
propia revolución. Ese mensaje es de una carga de profundidad
político-económica y humana que mina al régimen, al tiempo que llama a construir juntos una Cuba de
oportunidades, con vida libre, digna y justa para todos.
No
era más fácil la visita de un papa a un país de cuna protestante donde hacía
pocas décadas su condición de católico era un obstáculo para que John Kennedy
fuera elegido presidente. Por primera vez un papa era invitado a la Cámara de
Representantes del Congreso Nacional, y a ellos y al pueblo estadounidense no
les habló “desde fuera”, sino desde su interior y su propia historia nacional.
Al igual que el mensaje dictado en la sede de las Naciones Unidas, fue un
discurso retador y exigente, sin caer en la adulación para ganar benevolencia.
Sus palabras les resonaron como salidas de lo mejor de su propio interior y de
algunas páginas y personajes más emblemáticos e inspiradores de su nación.
Dialoguen “a partir de la memoria de su pueblo” y respondan con una creatividad
nueva a los grandes retos actuales de la pobreza, exclusión y brechas sociales
de diversa naturaleza. Lloraron con gratitud y se levantaron emocionados a
aplaudirlo. Al igual se dirigió en su recorrido a los presos y a los católicos
en Filadelfia y Nueva York, y al mundo en la sede de la ONU, asimismo exhortó a
los congresantes a “defender y custodiar la dignidad de sus conciudadanos en la
búsqueda constante y exigente del bien común”. Como Jesús a la samaritana,
invitó a cada uno a sacar de su pozo profundo el agua viva para darla al mundo
necesitado, y a “nacer de nuevo” en espíritu y con verdad. Llamadas dirigidas a
las fibras más profundas de cada ser, donde lo divino y lo humano se
encuentran, y se disuelven las barreras confesionales. En esos ambientes laicos
hizo sentir la necesidad de que “la voz de la fe, que es voz de fraternidad y
de amor, que busca sacar lo mejor de cada persona y de cada sociedad, pueda
seguir siendo escuchada”.
Sin
condenar desde la altura de un pedestal papal, reconoció como hermano que también la religión puede corromperse en
ideología criminal, como ocurre con los fundamentalismos que agreden y matan al
que es diverso. En esa “sangrienta atrocidad” se encuentran también crímenes
cometidos “incluso en nombre de Dios y de la religión”, pues “ninguna religión
es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo
ideológico”. En la Zona Cero de Nueva York, donde “un acto insensato de
destrucción” arrebató miles de vidas, Francisco con otros 10 líderes afirmó que
es “posible y necesario reunirnos desde las diferentes lenguas, culturas y religiones”,
“desde la diferencia aceptada y reconciliada”.
A
la actual tentación de descartar al pobre y a todo lo que nos molesta,
contrapone Francisco la regla de oro expresada por Jesús: “Hagan ustedes con
los demás como quieren que los demás hagan con ustedes” (Mateo 7,12). Es la
actitud espiritual que nos hace personas de bien que regalan el agua de vida: “Tratemos a los demás con la misma
pasión y compasión con la que queremos ser tratados. Busquemos para los demás
las mismas posibilidades que deseamos para nosotros. Acompañemos el crecimiento
de los otros como queremos ser acompañados. En definitiva: queremos seguridad,
demos seguridad; queremos vida, demos vida; queremos oportunidades, brindemos
oportunidades. El parámetro que usemos para los demás será el parámetro que el
tiempo usará con nosotros”.
¡Mensajes
importantes, para esta Venezuela llamada a nacer de nuevo sobre sus actuales
cenizas, sin oportunismo ni hipocresía, en espíritu y en verdad!
Luis
Ugalde S.J.
lugalde@ucab.edu.ve
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