Las
desgarradoras escenas que el mundo observa entre las aguas del Río Táchira y el
puente internacional Simón Bolívar, seguramente se repiten a lo largo de los
2.219 kilómetros de frontera entre Colombia y Venezuela.
Miles
de hombres, mujeres, ancianos y niños
atropellados, golpeados, abusados, robados en sus pertenencias y echados como
perros de Venezuela, por una única
razón: ser colombianos.
El
éxodo de nuestros compatriotas, con colchones, ropa, camas, estufas y neveras
al hombro, acosados por hombres armados hasta los dientes, no solo produce
estupor sino furor; indignación ante la violencia no inédita de la que hace
gala Maduro contra los pobres, a quienes arroja del país y luego marca sus
viviendas con una D para demolerlas, casas humildes, construidas ladrillo por
ladrillo, quien sabe después de cuantos años de sacrificio, de ilusiones y de
hambre.
Maduro
los acusa de paramilitares, ellos no son paramilitares, los paramilitares los
constituyó Chávez en 2006 cuando armó hordas con fusiles AK47 y los llamó
ejército del pueblo, primero fueron cien mil, pero la meta era un millón, que
andan por ahí delinquiendo de boina roja.
Los expulsados a empujón y culata no son criminales, ni colombianos, ni venezolanos, forman parte de un singular conglomerado que se hace llamar colombo venezolano, porque tiene doble nacionalidad, en sus documentos, o por lo menos en sus afectos.
Llegaron
a Venezuela en busca de futuro, hace diez, quince, veinte años, cuando el
bolívar era moneda dura y el promedio per cápita de los venezolanos el más alto
del continente. Había tanta riqueza, que Chávez se sintió con derecho de
regalarla a los países comunistas y socialistas, para promover su política, y sellar
un porvenir miserable para Venezuela.
Estos
colombo venezolanos, al igual que los colombianos y los venezolanos de la
frontera, no conciben el límite como una división internacional, sino como un
referente, como pasar de Chapinero a Teusaquillo, o del barrio Blanco a Ceiba
II.
Cúcuta,
Ureña, San Cristóbal, San Antonio, El Zulia, San Cayetano, no están llenos de
colombianos y venezolanos, sino de familias combinadas, en las cuales el
hermano puede ser zuliano, la esposa cucuteña y el abuelo ocañero, para ellos
un lugar allá y un lugar acá es lo mismo; aquí duermen y allá trabajan o
viceversa, porque es la frontera viva más dinámica del universo, con los
problemas de la binacionalidad, como mafias, contrabando, narcotráfico, que
incluso involucran a la guardia venezolana, pero que nada tienen que ver con
las familias expulsadas, ni eran causa para armar la alambrada fascista, que
rememora la que contra los fascistas de Hitler, levantaron los comunistas en
Berlín, en 1961.
Venezuela, sueño latinoamericano de la democracia, del trabajo y del progreso, fue demolida por el socialismo. Ya nadie viaja a ese país para quedarse, al contrario, los venezolanos, tal como los cubanos de la era castrista, huyeron con sus capitales, asustados por la esquizofrenia expropiadora y el desprecio a la propiedad privada, de los mandatarios.
Muchos
venezolanos están hoy aquí, urbanizando las playas del Océano Pacífico,
levantando edificios fabulosos, y dando empleo a los panameños y fortuna a la
nación. En Venezuela hubieran sido señalados de “oligarquía” expropiados y
encarcelados.
El
despropósito socialista no tiene límites, no aprende de las quiebras de todos
los países ex comunistas, Bulgaria, Croacia, Ucrania, Serbia, Rumania,
Bielorrusia, Macedonia, Letonia, Grecia; tampoco de las ruinas patrióticas en
América Latina que arropan la resignación cubana, y se extendieron a Venezuela,
llegaron a Argentina con un tinte capitalista y que ahora lanzan sus zarpazos a
la institucionalidad democrática de Colombia, conducidas de la mano de Santos,
de las FARC, y de Maduro, que fue quien les armó mesa en La Habana
Los
niños que vimos atravesar el río, con ojos llorosos y camioncitos de juguete,
nacieron en Venezuela, y los ancianos que lo vadearon, con sus huesos a
cuestas, se volvieron viejos en el Zulia y en el Táchira, amando a ese país,
son tan venezolanos como los venezolanos victimizados por Maduro en toda Venezuela.
Las
fotografías de pequeñuelos desmayados entre las aguas del Tachira ante la
mirada prepotente de los militares venezolanos, y la marcación denigrante de
sus casas, recuerdan el inicio del genocidio en los ghettos de Varsovia y Riga,
por eso es importante repasar un poco la historia.
El socialismo es totalitario y sus dictadores son radicales, -que es el primer estado del error- la historia lo reafirma. Son idénticos los mandatarios de la extrema derecha y de la extrema izquierda. Los fachos de Mussolini, en la forma chovinista del socialismo de Estado, son los mismos fachos de Stalin, y de las comunas campesinas de Mao, causantes de las hambrunas de la Unión Soviética y China, y son también, los mismos fachos de Maduro, causantes del colapso económico, de la huida de los inversionistas y de la desaparición de millares de venezolanos.
Los
campos de concentración alemanes fueron idénticos a los Gulags stalinistas, y
la “dictadura del proletariado” promulgada por Marx, ha sido por igual, la
careta usada por dirigentes socialistas para justificar su corrupción. Son
muchos los ex guerrilleros que, alcanzado el poder, en nombre del proletariado,
se aburguesaron y enriquecieron, convirtiéndose en los peores verdugos de sus
hermanos proletarios.
Las
cacareadas igualdades de los mandatarios socialistas se diluyen en las
millonarias cuentas de las familias de Chávez y Ortega, y entre el hacer Evo
que se arrodillen a amarrarle sus zapatos. Ridiculeces bananeras, que de no ser
trágicas fueran cantinflescas.
En
nombre de la dictadura del proletariado, Maduro se armó hasta los dientes para
reprimir a sus antiguos compañeros de pobreza, despotricar barbaridades y
lucir, cual moderno faraón, el pecho cruzado de cadenas y medallas de oro.
Causa
impresión observar en los videos, cómo, en la mitad de su desgracia, con el
agua a la cintura, y con los cachivaches al hombro, los desplazados pasan el
río, llorando, cantando el himno nacional y clamando por Uribe. ¡Qué cachetada
para Santos! Las cámaras no mienten, ellos saben que del “nuevo mejor amigo” de
Chávez y Maduro, no recibirán solidaridad real, tan solo unas cuantas frases enmermeladas,
un par de cobijas y unas noches en albergue temporal. Luego los echará al
olvido, porque pueden crecer, hasta convertirse en obstáculos de su amistad con
Maduro, y podrían llevar al traste su proceso de paz con las FARC.
En
Colombia, al igual que en Venezuela, hay muchos adoradores del madurismo;
quemadores de incienso que celebran cada frase de la bizarra ignorancia del
mandatario, y cada uno de sus decretos, aunque los lleve a la ruina; vende
patrias, insolidarios con su propia sangre, y con su propio pueblo. El ex
presidente Samper, por ejemplo, uno de los peores presidentes colombianos de
todos los tiempos, justificó los atropellos de Maduro desde UNASUR, la entidad
fundada por Chávez como ariete para introducir el socialismo en Suramérica. Este
es uno de los apátridas.
Colombia
está partida a la mitad por Santos, gracias a la forma como conduce el proceso
de paz, y esto ha puesto en evidencia una curiosa enfermedad cerebral, que se
manifiesta mediante aberraciones conceptuales. Los izquierdistas, e incluso
algunos liberales a ultranza, perdieron la objetividad, y asumen que es su
obligación santificar a Chávez y a Maduro; respaldar a Santos; apoyar el
proceso de paz, con todo y sus montajes; apoyar la guerrilla, con todo y sus
abusos; considerar a Uribe como un demonio y tacharlo de paramilitar. Razones
todas, contrarias a la dialéctica, pero acordes con el propósito de posicionar
a los violentos en los puestos de mando del Estado.
Ni
uribistas, ni santistas, ni izquierdistas son poseedores de la verdad revelada,
pero los hechos y la coherencia indican que los presidentes Santos y Maduro,
unidos por la misma esvástica, (No hay contradicción) están llevando a sus
pueblos al desastre.
Mario
Javier Pacheco García
mariojavierpacheco@gmail.com
@mariojpachecog
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