"Unidad no
es confusión, ni solidaridad puede ser complicidad"
Venezuela es un
país destruido. El Estado acosa a la Nación; acosa a los ciudadanos porque al
frente del Estado están agentes de un poder extranjero; poder que desprecia a
los venezolanos porque les pertenece un territorio bendecido por Dios, con
riqueza que disfrutaron para envidia y rencor de quienes hoy la explotan. Por
eso en Venezuela no gobiernan los venezolanos, mandan los castristas cubanos y
sus agentes locales, manda la narcoguerrilla colombiana, con sus socios
regionales y nacionales.
Si lo anterior
suena grave y desagradable, peor es la manera como lo contempla el mundo. Somos
el hazmerreir del mundo. En la ONU, OEA, Unión Europea y cuanto organismo
mundial o bilateral existe, somos objeto de mofa, lástima y hasta desprecio:
"estos no son los paisanos de Simón Bolívar, Antonio José de Sucre o José
Antonio Páez", dicen quienes nos ven hoy.
La lista de
desgracias que sufren los venezolanos es harto conocida no vamos a repetirla,
ni siquiera resumirla, pero hay una que poco se menciona pues no parece
sentirse como sí se sienten las materiales tan evocadas. Me refiero a la
pérdida, no merma, pérdida, de nuestra soberanía. No somos un país libre, y no
me refiero a la libertad individual o colectiva que otras veces hemos llorado
que nos hace un atajo de esclavos, una recua ajena, sino que nuestras vidas y
destino no se decide en Venezuela ni por venezolanos.
En efecto, antes
de 1810 y 1811 los habitantes de la Capitanía de Venezuela eran súbditos de la
corona española; estaban conscientes de ello pero por aspirar a iguales
derechos que los peninsulares se les
ocurrió la idea la Independencia, y se desató una guerra espantosa que diezmó a
la colonia rebelde. Ninguna colonia pago el precio de Venezuela por su soberanía
y libertad; logradas éstas, sufrimos pobreza y luchas intestinas como otras
naciones hermanas hasta enseriar nuestro propósito nacional y, liberada, por
obra de Dios, de la horrenda tiranía de Juan Vicente Gómez, tuvimos la suerte
de un general civilista, Eleazar López Contreras, que marcó la senda de la
civilidad y el respeto por el derecho como instrumento de regulación social.
Así, a trancas y barrancas, fuimos en camino a integrarnos al mundo moderno
democrático, hasta llegar al hoy denostado periodo democrático de los 40 años
vividos entre 1958 y 1998.
Mas la riqueza
que nos dio el petróleo y su manejo acertado desde la administración de
Gumersindo Torres, no obstante al estanco político del país, fue creando
atractivos foráneos a la par de envidias y resentimientos que los venezolanos no
advertíamos. Fidel Castro, desde antes de montarse en la cubana Sierra Maestra
a esperar que los estudiantes y la clase media derrocara, con mucho sacrificio
y sangre, al dictador Fulgencio Batista, ya le había puesto el ojo y gusto, a
nuestro petróleo. Fracasó por las buenas gracias al carácter nacionalista de
Rómulo Betancourt; lo intentó por las malas invadiendo militarmente a Venezuela
-única vez en su historia- y nuestras fuerzas armadas, haciendo honor a su lema
de "Herederas de las glorias del ejército libertador", bajo la
decidida conducción de políticos patriotas como Betancourt, Caldera y Leoni,
volvió a ser derrotado. No obstante, no contó Venezuela, adormecida por las
mieles opiáceas de la riqueza petrolera, con la traición de Hugo Chávez Frías,
militar sin patria ni honor, que, en busca de poder personal y familiar,
escogió servir y poner a Venezuela a servir a un nuevo monarca, el cancerbero
de la Cuba de Martí, Fidel Castro. Enamorado y enloquecido por los halagos del
tirano cubano, Hugo Chávez entregó la soberanía lograda por los patriotas de
Bolívar y Páez, y en nombre del primero para mayor burla de la historia.
Todo lo anterior
lo conocemos, lo tratamos de masticar, explicar y digerir pero no lo logramos
pues hay elementos que no alcanzamos a comprender; unos extraños y otros
propios. Entre los extraños está la actitud decepcionante de las repúblicas
hermanas que parecen solazarse en nuestra desgracia, como si fuera el castigo
para nuestra soberbia de ricachones envidiados; al igual el de otras naciones,
otrora amigos, como España, Italia y USA, que han actuado guiadas por sus
intereses inmediatos y no por los principios que enarbolan. Pero estas
actitudes extrañas no son la causa de nuestra desgracia de hoy; los causantes
somos nosotros, los venezolanos, y a nosotros nos toca y corresponde rescatar
nuestra dignidad.
Dos ejemplos que
representan nuestra sumisión vergonzosa a la tiranía cubana los trae la prensa
de hoy 14 de agosto cuando reseña al colombiano colocado en Miraflores por el
cumpleañero Fidel Castro, en la celebración de sus 89 años senectos, y ríe a
los camarógrafos internacionales por la comparsa del chulo boliviano y de
Maduro en el carro con el que pasean su desfachatez; el otro, la declaración
del Secretario de Estado (Canciller) de USA, John Kerry, con ocasión de izar la
bandera americana en la sede de su embajada en La Habana, mientras arriaba las
principios de ésta, sacrificando su honor y dignidad por pingües negocios, que
confiesa que "las conversaciones con Cuba (sic) incluyen el tema de
Venezuela", es decir, su colonia.
Venezuela puede
soportar carencias materiales, escasez de bienes indispensables, inseguridad
ciudadana, como lo han hecho otras naciones producto de guerras o catástrofes,
pero Venezuela no se merece la humillación de volver a ser otra vez colonia.
Los civiles venezolanos, herederos de quienes protagonizaron la gesta del 5 de
julio de 1811, nos preguntamos qué corre por las venas de nuestros soldados,
jurados en defender la dignidad y honor de su país ¿Qué siente en su estómago,
porque esa víscera sí la debe tener, el general de todos los ejércitos,
Vladimir Padrino López, cuando ve al país sumiso ante el tirano Fidel Castro?
¿Qué siente el resto de la oficialidad y sus soldados de nuestras FAN cuando ven
y oyen estas cosas? ¿Cuánto más necesitan los "herederos de las glorias
del ejército libertador" para rescatar nuestra soberanía y reinstaurar la
república que soñaron Miranda, Bolívar y Páez? ¿Cuánto más? Señores soldados,
tienen la palabra; no la pierdan y no renuncien a ella, está en juego su honor.
Luis Betancourt Oteyza
lubeot@gmail.com
@luisgbetancourt
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