La economía de
mercado libre no existe, porque los gobiernos la impiden. Por eso hay pobreza
precisamente.
Si el mercado no es libre implica que el pobre no es libre de
salir de su pobreza, ni siquiera de intentarlo.
Un mercado intervenido por el
gobierno condena al necesitado a continuar en su condición miserable. “Libre”
significa tener la posibilidad de progresar, de trabajar, ganar dinero, poder
ahorrarlo e invertirlo. Millones de personas hoy en día no poseen esa
oportunidad, entonces ¿cómo poder decir que “tenemos” o “vivimos” en un mercado
“libre”? La misma existencia de gente en estado de indigencia nos da la pauta
de la ausencia de un mercado libre. Sin embargo, podemos observar que en
aquellos países donde los mercados son más libres, la pobreza es mucho menor.
Porque “libre” implica libertad de trabajar, de ganar dinero y de conservar lo
ganado. Si en algún sitio esta potencialidad no existe, no hay allí libre
mercado en absoluto.
Pero ¿qué es
realmente el mercado? El mercado somos todos. Por eso todos lo controlamos. El
gobierno no lo controla. Lo interfiere y obstaculiza (que es cosa bien
diferente). Se llama mercado a la interacción de millones de personas que
diariamente realizan acuerdos (contratos) mediante los cuales intercambian
derechos de propiedad sobre bienes o servicios. En esos intercambios
controlamos que lo que recibimos sea lo que verdaderamente necesitamos más, y
que lo que damos sea lo que realmente precisamos menos.
Es decir, que pagamos
ni más ni menos lo que llamamos un precio justo. La otra parte hace el mismo
control, entrega lo que valora menos por algo que valora más. No hace falta que
un tercero -que no nos conoce- venga a "controlar" la operación, y
menos aún que interfiera sobre ella. Este control lo hacen todas y cada una de
las personas que participan en el mercado.
El gobierno no puede hacer ningún
control de este tipo, porque no puede valorar en lugar de las partes que
participan en la transacción. Sólo puede estorbarla, haciendo que una de las
partes pierda frente a la otra.
En cambio, si el mercado es libre, ambas partes
ganan, porque controlan que así sea justamente. Lo único que hay que controlar
es que ambos contratantes reciban lo esperado de cada uno, y este control sólo
puede estar a cargo de ellos, porque nadie mejor que ellos saben qué es lo que
necesitan y qué fue lo que motivó que decidieran intercambiar entre uno y otro
con exclusión de cualquier tercero. De la misma manera que nosotros controlamos
nuestros gastos diarios. No necesitamos que ningún burócrata lo haga por
nosotros.
También hay que tener
en cuenta que en los países comúnmente llamados "desarrollados"
existen oligopolios y monopolios que, normalmente, son creados y administrados
por los gobiernos en su mayoría, siendo el monopolio más grande de todos, el
propio gobierno.
Pero esto, como es notorio, no es defecto exclusivo de los
países llamados “desarrollados” (habría que ver -además- qué implica
concretamente esta última expresión). Monopolios y oligopolios aparecen y son
frecuentes en economías intervenidas y proteccionistas, tendiendo a desaparecer
a medida que la economía se va abriendo.
Las famosas leyes antimonopolio
-paradójicamente- son, junto con otras, las que crean y mantienen en el tiempo
estas verdaderas concentraciones de capital.
La interferencia del
gobierno en el mercado de trabajo es lo que produce el desempleo creciente, ya
que las leyes laborales rompen el equilibrio natural que existe entre la oferta
y demanda de mano de obra en el mercado y, gracias al cual, la tendencia al pleno
empleo es una constante.
El efecto de las leyes laborales (también llamadas
“sociales” denominación redundante y paradójica, como si hubiera leyes que no
fueran “sociales” ya que todas las leyes tienen razón de ser en (y para) un
contexto social) es elevar los costos del trabajo por encima de su nivel de
productividad.
Como consecuencia de este fenómeno, suben los salarios nominales
al tiempo que bajan los salarios reales y el resultado de todo este proceso es
el desempleo. Las leyes laborales eliminan de la competencia a los actuales y
potenciales empleadores, reduciendo el mercado laboral, que más se achica
cuanto más la ley laboral eleva los costos de contratación, todo lo cual
termina expulsando mano de obra hacia el paro o desempleo.
Se ha dicho que en
materia económica “el Estado debe actuar”. Pero se olvida -o se desconoce
directamente- que no actúa ni puede actuar. Sólo los individuos actúan, no las
hipostasis. Esto -en los hechos- significa que los que actúan son las personas
que están a cargo del gobierno, que no necesariamente lo harán bien como con
frecuencia se supone, dado que los gobernantes son tan humanos como cualquiera
de nosotros, ergo son falibles y yerran a menudo, por lo que no existe ninguna
razón que determine que la decisión de un burócrata va a ser superior o mejor
siquiera a la de cualesquiera que no ocupe cargos en la burocracia.
También se pretende
que sean los gobiernos los que determinen los "mejores" mercados y
sociedades. Tampoco esto es posible, porque los mejores mercados y sociedades
son determinados por las personas y no por los "estados" por lo dicho
en el párrafo anterior. Ningún gobierno goza de la omnisciencia que de
ordinario la mayoría de la gente presume que posee. El mercado es un proceso
espontáneo, que surge en las sociedades libres. Los gobiernos sólo pueden
reducir y obstruir este proceso, nunca pueden "mejorarlo", sólo
pueden perjudicarlo.
Se cree que si el
gobierno no interviene, el mercado libre caerá en manos de poderosos ricos.
Pero como dijimos al comenzar, hoy por hoy, no hay mercado libre, porque el
"libre" mercado ya está en manos de los poderosos ricos. Ellos son
los gobiernos y gobernantes. Es "libre" sólo para los gobiernos, no
para el común de la gente. El gobierno reduce la libertad del mercado al ámbito
de los funcionarios, burócratas y algunos mal llamados “empresarios” que
ofician -en realidad- como verdaderos barones feudales, operando al abrigo del
proteccionismo que les brindan precisamente esos mismos burócratas y
funcionarios estatales.
Gabriel Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
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