Un
amigo me hizo llegar un correo que envió Mauricio Macri, el jefe de gobierno de
la ciudad de Buenos Aires y un posible sucesor de Cristina Fernández en la Casa
Rosada.
El mail trae un mapa de
Argentina y en él están superpuestos los mapas de nueve países que son
mundialmente reconocidos como bien desarrollados y que ofrecen alta calidad de vida
a sus habitantes. Son, por orden
alfabético: Alemania, Corea del Sur, Finlandia, Holanda, Israel, Japón,
Noruega, Nueva Zelanda y Singapur.
Lo
que busca el ingeniero Macri es incentivar a sus paisanos para que elijan bien
de cara al futuro y, así, asegurar la prosperidad de la nación. Entre otras cosas, les dice (igual que como
podemos decir nosotros): “Algunos de estos países tienen tierras infértiles o
muy pocas riquezas naturales, y otros, además, están rodeados por enemigos. Sin
embargo no dejan de prosperar (…) ¿Por qué ellos pueden ser exitosos y nosotros
no? (…) No podemos echarle la culpa a nadie de afuera, ni siquiera a la
geografía. Fuimos nosotros mismos, o mejor dicho, fueron los que elegimos para
que nos representen los que lo hicieron. Cambiar las cosas ahora está en nuestras
manos. (…) Si elegimos la dirección correcta podemos ser tan prósperos como
cualquiera (…) No hay nada que lo impida”.
Como
a los viejitos jubilados nos sobra es tiempo, al ver que todavía quedaba
espacio en el mapa para meter otros países, me puse a “googlear”. Encontré que nuestros amigos del sur viven en
un país de 2,8 millones de kilómetros cuadrados, y que la sumatoria de las
áreas de los nueve países mencionados llega a unos 1,3 millones. O sea, que aún quedaría la mitad del espacio
para agregar otros tantos.
Ahora,
cambiemos el mapa y miremos uno nuestro.
Venezuela tiene, más o menos, una tercera parte del territorio argentino
y en él pudiéramos inscribir otros países que gozan de desarrollo y calidad de
vida; no tanta como los nueve mencionados antes, pero que están ahí-ahí con
ellos. Aquí cabrían: Austria, Bélgica,
Dinamarca, España, Italia, Portugal y Reino Unido.
¿Por
qué esos diecisiete nos llevan una morena, siendo que Argentina y Venezuela
gozamos de riquezas naturales cuantiosas, energía a tutiplén, agua abundante y
tierras pródigas; y que les ganamos en clima sin rigores y en luz solar todo el
año? Probablemente, la diferencia esté
en los recursos humanos. No tanto por
las disparidades académicas, porque en Argentina y aquí producimos
profesionales en gerencia, ingeniería, medicina, química, etc. que son
reconocidos en muchos países del mundo
occidental. Somos equiparables en
calidad profesional con los europeos y norteamericanos, aunque tanto en
Venezuela como en Argentina la instrucción especializada se ha deteriorado
bastante últimamente. La productividad
también va palo-abajo en ambos países, pero la curva de caída es más
pronunciada aquí. Pero nosotros les
“ganamos” en fuga de cerebros. Es que
muchos profesionales con juventud, conocimientos y valentía para enfrentar lo
desconocido se están yendo a lugares donde se les reconozcan sus méritos.
También,
la desigualdad entre los países desarrollados y nosotros pudiera ser atribuida
a las disparidades en los niveles de civismo, a la disimilitud en la
perseverancia y el amor al trabajo de las respectivas colectividades
laborales. Pero ni tanto. Los miles y miles de personas que se levantan
a las cuatro de la mañana para poder llegar a la puerta de la fábrica antes de
las siete son una denegación del estereotipo del venezolano flojo.
Queda
solo analizar el factor político. Y ahí
es donde está el meollo del asunto: mientras en los países más civilizados, los
electores sopesan las capacidades y potencialidades de los candidatos para
resolver los problemas de la comunidad; los venezolanos (y los argentinos)
perennemente se han dejado seducir por las ofertas de unos encantadores de
serpientes que prometen el cielo en la tierra, por las proposiciones de
venganza social que hacen unos buenos-para-nada llenos de odio y
complejos. El resultado es una caterva
de mandatarios que no se atreven a hacer lo debido porque temen que vaya a
contrapelo con lo que desea la masa que los elevó al poder. De ahí, en cascada, llegan males como la
inamovilidad laboral, que lleva a la ausencia de trabajadores, que conduce a
la baja en productividad, que resulta en
quiebras, que hace que esas empresas no puedan abonar impuestos ni contribuir a
la seguridad social, que produce una deleznable calidad de vida.
Ojalá
que en las elecciones legislativas que se nos vienen pronto sepamos escoger a
los candidatos; a preferir a los que pueden demostrar méritos por sobre los que
solo pelan el diente y disponen de plata
para convites. De resultar una mayoría
parlamentaria seria —que entienda que se debe más a los ciudadanos que al
partido— podría avanzarse hacia el enseriamiento de la función pública. Sería el comienzo hacia la defenestración de
quien ha asaltado —por medios muy dudosos, por lo demás—, sin ser bachiller
siquiera, el mando ejecutivo.
Termino
con palabras del ingeniero Macri: “Te pido que mires por última vez hacia atrás
para ver lo que pudimos haber sido y no fuimos (…) Ahora sólo miremos hacia
adelante y vayamos a buscar el destino que nos corresponde. Hay mucho trabajo
por hacer. Ya es la hora”.
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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