Siempre me ha sorprendido el pasaje bíblico
del libro de Eclesiastés que habla sobre el tiempo: "Todo tiene su tiempo,
y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora". Eclesiastés. 3:1.
Si nos detenemos a pensar, en la vida hay tiempo para cada cosa, aunque no lo
planeemos. Un día nos reímos y, al siguiente, podemos llorar. Hay tiempos que
llegan de sorpresa, otros que se van dando, que los vamos vislumbrando y otros
que debemos discernir.
Nuestra amada Venezuela está viviendo tiempos malos, se han venido dando, nos han sorprendido, nos han consternado; sin embargo, muchos viven este tiempo como si fuera un buen tiempo, como si lo que acontece es sólo para unos cuantos, entre los cuales ellos no se cuentan. Son estos tiempos los que debemos discernir, los que debemos ver con ojos espirituales para poder actuar más allá del impacto que nos causan en el día a día. Nuestras fuerzas se hacen débiles ante la avalancha del mal; no hay respuesta en nuestra sabiduría para enfrentar la tormenta de mentiras que nos comunican a diario; tratar de mantener el ánimo nos hace sentir hipócritas; la incertidumbre es la reina en nuestros pensamientos.
Entonces ¿qué clase de tiempo es este que
estamos viviendo? ¿Cómo podemos hacerle frente a un tiempo marcado por el mal?
Al hacerme estas preguntas elevo mis ojos al Cielo, entonces una respuesta
viene a mi mente, es clara y contundente: ¡Es el tiempo de estar sobre nuestras
rodillas! Es el tiempo de venir delante del Todopoderoso doblegando nuestro
orgullo, poniendo nuestra soberbia de un lado para darle paso a la voz de Dios.
El estar arrodillado demuestra una actitud de humildad. Cuando entendemos que
debemos estar sobre nuestras rodillas es porque primero se ha arrodillado el
corazón. El corazón se rinde cuando reconoce su pequeñez e insuficiencia en la
presencia de Aquel que puede librarnos del mal.
La respuesta viene mostrándome como en una
película una sucesión de momentos vivídos. Son recuerdos de días en los que
estuve de rodillas, momentos que Dios honró con la respuesta de su amor. Aquel
día, cuando con apenas 8 añitos me puse sobre mis rodillas para clamarle a Dios
por la vida de mi hermana mayor quien había sido embestida por un borracho a las
6 de la mañana cuando iba de camino a su Universidad. Otro día, también siendo muy pequeña, cuando abrumada
por las burlas que los niños en el Colegio hacían de mi hermana menor a causa
de su estrabismo, el dolor traspasó mi corazón, quise arrancarme los ojos para
dárselos a mi hermana y no verla sufrir más.
Mi clamor cuando fuimos sorprendidos con un
robo en nuestra casa y al final lo único que faltaba era el primer sobrino de
la familia que estaba de visita en casa de los abuelos. La gran angustia que
sentí cuando una de mis hermanitas menores se despertó, en una madrugada en la
que papá estaba en la Finca, con un gran dolor en la barriga. La tristeza que
me embargó cuando despedí a mi hermano, mi compañero y amigo, cuando se fue a
estudiar fuera. No pude despedirlo, cuando desperté de mi desmayo estaba en la
enfermería del aeropuerto y él ya había abordado su avión; al llegar a casa me
puse sobre mis rodillas y le pedí a Dios que pudiera volver a verlo.
Lloré también con la partida de otro de mis
hermanos, en una familia de nueve hijos hay siempre suficientes acontecimientos
para reír y llorar, pero esta vez, sabía que lo volvería a ver. En cada ocasión
mi corazón se rindió ante Dios, y al doblar mis rodillas siempre su paz inundó
mi ser. Una vez me quedé dormida sobre mis rodillas, era apenas una
adolescente, el amor había hecho florecer mi vida y de repente la desilusión
vistió mi primavera con grises. La respuesta que recibí aquel día fue una
promesa que hoy está materializada en un matrimonio con dos hermosos hijos. Más
tarde, en ese hogar que Dios me dio, al esperar nuestro primer bebé, fueron
cuatro las rodillas que se doblaron al enterarnos que era un embarazo ectópico,
el bebé creciendo en una trompa, fuera del útero. Pero hoy, ese bebé es un hombre
maravilloso que ha llenado nuestra vida con muchas alegrías.
Los niños traen con ellos una gran carga de
momentos que nos ponen sobre nuestras rodillas. Muchas noches al pie de la cama
del hijo menor, asmático, revisando la saturación de oxígeno, rogándole a Dios
que le bendijera la vida. Hoy el asmático es un hombre tan saludable que ni
gripe le da. Momentos de enfermedad, de vicisitudes económicas, de problemas de
familia, tantos y tantos momentos que vivimos en los que ni nuestra fuerza, ni
nuestros conocimientos, ni nuestro dinero, ni nada, ni nadie puede sacarnos de
la angustia.
Venezuela está atravesando uno de los peores tiempos de su historia; es tiempo de discernir, de entender que ninguna fuerza humana podrá librarnos de este mal tan grande. Es tiempo de que los venezolanos echemos de nuestras vidas todo ídolo inútil y volvamos nuestros ojos al Altísimo. Tiempo de unir nuestras voces en un solo clamor; tiempo de renunciar a nuestra soberbia para darle paso a la sabiduría divina; de liberar nuestras vidas del odio, tiempo de estar de rodillas ante nuestro Dios.
"Acerquémonos, pues, confiadamente al
trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno
socorro". (Hebreos 4:16 RVR1960)
Rosalía
Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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