Leí las reseñas periodísticas acerca de las
desmemorias y cuentos del ilegítimo porque me niego a ver cadenas. No se las veía al dueño del circo, ¿voy a ver
las del … indocumentado vociferante? De
la lectura, me entero que no ha variado en nada el menú: solo promesas,
mentiras y amenazas —sobre todo, amenazas.
En razón de estas últimas, vino a mi mente algo de Heródoto: “no hay
lugar para la fuerza cuando lo que se requiere es sabiduría”. Y de esta, la verdad es que es mucho lo que
le falta al nortesantandereano y su sartal de ministros. Las acciones y las palabras —más las segundas
que las primeras— lo demuestran hasta la saciedad.
Es tan estúpido decir que la gente hace cola
porque tiene real en el bolsillo y hay abastecimientos en los comercios como
amenazar públicamente a los expresidentes latinoamericanos que vienen a Caracas
para intervenir en un foro de la oposición.
¡Es que es tan fácil echar fieros!
Mucho más que el aprovisionamiento de los supermercados y farmacias con
cosas que la gente necesita. De
demostraciones de fuerza contra los desvalidos y de cargas armadas contra los
manifestantes estamos hasta el tope desde hace dieciséis años. Para nada.
Porque la situación tiende a peor con cada día que pasa. El modelo económico de igualar por debajo
preconizado por el régimen no soluciona; empeora a todos a la larga. Se requiere gente con sabiduría en Miraflores
para que reemplace a la runfla de incompetentes actuales. Y, mientras más temprano, ¡mejor!
A la luz del desastre que dejó el
intergaláctico que iba a ser eterno pero que se murió, sus autores no deben
sentirse felices. Mucho menos al que,
con visitas inoportunas, no dejan descansar en La Planicie, el lugar de su
gesto más heroico. Lo que trae a la
memoria otra frase griega. Esta, dicha
por varios de los pensadores del Siglo de Oro; Sofocles en “Edipo Rey”,
Aristóteles en “Ética a Nicómano” y el ya mencionado Heródoto en su “Historia”
explican que nadie puede considerarse feliz sino al final de su vida. Pero parece que quien la dijo por vez primera
fue Solón. Cuando este ateniense se
entrevistó con Creso, el inmensamente rico rey de Lidia, este le preguntó que
quién era el hombre más feliz que había visto en sus recorridos. Contrariando a Creso, que esperaba que le
contestara que era él, le salió con esta pata de banco: “el hombre no es feliz
sino cuando ha vivido largo tiempo y con logros; antes no podemos llamarlo
feliz sino afortunado”.
Para quienes profesamos la religión
cristiana, es un artículo de fe creer que se puede ser feliz después de la
muerte. Pero solo si se fue justo en
vida. Para quienes no profesan esa
creencia, después de la muerte no se siente nada, mucho menos felicidad. Era lo que le explicaba el Estagirita a su
hijo Nicómano: “La felicidad es la actividad del alma conforme a la virtud (…)
la felicidad la obtenemos por la práctica de la virtud, mediante un largo
aprendizaje o una lucha constante (…) para la verdadera felicidad se necesitan
dos condiciones: una virtud completa y una vida completamente
desarrollada”. De ambas cosas carecen
Nicky y sus carnales. Aviones a su
disposición para darle la vuelta al mundo con sus familiares y para ir a dar
pésames, no hacen felices a quienes disfrutan de esos privilegios (que nos
salen muy caros a los demás), solo afortunados.
Que el capitán Hallaca tenga el poder para desde lo alto de una tribuna
mandar a darle una golpiza a los diputados opositores y seguir con su cara muy
lavada no lo hace un dechado de virtud precisamente. Tampoco es muy virtuosa quien con su rostro
inmóvil —tanto por la contumelia como por el Botox— dispara sentencias que ella
sabe que van contra lo recto, lo legal, lo correcto y lo sensato; solo por
sentar el precedente de que en su tribunal lo que impera es el pensamiento
político y no la justicia.
La tristeza y la miseria que parecen haberse
enseñoreado en Venezuela tienen unos causantes: los empecinados —por falta de
conocimientos y raciocinio— en mantenerse repitiendo año tras año fórmulas que
han sido repetidamente demostradas como inútiles para resolver los problemas
sociales. La ortodoxia
marxista-leninista puede ser muy bonita en la teoría pero falla en la
realidad Y, si además de ser
condimentada con resabios bananeros e insolencia cuartelera, la pone en escena
gente nada virtuosa, el resultado es la inopia.
Por eso, esos individuos nunca serán
felices. Ni saben quién fue Ovidio, que
no era griego sino romano. Aun así, no
porque espero que los mediten sino para complicarles más la vida, les dejo unos
versos de su “Metamorfosis”: “…scilicet ultima semper / Expectanda dies homini
est, dicique beatus / Ante obitum nemo, supremaque funera debet. (…en verdad,
debemos esperar hasta el último día del hombre, no antes de que muera, para
poder decir que fue feliz).
Humberto Seijas
Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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