PEDRO RAFAÉL GARCÍA M |
Para descifrar la alta
estabilidad del sistema de dominación liberal hay que entender cómo funcionan
los actuales mecanismos de poder. El comunismo como mercancía es el fin de la
revolución.
Cuando hace un año Byung-Chul
Han, debatió con Antonio Negri en el Berliner Schaubühne, tuvo lugar un desafío
entre dos críticas del capitalismo. Negri estaba entusiasmado con la idea de la
resistencia global al Empire, al sistema de dominación neoliberal. Se presentó
como revolucionario comunista y se denominó a sí mismo profesor escéptico. Con
énfasis conjuraba a la multitud, la masa interconectada de protesta y
revolución, a la que confiaba la tarea de derrocar al Empire. La posición del
comunista revolucionario le pareció a Byung-Chul Han muy ingenua y alejada de
la realidad. Por ello intentó explicarle a Negri por qué las revoluciones ya no
son posibles.
Ubicando algunas pistas…
¿Por qué el régimen de dominación
neoliberal es tan estable? ¿Por qué hay tan poca resistencia? ¿Por qué toda
resistencia se desvanece tan rápido? ¿Por qué ya no es posible la revolución a
pesar del creciente abismo entre ricos y pobres? Estas preguntas se las hace
Byung-Chul Han. Para explicarse esto nos señala, es necesario una comprensión
adecuada de cómo funcionan hoy el poder y la dominación.
Quien pretenda establecer un
sistema de dominación debe eliminar resistencias. Esto es cierto también para
el sistema de dominación neoliberal. La instauración de un nuevo sistema requiere
un poder que se impone con frecuencia a través de la violencia. Pero este poder
no es idéntico al que estabiliza el sistema por dentro. Es sabido que Margaret
Thatcher trataba a los sindicatos como “el enemigo interior” y les combatía de
forma agresiva. La intervención violenta para imponer la agenda neoliberal no
tiene nada que ver con el poder estabilizador del sistema.
El poder estabilizador de la
sociedad disciplinaria e industrial era represivo. Los propietarios de las
fábricas explotaban de forma brutal a los trabajadores industriales, lo que
daba lugar a protestas y resistencias. En ese sistema represivo son visibles
tanto la opresión como los opresores. Hay un oponente concreto, un enemigo
visible frente al que tiene sentido la resistencia.
El carácter estabilizador del
sistema ya no es represor, sino seductor; es decir, cautivador el sistema de
dominación neoliberal está estructurado de una forma totalmente distinta. El
poder estabilizador del sistema ya no es represor, sino seductor, es decir, cautivador.
Ya no es tan visible como en el régimen disciplinario. No hay un oponente, un
enemigo que oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia. El
neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en empresario, en empleador de
sí mismo. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia
empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases
se convierte en una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí
mismo y se avergüenza. Uno se cuestiona a sí mismo, no a la sociedad.
Es ineficiente el poder
disciplinario que con gran esfuerzo encorseta a los hombres de forma violenta
con sus preceptos y prohibiciones. Es esencialmente más eficiente la técnica de
poder que se preocupa de que los hombres por sí mismos se sometan al entramado
de dominación. Su particular eficiencia reside en que no funciona a través de
la prohibición y la sustracción, sino a través del deleite y la realización. En
lugar de generar hombres obedientes, pretende hacerlos dependientes. Esta
lógica de la eficiencia es válida también para la vigilancia. En los años
ochenta, se protestó de forma muy enérgica contra el censo demográfico. Incluso
los estudiantes salieron a la calle. Desde la perspectiva actual, los datos
necesarios como oficio, diploma escolar o distancia del puesto de trabajo
suenan ridículos. Era una época en la que se creía tener enfrente al Estado
como instancia de dominación que arrebataba información a los ciudadanos en
contra de su voluntad. Hace tiempo que esta época quedó atrás. Hoy nos
desnudamos de forma voluntaria. Es precisamente este sentimiento de libertad el
que hace imposible cualquier protesta. La libre iluminación y el libre
desnudamiento propios siguen la misma lógica de la eficiencia que la libre
autoexplotación. ¿Contra qué protestar? ¿Contra uno mismo?
Es importante distinguir entre el
poder que impone y el que estabiliza. El poder estabilizador adquiere hoy una
forma amable, smart, y así se hace invisible e inatacable. El sujeto sometido
no es ni siquiera consciente de su sometimiento. Se cree libre. Esta técnica de
dominación neutraliza la resistencia de una forma muy efectiva. La dominación
que somete y ataca la libertad no es estable. Por ello el régimen neoliberal es
tan estable, se inmuniza contra toda resistencia porque hace uso de la
libertad, en lugar de someterla. La opresión de la libertad genera de inmediato
resistencia. En cambio, no sucede así con la explotación con la libertad.
Después de la crisis asiática, Corea del Sur estaba paralizada. Entonces llegó
el FMI y concedió crédito a los coreanos. Para ello, el Gobierno tuvo que
imponer la agenda liberal con violencia contra las protestas. Hoy apenas hay
resistencia en Corea del Sur. Al contrario, predomina un gran conformismo y consenso
con depresiones y síndrome de Burnout. Hoy Corea del Sur tiene la tasa de
suicidio más alta del mundo. Uno emplea violencia contra sí mismo, en lugar de
querer cambiar la sociedad. La agresión hacia el exterior que tendría como
resultado una revolución cede ante la autoagresión.
Cada uno es amo y esclavo. La
lucha de clases se convierte en una lucha interna, consigo mismo
Hoy no hay ninguna multitud
cooperante, interconectada, capaz de convertirse en una masa protestante y
revolucionaria global. Por el contrario, la soledad del autoempleado aislado,
separado, constituye el modo de producción presente. Antes, los empresarios
competían entre sí. Sin embargo, dentro de la empresa era posible una
solidaridad. Hoy compiten todos contra todos, también dentro de la empresa. La
competencia total conlleva un enorme aumento de la productividad, pero destruye
la solidaridad y el sentido de comunidad. No se forma una masa revolucionaria
con individuos agotados, depresivos, aislados.
No es posible explicar el neoliberalismo
de un modo marxista. En el neoliberalismo no tiene lugar ni siquiera la
“enajenación” respecto del trabajo. Hoy nos volcamos con euforia en el trabajo
hasta el síndrome de Burnout [fatiga crónica, ineficacia]. El primer nivel del
síndrome es la euforia. Síndrome de Burnout y revolución se excluyen
mutuamente. Así, es un error pensar que la multitud derroca al Empire
parasitario e instaura la sociedad comunista.
¿Y qué pasa hoy con el comunismo?
Constantemente se evocan el sharing (compartir) y la comunidad. La economía del
sharing ha de suceder a la economía de la propiedad y la posesión. Sharing is
caring, [compartir es cuidar], dice la máxima de la empresa Circler en la nueva
novela de Dave Eggers, The Circle. Los adoquines que conforman el camino hacia
la central de la empresa Circler contienen máximas como “buscad la comunidad” o
“involucraos”. Cuidar es matar, debería decir la máxima de Circler. Es un error
pensar que la economía del compartir, como afirma Jeremy Rifkin en su libro más
reciente La sociedad del coste marginal nulo, anuncia el fin del capitalismo,
una sociedad global, con orientación comunitaria, en la que compartir tiene más
valor que poseer. Todo lo contrario: la economía del compartir conduce en
última instancia a la comercialización total de la vida.
El cambio, celebrado por Rifkin,
que va de la posesión al “acceso” no nos libera del capitalismo. Quien no posee
dinero, tampoco tiene acceso al sharing. También en la época del acceso
seguimos viviendo en el Bannoptikum, un dispositivo de exclusión, en el que los
que no tienen dinero quedan excluidos. Airbnb, el mercado comunitario que
convierte cada casa en hotel, rentabiliza incluso la hospitalidad. La ideología
de la comunidad o de lo común realizado en colaboración lleva a la capitalización
valoraciones. También en la economía basada en la colaboración predomina la
dura lógica del capitalismo. De forma paradójica, en este bello “compartir”
nadie da nada voluntariamente. El capitalismo llega a su plenitud en el momento
en que el comunismo se vende como mercancía. El comunismo como mercancía: esto
es el fin de la revolución. Ejemplos visibles China en crecimiento veloz
adaptación y Cuba en su inevitable incorporación total de la comunidad. Ya no
es posible la amabilidad desinteresada. En una sociedad de recíproca valoración
también se comercializa la amabilidad. Uno se hace amable para recibir mejores
Pedro R. Garcia M.
pgpgarcia5@gmail.com
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