Nieto
de Canario e india, mi tocayo Germán (o Germán El Mocho como le llamamos
cariñosamente en irrespeto absoluto al lenguaje políticamente correcto
revolucionario) nació en Santa Teresa del Tuy en los 50 y quedó huérfano de
padre y madre cuando sólo contaba con 8 años de edad. Su hermano, tres años
mayor que él, se hizo responsable.
Su
infancia en medio de la pobreza no le permitió pasar de tercer grado y, aún
niño, trabajó como ayudante de albañil y agricultor.
A los 18 años de una juventud un tanto díscola dejó su pierna
izquierda palpitante sobre el pavimento después de estrellar la moto contra un
carro en una curva de la carretera.
A
partir de ese momento comenzó a utilizar las muletas de aluminio que
caracterizarían su figura y sobre las que adquirió una destreza sorprendente.
Nunca aceptó la pierna ortopédica
ofrecida por samaritanos pero él mismo se fabricó una de madera dura recogida
en el monte aunque pronto, por incómoda, terminó botada en el patio donde la
devoraron los comejenes.
Cuando
lo conocí vivía en un terreno invadido en medio de la montaña, del que años más
tarde lo sacaría a punta de escopeta, una Doña Bárbara teñida de rubio. Su
vivienda era un rancho de bahareque y caña amarga que compartía con la única
mujer que amó y varios niños de edades consecutivas. Hábil albañil, no movía
sin embargo un dedo para mejorar el estado deplorable de su vivienda, siendo
aquella la fuente de las continuas y agresivas disputas conyugales.
Su condición física no le impedía llevar
adelante cualquier trabajo. Era el más indicado para trepar y trozar araucarias
gigantes de arriba hacia abajo así como para calcular el lugar exacto donde
hachar y amarrar un árbol para que no desmadrase ninguna vivienda.
Tampoco
le hacía asco al trabajo rudo de machetero. Dejando una muleta en el piso y
apoyando el muñón del muslo sobre la agarradera de la otra, manejaba el machete
con maestría aún en las pendientes más inclinadas. Era y es, porque nuestra
relación laboral ha continuado a lo largo de 30 años, un hombre inteligente y
hábil al que no hay que andarle encima, ni estar pendiente de que cumpla sus
horarios porque jamás “echa carros”. Su
único defecto: el alcoholismo impenitente de fin de semana que arrasa con toda racionalidad
y lo transforma en un guiñapo tirado en cualquier recodo de la carretera en
medio del desparramo de muletas y sombrero.
Cuando
las peleas conyugales se le hicieron insoportables, abandonó su hogar. Poco
veía a sus muchachos a quienes daba algún dinero de vez en cuando. No tardaron mucho,
los varones, en caer en malos hábitos y en plena adolescencia, policía y
rivales, mataron a los tres. Quedaron las hembras, que tomaron buen camino e
intentan ayudarlo cuando el ron y su tristeza disimulada lo permiten.
En
mi terreno tengo un rancho de madera que utiliza para dormir cuando trabajamos.
Cuenta con agua de manantial y un televisor con TV satelital que le pusimos.
Allí
pasaba horas disfrutando las cadenas del Comandante Eterno. Hoy continúa
disfrutando las cadenas del segundón.
La
Revolución le dio un terreno en Cúa y materiales para construir una casa.
Regaló
todo a sus hijas.
German Cabrera
german_cabrera_t@yahoo.es
@germancabrerat
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