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sábado, 29 de noviembre de 2014

FELIPE GUERRERO, ENCUENTRO FAMILIAR

FELIPE GUERRERO
Volver a la vieja escuela en un ejercicio de desdoblamiento entre la infancia vivida y la evocada, es volver a la memoria del recuerdo de esos años y la aceptación de su desafío frente al tiempo del olvido.

Para desenvolver  el pasado,   hace falta asistir a esa liturgia de la nostalgia serenamente concentrado y reposado a fin de atrapar  en su lozana recreación el espacio de aquellos lejanos años. Dirá la poetisa que «Nos quedamos a solas con la infancia» en una niñez que bien podría leer el vuelo de las mariposas y grabar para siempre las canciones de la ventisca paramera.
Cada día, la clase de geografía servía para que nuestra inolvidable maestra tejiera en un viejo mapamundi aquellos extraños laberintos revestidos de un halo de misterio. Ahí en  nuestra inocente niñez y guiados por tan genial conductora, comenzamos a descubrir esa mágica  y quizá  provocadora urdimbre integrada por meridianos de sueños y paralelos de ilusiones revestidos de esperanza. Nunca pensó mi maestra de cuarto grado de mi querida  escuela que aquella inicial motivación me acompañaría durante toda mi existencia, porque luego asumí la tarea de ser un humilde maestro de geografía.
Entre las piedras de moler de nuestra infancia recuerdo que en alguna de esas interesantes clases de geografía, se nos asignó la tarea de hacer unos cálculos para saber la hora en determinado rincón del mundo. Por esas argucias misteriosas de las que se vale nuestro cerebro para traernos retazos del pasado aparece con «claridad meridiana» nuestra maestra explicando que en el país, para establecer el servicio de la hora legal se decidió que el Meridiano que iba a servir de base para la misma sería el Meridiano de Villa de Cura. Ahí comenzamos a reconocer que esta hermosa población es el centro de la nación, es el corazón de la patria.
Han pasado muchos años pero la clase de geografía es inolvidable. Ahora, en este tiempo anunciador de la navidad volvemos a Villa de Cura. No sé si hace frio porque hay mucha brisa helada en el ambiente,  pero las razones del peregrinaje lo justifican. En esta estación del año nos congregamos para realizar el Vigésimo Encuentro Familiar en donde una lluvia de amor y  gratitud caerá como gotas de un fresco rocío desde los labios y desde el corazón para renovar la convicción en la armonía familiar. La población de Villa de Cura servirá de meridiano para que esas gotas de palabras,  a fuerza de caer, terminen dibujando el río del amor que sentimos por la familia.  Desde hace veinte años nos reunimos en diferentes lugares de la patria y el meridiano de la fraternidad siempre nos permite calcular la hora del amor. Hace veinte años iniciamos este peregrinaje bajo la sombra de un frondoso tamarindo. Ni el inclemente sol de Las Mercedes del Llano alteró el paso inicial que religiosamente se cumple cada año. Luego de veinte estaciones, los pequeños de entonces ya son adultos porque los hijos acumulan luceros, amor y claras transparencias. Hace muchas estaciones comenzamos este peregrinaje y ahora llegamos a esta estación que es la número veinte…
Y… Aquí estamos, igual que el primer día, con el mismo entusiasmo de la primera hora, fundidos en amor puro, embriagados de hermandad, rebozantes de paz. Aquí estamos, bordando nuevamente el corazón con hilos de hermandad.
Y… Aquí estamos, unidos en amor, unidos en gratitud, al sol, a la tierra, a la vida. Unidos por el hilo de la creación. Aquí estamos. Hemos venido volando mares, nadando cielos, andando nubes y perdiendo miedos... Hemos venido creando razones que salen del corazón en acciones.
El encuentro es una jornada de amor: AMOR que late, AMOR que fluye, AMOR que sabe,  AMOR que no olvida.
Volvemos al encuentro en Villa de Cura, el espacio geográfico que es el corazón de la patria,  para compartir con la familia que es el corazón de la humanidad.
PROFESOR Felipe Guerrero
E-mail: felipeguerrero11@gmail.com


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