Sorprende
a propios y extraños la terrible vocación punitiva de la que han dado muestra
los socialistas bolivarianos en estos dieciséis años de gobierno en nuestro
país, de hecho, varios amigos, investigadores sociales y políticos, coinciden
en resaltarlo en sus estudios como una de las improntas características del
régimen.
A
un chavista no se le puede mencionar la palabra “ley” sin que de inmediato
surja la relación inconsciente con “castigo”; si es un abogado, lo primero que
piensa es en el apartado “de las penas”; no hay sino que ver en la televisión,
cuando van hacer un anuncio de nuevas medidas administrativas o de políticas
públicas, el placer de sus rostros al anunciar “de las sanciones”.
El
humanismo que estos socialistas dicen cultivar parece provenir de las fuentes
hobesianas, que resumen su ideario en la frase “el hombre es el lobo del
hombre”, entendiendo que el ideal de hombre que tienen en mente es el de un ser
malvado y violento, que sólo a punta de amenazas y castigos puede ser
encaminado por la vía del ideario socialista.
Su
misma concepción de Estado apunta a un aparataje policial-militar, donde el
ciudadano se encuentra en permanente estado de sospecha y vigilado; debido a
una vocación golpista y criminal que se le endosa, no se le puede confiar
ninguna libertad, ya que pareciera abusar de la confianza otorgada; hasta en
medidas económicas, como la de otorgarle cupos de divisas que por ley le
corresponden, hay que asumir que su intención es hacer la trampa y robar al
estado.
Toda
la administración pública está diseñada para tratar con un ciudadano poco
confiable y deshonesto, eso se nota a leguas; de esa actitud del funcionariado público
hacia los venezolanos, se infiere que es necesaria cierta dosis de humillación
para poder tenerlos bajo control: No es casual que haya la necesidad de
agotarlo haciendo enormes colas y en las circunstancias más adversas; obligarlo
a traer consigo información sobre su
vida, que nada tiene que ver con una gestión en particular; que sean
exageradamente escrupulosos con los requisitos de cualquier trámite, de modo
que tenga que volver una y otra vez para ver si desiste; darle el trato de un
maleante, sin ningún tipo de amabilidad; obligarlo a que sea él quien complete
su propio expediente, en vez del funcionario responsable; no darle información
sobre el próximo paso de la gestión; cobrarle tasas variadas por cada sello que
se implante o papel que se introduzca… la idea pareciera ser infringirle algún
tipo de daño, para que no quepa duda, desde un primer momento, sobre quién es
la autoridad, quién es el que manda.
Los
chavistas tienen una patológica afición por el control de sus semejantes,
quieren saberlo todo del otro, nunca están satisfechos con la información que
el gobierno tiene de sus ciudadanos y están dispuestos a violar la privacidad y
los hogares de las personas para conseguirla; de allí su gusto irresistible por
los registros biométricos y toda la tecnología que envuelve la captación de los
mismos, aparte de que se trata de una buena excusa para montar otro negociado
de maquinas y software “capta algo”; les gustan porque es una nueva oportunidad
de humillar a los ciudadanos, de tratarnos como mercancía, como si los
venezolanos fuéramos de su propiedad.
Les
gusta marcarnos como ganado, con numeritos que dan en las colas, signando a la
gente en los brazos con tinta, introduciendo “chips” inteligentes en nuestros
documentos, en nuestros vehículos, con capta huellas para poder votar y ahora,
para comprar alimentos y gasolina… ¿Para qué? Sólo para sentir que son
gobierno, que tienen el poder de fastidiarnos, para satisfacer su enorme
complejo de inferioridad.
Queda
muy claro para el Venezolano que este gobierno chavista tiene la muy mala
costumbre de que sus ineficiencias, corruptelas, trampas, errores y traiciones
se las endilga, o bien a la oposición, o al Imperio maluco, o se las atribuye
al pueblo; y para crear ese teatro del
absurdo en el que ellos nunca tienen la culpa, proceden a buscar cabezas de
turco, y los castigan por los pecados que ellos mismos cometieron.
Pero
aparte del castigo físico y pecuniario, hay otro tipo de castigo que los
socialistas bolivarianos les gusta aplicar, porque afecta a la población
entera, es la penalidad incorpórea, dirigida inmediatamente a suprimir los
derechos del sujeto jurídico (derecho a la vida, a la libertad de movimiento, a
un justo y oportuno proceso judicial, a la privacidad, etc.); se trata de una
pena más humanizada, ya no se centra en el cuerpo sino en el alma, y sus
efectos son igualmente útiles al momento de controlar al individuo.
Todo
lo que sale, en materia legislativa, de la Presidencia de la Republica y de la
Asamblea Nacional apunta a las penalidades incorpóreas, al garrote sin la
zanahoria, por lo que se deduce que la naturaleza del venezolano no puede ser
moldeada sino a fuerza de prohibiciones, restricciones, multas, aperturas de
procesos, limitaciones de derechos, confiscaciones e inhabilitaciones.
Se
trata de un “humanismo” muy sui generis ya que aunque presumen hacerlo por amor
y solidaridad hacia el pueblo, que es por su seguridad y bienestar, la ruda
verdad es que se maneja el miedo a la sanción, el poder al desnudo- “o haces lo
que digo, o toma lo tuyo”.
Pero
como esos procederes conllevan elementos de discriminación, de favoritismo y
parcialidad, y existen grupos que operan fuera de la norma y que tienen una
vida extralegal, el efecto de estas políticas en la población es el de estar
sometidos a la discrecionalidad de los funcionarios de turno, la ley es para
uno y no para otros; esto crea un efecto adicional de injusticia e impotencia,
que pretende otorgarle mayor importancia a los funcionarios, ya que son ellos
los que deciden en ese momento y para esa precisa gestión, logrando lo
contrario, el desprecio del ciudadano hacia el Estado, sus funcionarios y su
poder discrecional.
El
ejemplo más claro de lo que digo es el del porte lícito de las armas de fuego;
el ciudadano que quiera portar un arma con fines de defensa personal debe pasar
por una serie de exigentes y costosos requisitos, que no necesariamente
resultan en la otorgación del permiso, pero “allá afuera” existe una buena
parte de la población, muchos de ellos con antecedentes penales por crímenes
violentos, que se encuentra armada de manera ilícita para cometer fechorías y
crímenes contra los ciudadanos. El Estado le niega al ciudadano su derecho de
una oportuna y disuasiva defensa, las autoridades desarman a la población que
busca defender su vida y propiedad contra el hampa, nos confisca las armas, nos
hace imposible conseguir municiones, nos hace una ordalía de un simple trámite,
a pesar de que sabe que no nos puede garantizar nuestra seguridad.
Los
ciudadanos sabemos que el Estado es el principal proveedor de armas para la
delincuencia, entre otras cosas, porque el tipo de armas que utiliza es de alto
poder de fuego, instrumental antimotines y armas de guerra, como granadas, que
sólo deberían están en poder de la policía y los militares, ya que el gobierno,
desde hace ya varios años, tiene el monopolio absoluto sobre la importación de
armas.
En
Venezuela, la mayoría de la gente hace las cosas por miedo, no por convicciones
ciudadanas, ni por respeto; los socialistas quieren que la autoridad sea
sentida como un yugo, les gusta esa sensación de poder, igual que los
violadores disfrutan cuando tienen sometidas a sus víctimas.
Si
hay una característica que distingue la gestión socialista del que se dice
presidente de nuestro país, el Sr. Maduro, es el cumulo de leyes y regulaciones
que produce, gracias a la ley habilitante que irresponsablemente le otorgó la
Asamblea Nacional, leyes con sabor a castigo y látigo.
Los
socialistas bolivarianos tratan de aparentar un estado de derecho - ya no una
separación de poderes, que muy claramente han desechado hace ya tiempo como
formas burguesas de dominación - que produce leyes supuestamente discutidas,
que dicen contar con participación los sectores afectados, que describen como
hechas con la intención de elevar el bienestar del pueblo, con la aspiración de
tener más estabilidad y reglas claras, de proteger las libertades… pretenden
que en su elaboración participan las mentes más lucidas y que se cumplen los
requisitos… la verdad es que la informalidad reina en lo legislativo y lo
judicial, los errores de forma y fondo son comunes, las víctimas de estos
errores se cuentan por miles; las normas aparecen en distintas versiones desde
que se aprueban, hasta que se publican, no se respeta la técnica jurídica, no
se comunica apropiadamente el proceso de formación de una ley y el resultado es un pueblo mal informado,
asaltado por ordenanzas que aparecen sorpresivamente, sin aviso ni protesto,
entre gallos y media noche y que afectan su vida de manera definitiva.
Ese
oscuro deseo de castigar, propio de sádicos, resentidos sociales, enfermos de
poder y fascistas, ha desquiciado al pueblo de Venezuela, lo ha sumido en un
estupor propio de animales dispuestos al matadero, esperando su turno para el
sacrificio.
Ahora,
la pregunta clave, ¿Qué motiva a estos hombres y mujeres chavistas en el
gobierno, a desatar tal grado de crueldad sobre la población venezolana? Esto
lo pregunto porque entiendo que no son personas normales, saben y están
consientes que sus acciones y decisiones afectan a millones de ciudadanos, no
hay sino salir a la calle para sentir que Venezuela no está bien, que hay
miedo, que la sociedad tiene problemas graves de seguridad, de confianza, no
hay estabilidad y los problemas económicos del país afectan de manera directa
la salud mental y corporal de todos, incluso de los mismos chavistas… ¿Por qué
persisten en hacerle daño al país?
Los
chavistas apuntan muy alto cuando hablan de sus expectativas morales y éticas;
el amor y la solidaridad son valores que, para cultivarlos y hacerlos una
manera de vida, implican un trabajo de entrega al prójimo, negándose para si
los premios y honores que sus buenas acciones traen consigo, se necesita la
práctica del desprendimiento y del sacrificio por los demás, de la empatía, de
la generosidad, de la humildad… los chavistas creen que el amor y la
solidaridad vienen solos, como si llamarse socialista fuera suficiente para que
estas cualidades humanitarias y humanistas se les pegaran, como por osmosis.
Sin la tarea, sin el esfuerzo, jamás se puede llegar a poseer virtudes.
Lo
que mucha gente hace, simplemente, es simular que aman y que son solidarias, se
llenan la boca de la retorica socialcristiana y lo que practican, en realidad,
es una empatía negativa, en las formas de sadismo y crueldad, que están al otro
lado de la moneda. Ese es el tipo de crueldad, que nace de la ignorancia y de
la falta de propósito ético, que se origina en carencias fundamentales de
afecto y que, una vez que se hace un comportamiento “normal”, embarga al sujeto
con una insensibilidad y adormecimiento moral que lo llevan a escalar a grados
de comportamiento cruel, al punto de cometer atrocidades sin ningún
remordimiento o sentido de culpa.
El
hecho real es que tenemos a ese grupo de personas enfermas en el gobierno, a
unos sádicos irresponsables, castigándonos de todas las formas que se les
ocurre. Nuestro deber es desplazarlas del poder, que alienta su enfermedad y es
el vínculo que las enceguece.
El peor de los mundos sería encontrarnos con la situación de que el pueblo se haya acostumbrado a ser la víctima de estos sádicos, que esta relación enfermiza se perpetúe en el tiempo y pueda llegar a extremos inimaginables.
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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