En diálogo con Marceliano Velázquez.
(El delincuente teme a la palabra que lo define. MV)
Chejendé Estado Trujillo |
Marceliano
Velázquez fue hijo de un sacerdote de esos que a obscuras ocultos levantan la
sotana por cosas de prudencia. Esa prudencia que alimenta a cómplices e
hipócritas, pero, sobre todo es el alma de los adúlteros que desnudos se quedan
cuando escuchan del nombre de su amado alguna de sus delincuencia o deficiencia
mínima que enturbie su pureza o al ídolo le dejen sin aureola y el tótem quede
al descubierto. La histeria llega como
la delación más perfecta de todas. No pueden evitar que se erice la
piel, que la mirada hierva, que la furia aparezca. Cosas de amor y miedo, de
Judas irredento sin cuello para colgar la soga. El adulterio es como le acné,
insistía, sus huellas no se borran,
jamás, por siempre quedan. Marceliano habla de esto y de otros temas conexos,
solía, entonces, para cerrar capítulos, declamar los primeros versos de la casada infiel, de
García Lorca.
Una vez, atino como ahora, le recordaba que
sus cursos en Paris sobre las enfermedades de la piel inútil habrían sido.
Asimilaba el golpe como esos atletas que si alguna vez no alcanzan de primero la cima, lo disputan y nunca son
los últimos. No, no hay falacias en mis
afirmaciones, enfático, en voz forme repetía. Meditaba. El acné tiene su origen en la angustia neurótica, y
citaba a Freud para corregirlo o censurarle que no hubiese dedicado más tiempo para intentar
resolver ese problema que tanto duele, más por el mal en sí, porque desafía al ojo, al ajeno que de
reojo observa y el del espejo que sin
piedad alguna, avergüenza. En su lugar,
ponía énfasis, invirtió sus esfuerzos en otros que si bien conforman males del individuo y la cultura y echado sus bases para la comprensión de la conducta de
la humana especie, su obra quedó como edificio sin conclusión posible porque
fueron endebles sus cimientos, confiados en la verdad de la tragedia griega.
Insistía con voz alta pero suave. El adulterio es el acné, decía, de cuerpos
insaciables en el ejercicio de la traición sin cura. Y recitaba
trozos adecuados al sexo de “el cantar de los cangares”. Salomón es la verdad más pura de la Biblia.
Su más grande poema y se callaba, sonreía
para no molestar al Rey David, también poeta excelso. Sonreía.
Su
casa era un nicho de recuerdos. Su colega y amigo, más que amigo un hermano de
bohemia y secretos, médico de su era de
apellido Corzo, tantas veces se
hospedaba en su casa y disfrutaba del patio flores, pájaros y poemas música de
colores y colores de aromas muy diversas. Solía traerle especies mágicas de Colombia para su pelo suave tierno, encantos de las féminas que jugaban con él
después de las batallas en el lecho y de
castaño su color siempre fuera. Un brandy Napoleón de alta cepa para traer al
hoy los recuerdos de ayer en la ULA, la casa de su inicio y la UCV, su mas
amada casa y los de las amigas buenas
que amarraron su memoria liada en besos.
En
su consultorio, donde iba todo el pueblo, sin distinción de edades, sexos,
costumbres, su única condición, estar enfermo. Nuestro José Gregorio, pero
comunista, repetía la gente agradecida,
según veía en él la bondad y la entrega,
como JG, y su defecto, su Pero,
comunista. Por años de toda su vida de ejercicio médico fue el único comunista
en un pueblo enteramente adeco*, menos
una familia bella y buena como el resto de los que de allí son, que era de
Copei. El sabía muy bien por qué era
comunista, a pesar de Bertrand Russell, cuyo ensayo “por qué no soy comunista”
tenía de cabecera. Más que Marx, Engels,
Lenin, y más de esos, su identificación con Neruda, con Brecht, Miguel Hernández, Picasso,
Maiakovski, Ho Chi Min…le daban más razones para serlo. Otros amigos reforzaron
sus nexos con esperanza en la justicia, en la ética, como la esencia de la vida
buena. Adoración, bien se diría en tono
exacto, mantuvo por el Maestro Antonio Estévez,
afirmaba que era un genio, que La Cantata Criolla era la mejor obra de
nuestra independencia verdadera, indeleble, no sujeta a las arbitrariedades del
poder ni del tiempo. Pude ver que su
consultorio estaba presidido por una foto suya
con Uslar Pietri.
Uslar
y él se conocieron por esas cosas
incidentales de los amigos afirmados en vinos.
El Peludo Márquez, una especie de Zar bueno de Trujillo, o como un Zeus
travieso pero nunca perverso, los había presentado para hacerlos amigos. Uslar buscaba al hombre, no con la lámpara de Diógenes, el
cínico, sino con la campana con las armonías de la verdad en sus sonidos. Uslar
no volvió mas, se fue. Se marchó
convencido de que este pueblo nuestro no escucha las campanas de la reflexión
ni tiempo alguno tiene para la
meditación. Uslar quedó siempre satisfecho de aquel camarada que, allá en Chejendé, prefería conversar de Las
Celestiales y Casas muertas de Miguel Otero y saberse los cuentos perfectos de
Uslar, con más dedicación que la especial dedicada a Las
Lanzas Coloradas…. Y siempre repetía,
Uslar es mucho mejor que todos los adecos. Y, al verse enredado en sus aciertos, se corregía, bueno, solía confesar, Andrés Eloy es poeta así sea adeco, los
poetas son eso… y se echaba un palo para concluir con algún fragmento de un poema al azar
salido de Andrés Eloy. Una vez, le dijo a una mujer que no lo quiso
a pesar de su probado y amor puro, puro amor “he renunciado a ti…” ella nunca entendió, tenía un amante que le
había prometido llevarla a vivir en el Kilimanjaro o en su defecto la
acariciaría bajo las cataratas del Niágara.
Ni ella ni yo sabemos lo que es eso, donde quedan, pero suena bonito y
lo que es bello y bueno existe así nadie sepa
de su ser o existencia. Un soneto
suyo traduce su ternura. *
Su ideal no tenía otras fuentes que sus sueños
de poeta. El mundo tiene que ser mejor
donde vivir podamos los vivos y los muertos.
Muertos están quienes viven en el hondo sin luz de su
silencio, pero también allí se ha de vivir mejor. Y han de tener qué meterle al silencio para que no se muera de hambre el espíritu. Cuando muere el espíritu bien gordo y satisfecho, normalmente, está el cuerpo. A esa gente, es la tarea de una revolución, zafarlos de ese infierno. Sí, del infierno,
insistía. No de ese espacio cerrado creado por Dante, otro de sus grandes
favoritos, sino este, donde el problema no es la libertad de hablar sino hablar porque se tiene qué decir. Tampoco es el placer. Los miserables y los
pobres de espíritu gozan el placer de su
existencia que se sacia con mendrugos, o
con la migaja del panecillo y del
pececillo con el que Cristo puso embrujo a
su hambre y sació sus sueños.
Y ¿los vivos? quise saber de él. Tranquilo,
con la sabiduría y la verdad que afirma el vino, exclamó, son los seres que de la verdad y del
amor hacen su propio sino. La mula de sus pies es el espíritu del sabio
crítico. Su cerebro, la idea que sustentan las manos y que con ellas construye
los poemas, recrea el mundo, trasciende al universo. El poema es el todo. Citaba a Valery, “el verso es una ecuación
perfecta” y añadía de su propia cosecha, todo lo bueno del hombre hecho es la
realizacion de su ser poeta, es la conquista del poema. Se callaba y su silencio de amapolas traducía pensamientos.
Marceliano
sabía mucho de sí, si la depresión o el abandono se posaban en él, se fugaba del pueblo, en su Volkswagen escarabajo. A Caracas, se prescribía reposo y
conversaciones diarias con Gallegos Mancera, un sabio médico, comunista como
él, culto como él, honesto como él, tal como eran los comunistas del ayer. Visitaba a Miguel Otero y cubiertas las alforjas con su avío regresaba
a su pueblo. Pero un día Marceliano se
enfermó de anhelos. Quería ir a
Moscú, para contemplar si eran verdad
sus sueños. Igualad, sabiduría, amor,
tolerancia, creación, libertad, justicia, arte, ciencia, todo eso junto en uno,
todo eso junto en la sociedad toda como una enredadera que asentada en el alma
fuera como la primavera siempre viva, siempre verdad, siempre de ella brotando la luz que ilumina los pasos para no
equivocarse buscando la aurora de la felicidad, del placer, del amor, la
justicia, en fin, de la vida libre de alienaciones, y citaba con densidad a
Marx.
Los
adecos, Manuel a la cabeza, recogieron los reales para que se fuera. Para que
viera que la verdad distante estaba de sus sueños, que aquello no servía como pensado fue por los apóstoles de aquella nueva fe que sin
dios era. Vaya doctor pa’ que regrese
adeco. Usted es un hombre sabio, solía
decirle Chemaro, adeco desde antes de venir al mundo, y como todos los adecos
de esa era, tenían en Betancourt su referencia superior y extrema. Les decían, incisivos siempre, vaya y vea y
regrese le haremos una fiesta de inscripción en el partido, será como un
bautizo y oficiará el propio secretario general al brindar el bautizo. Y
seguían sin descanso, tras cada sorbo de una buena cerveza. Marceliano reía bebiendo la amistad, y sin ni una micra de
ira, les decía, hasta cuando joden. Así era el fin. Se cambiaba de tema.
Marceliano regresó de Moscú.
De avío se trajo más que los poemas de Maiakovski las interrogantes de
su suicidio. Los poetas se suicidan, escribió, como inmolación para que otros
vivan en su memoria crítica la razón de su pena y el peso de su acción sea una decisión de alta pureza para alcanzar al dios del hombre
real o el real dios, la libertad. La
libertad es el único lugar donde convergen y se hacen el amor, la justicia y la paz.
El doctor Emigdio Cañizales, médico como él. Su paisano y amigo,
despidió a Marceliano. Hizo una
apología del camarada. Me comentaron que lloraban las piedras y los
pájaros guardaron un minuto de silencio
para empezar el coro que, nadie sabe como, entonaban fragmentos del réquiem de
Brahms. A quien Marceliano amó y contaba sus penas para que no volvieran.
Hoy es su aniversario de su primer año de su
viaje que debió ser al cielo donde lo
esperan los vinos de Omar Khayyam, el infinito de Tagore y, servirá los vinos la Magdalena desnuda según inmaculada es su pureza.
A un año de su viaje, exhibo este texto que
me regaló en lágrimas envuelto mi compadre Luis, su hijo. “Américo, no te
canses de joder, jode parejo y dedica la vida que te queda para que ayudes a
impedir que gobiernen los muertos, pues, si eso ocurre, pasarán miles de años
para la resurrección de Venezuela”.
En Mitón, un día gris, sin vinos, gélido, 05
de julio de 1997, una sola pregunta,
¿hasta cuando jodes Marceliano, por qué nos dejaste sin poemas?
Notas: adecos se llamó a los militantes de Acción Democrático, un
partido creado por Rómulo Betancourt, pero también exterminado por él en su
esfuerzo por desechar la crítica, ahogar la disidencia. El MIR, Ramos Jiménez,
Prieto, Paz fueron sus primeros muertos hasta morir todos.
Copei fue un partido fundado por Rafael Caldera. Había nacido bajo la batuta
del papa de turno, conjuntamente con la democracia cristiana chilena, de E
Frei. La exactitud de los datos está en sus manos. Como RB, Caldera exterminó a su partido,
enterró vivos a todos los disidentes y
sus lacayos eran seres muertos según la definición de Marceliano y, la cima de su obra, dar su aquiescencia a Chávez….
El texto son palabras de Marceliano que
intenté traducir. Los errores son míos,
la belleza y densidad conceptual son de él.
ENSOÑACIÓN
Abrazando un ensueño, te palpito muy dentro
quise
que mis caricias, te cubrieran por siempre,
sin
embargo no oíste mis clamores clementes
y
partiste muy lejos, con un dolor silente.
A
través de los tiempos, te amé, te quise mucho,
te
sembré en mi memoria; te adoré tanto, tanto.
que
el dolor de la ausencia, se convirtió en un llanto
y
fuiste para mí, mujer para quien lucho.
Si
acaso, aún conservas en tu alma, alguna pena,
aparta
tus temores e invoca mi recuerdo,
que
el olvido no llega, muy pronto: si te quiero,
perpetuando
un delirio, que mi existencia plena.
Quien
sabe, si algún día, nos encontremos juntos,
en
la noche callada y entonces nos besemos,
muy
tiernos y celosos y no nos separamos,
hasta
que un imposible, se transforme en un luto
Americo
Dario Gollo Chávez
americod@gmail.com
@americogollo
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