En
dos semanas el presidente Maduro tuvo tiempo de presentarse en Brasilia a darle
el besamano a su homólogo de Rusia, Vladimir Putin a quien, de paso, dijo le
había tumbado 4 mil millones de dólares; de regresar a Caracas donde lo
esperaba otro ricachón del “Tercer Mundo”, su colega de China, Xi Jinping, el
cual parece que cayó con otros 4 mil millones de los verdes; y de anunciar que
la próxima semana el “Zar de la Economía”, Rafael Ramírez, se presentará en
Nueva York donde se reunirá con un grupo de banqueros también tras la caza del
único bien que le interesa al sucesor de Chávez: dólares, dólares y dólares.
Hiperactividad
cercana al vértigo que tiene una sola característica y señalización: continuar
sin pausa con gobiernos y entes privados del globo el crecimiento de una deuda
externa nacional que ya organismos independientes calculan en 200 mil millones
de dólares, y que al ritmo actual, puede terminar el 2014 con un 20 o 30 por
ciento adicional.
Cifras
y guarismos escalofriantes, de las que solo pueden examinarse con marcapasos, o
sedantes como el Demerol o el Lexotanil, pero que, si hay que ser consecuentes
con los datos de un pasado no tan lejano, ya presidentes como el primer Carlos
Andrés Pérez, y Luís Herrera (en su escala), habían incorporados a sus
presupuestos para provocar nuestra primera crisis de la deuda (comienzos de los
80), insertarnos en la “Década Perdida” y dar inicio a la crisis que ya va por
la hiperinflación de Maduro y la depreciación del bolívar hasta un 1000 por
ciento.
Habría
que destacar, sin embargo, algunas diferencias en cuanto a escenarios y
actores, referidas, unas, al signo de los tiempos que vivieron los presidentes
de hace tres décadas y los de los últimos 15 años; y otras, a las naturalezas
tan dispares de sus gobiernos que parece los separaran siglos.
Para
empezar, Pérez y Herrera, se endeudaron para invertir en proyectos como los de
la ampliación de las empresas de Guayana (metalurgia, producción de aluminio,
carbón, hidroelectricidad que vendrían a reducir la dependencia del petróleo),
obras de infraestructura y políticas sociales (educación, salud, transporte),
con las cuales pensaban que el país, aparte de despegar hacia el desarrollo,
terminaría procurándose los recursos para cancelar la totalidad de los
compromisos.
No
fue así, porque la desactualización de sus estrategas y planificadores
económicos no previó que ya había pasado el tiempo de la revolución industrial
y la electrónica venía a estampar el sello de una nueva edad histórica, y la
corrupción hizo el resto, desguazando los recursos que dejaron a mano los
planes inviables y productos caros, de regular calidad y escasa competitividad
en los mercados.
En
cuanto a Maduro -y su antecesor Chávez-, puede decirse que ni revolución
industrial, ni inserción en la edad de la electrónica traían en sus portafolios
(o más bien morrales), y, más políticos que economistas, amplificaron una deuda
que, en el 99 encontraron en 40 mil millones de dólares, hasta los 200 mil
millones actuales, en la fantasía de exportar la revolución socialista para que
América Latina fuera la “Nueva URSS”; en programas clientelares para ganarse el
voto de los pobres en un sistema que convirtió las elecciones en un mecanismo
de legitimación del poder; y financiando a través de gigantescas importaciones
los múltiples y minuciosas ineficiencias del llamado socialismo.
Sin
contar que Chávez -sin duda que por consejería de sus maestros y mentores
cubanos, los dictadores Raúl y Fidel Castro- emprendió el despropósito de
restablecer una suerte de mini-“Guerra Fría” en la que él, y sus aliados en la
región, pasaban a cumplir la asignatura que habían dejado pendiente Lenin,
Stalin y Mao: destruir al capitalismo, al imperialismo y a los Estados Unidos.
Política
económica, entonces, de un gasto exacerbado, creciente e incontrolable, que contaba
a ciegas con una variable tan improbable, como irracional: el ciclo alcista de
los precios del crudo que comenzó en el 2004, había llegado para quedarse y del
tope de 128 dólares el barril que alcanzó el 22 de julio del 2008, se elevaría
a 200, 300 y 400 dólares el barril en las próximas décadas.
Lo
que sucedió, por el contrario, fue una caída vertiginosa de los precios a
partir del 2008 -hasta su estabilización actual en menos de 100- y el despertar
del sueño de una embriaguez de revolucionarismo tardío, de un gobierno que de
repente se encontró pobre, devaluado, confundido, que había repetido los mitos
de los gobiernos populistas que lo habían precedido y sin capacidad de
continuar exportando la revolución, de atender sus gastos clientelares e imposibilitado
de simular la bancarrota generalizada del aparato productivo interno a través
de importaciones.
El
resultado, en definitiva, que la peor crisis de desabastecimiento en alimentos,
medicinas y bienes y servicios que ha conocido el país; una inflación que
pasará para el año en curso del 100 por ciento (la más alta del mundo) y la
urgencia de más y más dólares, vía endeudamiento, para escapar a la fatalidad
de una devaluación lineal que llevará al bolívar a una cotización cercana a 100
X un dólar.
Pero
hay otra característica de los endeudamientos de hace 3 décadas, y los de los
últimos 15 años: ni Pérez ni Herrera hipotecaron sus políticas a la de los
países de origen de la banca acreedora; en cambio que, Chávez y Maduro, han
convertido a los países que les suministran capitales en presuntos socios
políticos e ideológicos.
Maduro,
por ejemplo, en su encuentro con Putin en Brasilia lo llamó “aliado estratégico
y fundamental”, y, para demostrarlo, corrió a plegarse a la opinión del
exagente de la NKGB de “que el misil que había derribado al avión de “Malaysa
Airlines” donde murieron 288 pasajeros (189 de ellos holandeses) había salido
de fuerzas militares del gobierno ucraniano, y no de los rebeldes rusos que
apoya Putin en sus intentos de separarse de Ucrania.
Pero
Maduro fue más lejos que Putin, pues afirmó en una declaración oficial, que los
verdaderos culpables y responsables de criminal accidente del misil, “eran los
Estados Unidos”.
La
respuesta de los gobiernos de Estados Unidos y Holanda fue detener el jueves en
Aruba al general, Hugo “El Pollo” Carvajal, acusado por la DEA de
“narcotraficante y colaborador de las FARC” y nadie se explica por qué, con
tamaña acusación, Maduro le buscaba un placet de cónsul venezolano en
Oranjestaad.
El
sucesor del “comandante eterno” también avala y se solidariza con un gobierno
abiertamente violador de los derechos humanos como el de Xi Jinping, así como
con su sistema de capitalismo salvaje por el que millones de trabajadores
chinos son sometidos a un régimen laboral de esclavitud, en el cual, no se le
permiten libertades, asociación voluntaria, ni sindicatos que luchen por
mejorar sus salarios a través de la contratación colectiva.
Tampoco
hay libertad de expresión en China, ni derechos individuales, ni pluralidad de
partidos y de ideas, sino un partido único, el comunista, que impera a través
de una dictadura que ha criado fama por su crueldad e intolerancia.
Modelos,
el de China y el de Rusia, que es hacia donde velozmente se dirige el quebrado,
endeudado y sin salida “socialismo madurista”, pero no sin antes convertirnos
en colonia de dos imperialismos que ya son dueños de la mitad de nuestras
reservas petroleras: el ruso y el chino.
Manuel
Malaver
manumalm912@cantv.net
@MMalaverM
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