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"Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie" |
Ya
célebre la frase de James Freeman Clarke diferenciando al político del estadista, ocupado aquel en las próximas
elecciones mientras éste se preocupa por las próximas generaciones, y viendo el
derrumbe inminente del régimen, huérfano de respaldo en su propio partido e
incluso, según aventuran las especulaciones, en las propias fuerzas armadas –
no hablemos de los alienados de siempre, imposibilitados por tradición y
cultura a no ver más allá de sus materiales angustias cotidianas – creo un
deber moral pensar no sólo en cómo salir y cuanto antes de Nicolás Maduro, sino
del nefasto régimen que nos abruma. Y como corresponde a quienes se preocupan
por el futuro, ver y anticipar más allá de la transición al país que queremos,
aquel con quienes nuestros mayores soñaran y que nuestros descendientes se
merecen: el que nuestra mejor tradición nos conmina a construir. Uno en que la
regresión a nuestras ancestrales barbaries esté vedado para siempre.
La gesta iniciada el 12 de febrero,
traicionada a mansalva por la miopía histórica y la ilimitada mezquindad de las
élites, quiso, en un gesto de osadía juvenil, impaciente e inquieta, cortar por
lo sano y dirimir el desafío en el terreno de las definiciones existenciales:
resolviendo la crisis de excepción asumiendo la soberanía de un nuevo tiempo
histórico – soberano es quien resuelve el estado de excepción, afirma una
célebre frase de Carl Schmitt. No sólo ni principalmente por definir la salida,
sino por darle a esa salida la connotación de un cambio profundo,
revolucionario, trascendente, sin retorno. Un aspecto que pocos han advertido,
pero que explica el horror que despertó en los caciques de los viejos y nuevos
partidos del establecimiento, de izquierdas y derechas, que aún chillan
guarecidos desde la llamada Mesa de Unidad Democrática con un solo fin:
garantizar esa transición de manera gatopardiana, “que todo cambie para que
todo siga igual”. Sin desalojar ni
erradicar del Poder a quienes han destruido las instituciones y devastado las
bases morales, éticas y materiales del país, sino compartiéndolo con ellos en
una suerte de Gran Acuerdo Nacional para doblar la página, olvidar lo pasado y
crear la ficción de una democracia renovada, de consensos. Giuseppe Tomasi di
Lampedusa. O si prefieren, en tono menor, Eduardo Fernández.
Cabe la pregunta de si esas
generosas fuerzas empeñadas en la caída y mesa limpia fueron definitivamente
derrotadas, como lo sostiene y así quisiera que fuera el candidato Henrique
Capriles, o sólo han sido doblegadas y acechan en latencia a la espera del
recrudecimiento de la crisis. Las encuestas, contrariamente a lo sostenido por
los apaciguadores, dejan ver antes lo segundo que lo primero: la aborrecida
radicalidad ante la crisis parece haber dejado aquellos bolsones minoritarios,
tan escarnecidos por los oportunismos de siempre que los difamaran como
minúsculas expresiones de “radicalismo de lado y lado”, supuestamente apoyados
por una tercera vía “pacífica, constitucional y electoralista” en que estarían
involucrados las fuerzas primarias “de lado y lado”. Y haber conquistado a la
mayoría de la población opositora, fatigada de tanta manipulación y engaño. Radicalización
que convergería con el asco que, al parecer, comienzan a provocar las
siniestras, torpes y escandalosas ejecutorias del gobierno de Nicolás Maduro
entre sus propios seguidores.
Si así fuera, la resolución final
de la crisis podría escapársele de las manos a los lampedusianos “de lado y
lado”, poniendo el problema del futuro de la Venezuela a la que aspiran todos
los venezolanos por igual en el primer plano de los enfrentamientos
sociopolíticos del futuro.
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Independientemente de la aparente
derrota de la revolución de febrero, sus efectos han sido devastadores. El
diálogo improvisado a la carrera a instancias del castrismo forista y la
descarada injerencia de los gobiernos de la región logró congelar las épicas
oleadas de protesta, pero al ser odiosamente unilateral y arbitrario y negarse
a dar un solo paso hacia la superación real de la crisis y la reconciliación
nacional – el caso del injusto encarcelamiento de Leopoldo López y los miles de
presos políticos sometidos a juicio fue sistemáticamente rehuido por la MUD,
los cancilleres y el gobierno sin siquiera un preacuerdo de mascarada – terminó
por desprestigiar la idea misma de la mediación y terminar de hundir en el
descrédito a la MUD frente a sus bases opositoras y al PSUV frente a las suyas.
Ni hablar de los organismos multilaterales como UNASUR, MERCOSUR y la OEA,
convertidas en dúctiles y nefastos instrumentos del castrocomunismo regional.
Ciertamente: al encarcelar a
Leopoldo López y amenazar a María Corina Machado con la cárcel – ante la
soberana apatía de los lampedusianos – el diálogo logró paralizar el factor más
dinámico de la contestación y frenar el desarrollo de un proceso tendiente a
crear una real alternativa de poder al castro chavismo en Venezuela. Abriéndole
un grave boquete a las pretensiones expansionistas del forismo en toda la
región. Basta un elemental ejercicio de imaginación para pensar en el escenario
que se hubiera producido en Venezuela de no mediar la injerencia extranjera en
nuestros asuntos internos y si dicha injerencia no hubiera encontrado un sólido
respaldo en el factor de mayor reconocimiento de la oposición ante la opinión
pública internacional. Lo he dicho anteriormente, pero bueno es volver a repetirlo:
la participación de la MUD en el llamado diálogo, amén de paralizar las
acciones de la insurgencia dio pie para que el Departamento de Estado
justificara su rechazo a las sanciones propuestas por demócratas y republicanos
contra determinadas personalidades del gobierno, del chavismo o de sus
favorecidos con fortunas descaradamente mal habidas. Ocultando la auténtica
dimensión de la crisis terminal del régimen y favoreciendo objetivamente de ese
modo su estabilización.
La temporal paralización de las protestas,
que alcanzaron un nivel de tal profundidad y extensión que el gobierno se vio
en la obligación de movilizar sus tropas para intentar ponerles un atajo,
amenazando con militarizar la confrontación,
lo que tampoco fue posible, dejó a la vanguardia político partidista de
la insurgencia ante el imperativo de retirarse y elevar su capacidad
organizativa uniendo sus fuerzas en un gran frente nacional de resistencia,
capaz de articular las acciones presentes y futuras y anticipar un gran
programa de gobierno para un período de transición. En otras palabras: asumir
de hecho la dirección de la oposición. Si posible, incluso con el respaldo de
algunos de los miembros de la MUD, conscientes de la necesidad de desalojar al
régimen e iniciar la reconstrucción de la República. Un planteamiento de alta
política: imponer la unidad real y efectiva de todas las fuerzas democráticas
contra el régimen, más allá de triquiñuelas de contención y fintas de falso
entendimiento. Es lo que se expresa en el propósito de efectuar al más corto
plazo un Gran Congreso Nacional de la Resistencia.
3
Obviamente: un escenario de esas
características dejaba en el congelador y posiblemente anulaba por
extemporáneos todos los procesos electorales diseñados por Maduro y los
suyos para estirar la arruga de la falsa
resolución de la crisis hasta diciembre del 2019. Y cerraba posiblemente para
siempre las tenaces aspiraciones presidencialistas del candidato oficialista
del gatopardismo venezolano. Y de quienes a la sombra de la MUD aspiran a
cargos de representación parlamentaria para el 2015. Una estrategia en la que
se mueven las altas dirigencias de los principales partidos que hacen vida en
la MUD, recorriendo el país con suculentas y muy contundentes ofertas pecuniarias. La realización del
Congreso pondría una piedra en el zapato de dicha estrategia, lo que explicaría
la necesidad de caerle a saco al proceso insurreccional apenas iniciado y que
el candidato acaba de descalificar en términos más cercanos a la ofensa, el escarnio
y el oprobio que a la política entre iguales. Pero por insólito que parezca: la
política de la oposición oficial, registrada y santificada en Miraflores,
apuesta a permitir la sobrevivencia del régimen tanto como sea necesario a sus
fines. ¿Cinco años de motines de lado y lado, graves enfrentamientos sociales,
conatos de guerra civil, ruindad generalizada, desabastecimiento total, caos y
catalepsia de todos los ámbitos de la vida nacional?
Aún así: la aceleración de la
crisis ha comenzado a romper todos los diques. Y amenaza con el caos en el
sector menos imaginado: en el seno del propio gobierno, el PSUV y los partidos
que integran el otrora llamado Polo Patriótico. Dividiendo aguas entre quienes
creen llegado el momento de desatar los potenciales reservorios
castrocomunistas e imponer de plano una dictadura maquillada de proletaria – un
non sens en un país que ni siquiera dispone de proletariado – y quienes, los
verdaderos detentores del Poder, intentan mantener a flote un barco gravemente
averiado que se les va a pique. Así sea reprimiendo a los primeros, abriéndose
a un acuerdo con el empresariado burgués y boliburgués y buscando una alianza
tácita o explícita con la MUD para sobrellevar el descalabro de manera
compartida hasta que se avizore algún puerto futuro. En eso estamos.
No quisiera prejuiciar sobre las
razones que han impedido la consumación de la aspiración profundamente
anhelada, pertinente y oportuna, de separar aguas y orientar los cauces hacia
la construcción de la Venezuela del futuro. Única forma de construir una unidad
verdadera que supere el pasado y el presente con un futuro integrador,
renovador y moderno.
Que Dios ilumine a quienes tienen
en sus manos la capacidad de hacerlo realidad. Ojalá lo antes posible. The rest
is silence.
Antonio
Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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