Nicolás
Maduro no pondrá en libertad a Leopoldo López, pese a la evidente injusticia. A
Maduro, incluso, le conviene que Leopoldo sea inocente. Como enseñó el padre
Lenin, la clave de la obediencia es el miedo, la inseguridad.
Es la ominosa
certeza de que el Estado puede descargar su fuerza cuando lo decide la policía
política sin que exista una previa violación de la ley. Lo importante no es la
legalidad, esa despreciable minucia burguesa, sino la revolución.
PERO
HAY MUCHO MÁS.
Nicolás
Maduro afirma que la diputada María Corina Machado es una asesina que trata de
matarlo. La Fiscal General, la señora Luisa Ortega Díaz, al frente del
sicariato que en Venezuela se conoce como Poder Judicial, acusó de ser
cómplices a tres demócratas de la oposición: el exembajador Diego Arria, el
exdirector de PDVSA Pedro Burelli y el abogado Ricardo Koesling. En la
fantástica trama, como era predecible, también figura el “americano feo”, Kevin
Whitaker, siniestro embajador de Estados Unidos en Colombia.
¿Por
qué y para qué Nicolás Maduro fabrica una acusación tan ridículamente falsa?
Porque
en esta situación cualquier opositor barrería al chavismo en las elecciones.
Según las encuestas, los opositores demócratas tienen el 65% de apoyo y el
chavismo el 35. Pero, como no van a entregar el poder, intentan desbandar a la
oposición, exiliarla, como hicieron con Manuel Rosales, o encarcelarla, como
hacen con los políticos que alcanzan alguna prominencia, ya sea Leopoldo López
o los alcaldes Enzo Scarano y Daniel Ceballos.
La
popularidad del chavismo cae en picado como consecuencia del inmenso caos
económico en el que han sumido a Venezuela y necesitan desesperadamente cambiar
el foco del debate. Maduro no quiere que la sociedad proteste por el
desabastecimiento, la inflación, la corrupción, la oleada que no cesa de
crímenes impunes (de 4 500 en 1999 a 21 692 en 2013, aumento del 382%). Quiere
centrar la atención en el falso magnicidio y criminalizar cualquier
manifestación de inconformidad. Es lo que Cuba recomienda y hace: repriman para
sobrevivir.
En
el 2013, desde que Maduro asumió las riendas, según el Instituto Nacional de
Estadísticas, la cifra de hogares pobres aumentó en 416 326: un 30% más. En
1999 había en el país 6 400 000 pobres. Hoy hay 9 000 000.
Todo
esto sucede en medio de la bonanza del ingreso constante de petrodólares. En
los 15 años de chavismo, a partir de 1999, el país ha recibido más divisas como
consecuencia del precio del petróleo que en toda su historia, desde que obtuvo
la independencia de España en 1823.
¿Cómo
ha sido posible esta catástrofe? Porque la burocracia y el gasto público
crecieron exponencialmente. Durante el chavismo pasaron de 900 000 empleados
públicos a 2 300 000 (un 156%). La nómina de PDVSA ascendió de 40 000 a 120
000, mientras la productividad –barriles por empleados—se redujo de 75 a 18, y
la deuda de la empresa pasó de 6000 a 40 000 mil millones de dólares.
Porque
han malgastado irresponsablemente los recursos del país, a lo que se agrega la
increíble corrupción propiciada por el gobierno y la boliburguesía. Según Jorge
Giordani, hasta hace poco Ministro de Planificación, de un organismo, el SITME,
donde se otorgan las divisas, se esfumaron 20 000 millones de dólares.
La
inflación acumulada es un 933%. Cuba les cuesta más de 13 000 millones de
dólares anuales, pero cuando se suman el resto de los chupópteros del ALBA, más
los maletines a los Kirchner, más todas las compras de influencia
internacional, esa cifra acaso se duplica.
Estatizaron
decenas de empresas que eran rentables hasta que las controló y arruinó el gobierno. Intervinieron más de
600 fincas, lo que provocó la destrucción del aparato productivo. Antes de
Chávez se importaba el 37% de los alimentos. En época de Maduro ya andamos por
el 78%.
¿Para
qué seguir? Los chavistas lograron la sorprendente “proeza” de quebrar a
Venezuela. Ya no tiene crédito y mucho menos capitales extranjeros. ¿Quién
invierte en ese manicomio colectivista sin ley ni justicia, donde el Poder
Judicial es una rama de la policía política?
Venezuela
hace rato que dejó de ser una república democrática. Rápidamente se convirtió
en una dictablanda corrompida. Cada día que pasa se acerca más a una dictadura pura y dura, que conserva el poder a palos. Están ahora en la fase de
quitarse la careta. Es triste, pero, tan grave como eso es el silencio cómplice
de América Latina. Vergonzoso.
Carlos
Alberto Montaner
montaner.ca@gmail.com
@CarlosAMontaner
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