Nos dejó escrito el gran intelectual
venezolano Ramón Díaz Sánchez lo siguiente:
“Una de las más exactas definiciones de la política es la que pinta esta actividad como la ciencia de las oportunidades. Esto significa muchas cosas: plegarse a las circunstancias, actuar sin vacilaciones, golpear sin piedad, mentir sin titubeos y traicionar sin remordimientos. Tender la mano al enemigo de ayer y apuñalar al amigo de hoy. Echarse, en suma, los prejuicios a la espalda.”
Es un buen resumen de lo que ha sido la política
en nuestro país caribeño, todo se vale por alcanzar el poder, todo se permite
para conservarlo, y por esta versión inmoral de la política, casi bestial, es
que estamos como estamos.
¿Tienen que ser necesariamente nuestros
políticos unos bichos de uña? Soy de la opinión que no, si a esa ciencia de las
oportunidades se le añade una pizca de honor, de responsabilidad y de auténtico
amor por la patria, creo que podríamos contar con otro tipo de político, no
menos arriesgado, sagaz y decidido, pero sí mucho más autentico y constructivo.
Con esta visión que Ramón Díaz Sánchez nos
presenta de la política, es imposible sumar a ella la moral, “echarse los
prejuicios a la espalda” es precisamente negar el horizonte ético, sacrificar
principios por pragmatismo o permitir que una ideología o intereses personales
o grupales dirijan nuestras acciones, al punto de convertirnos en sus esclavos.
La filosofía política nos dice que es,
justamente, en la política donde se hace más necesaria la moral, la agenda
política debería consistir en el servicio público que sólo tiene sentido si se
toma en cuenta el bien ciudadano, si promueve la discusión de los asuntos
colectivos para llegar a acuerdos entre los diferentes intereses, que pugnan
por imponer sus puntos de vista; si la política se desvía sólo para atender
necesidades personales y de exclusivos grupos de interés, entonces se genera lo
que se conoce como la antipolítica, esa terrible percepción de que la sociedad
puede funcionar sin políticos y sin partidos, o al revés, que los partidos
pueden funcionar sin la sociedad.
Desde el momento en que un político alcanza
el poder, y dispone del Estado y sus conciudadanos como a él le da la gana, es
decir, concibe a los otros hombres no como son en realidad, sino como él
quisiera que fueran, entonces estamos hablando de otra cosa que no es política,
y de otras formas de organización que no son un Estado. La tragedia de Venezuela es que no ha tenido
la oportunidad de madurar como sociedad, de donde viene el poder social, y ha
permitido que el Estado evolucione, por la continua intromisión de políticos
inmorales o, en el mejor de los casos, amorales, quienes son, justamente, los
que no admiten que las instituciones se fortalezcan y creen esos balances y
controles que hacen de bridas para el poder. Hay quienes creen que se puede ser
político pasando por encima de la voluntad popular, de las leyes, de las
costumbres… que negociar es poner todo en el juego, incluso su propia estima y
respeto.
Es lamentable que desde el Tribunal Supremo
de Justicia, precisamente, se está promoviendo una unidad del Estado, que ha
servido para fortalecer el poder de un hombre o de una gavilla socialista. El desmontaje de la división de poderes es un
claro reflejo de la barbarie que nos postra, obra de esos magistrados que,
irresponsablemente están destruyendo el sentido de orden y justicia en el
Estado venezolano, sustituyendo la voluntad popular por sentencias cocinadas al
apuro de las circunstancias; en el caso de la Asamblea Nacional, se está
utilizando el derecho, de la manera más vulgar y parcial posible, para
justificar la dominación de unos aprovechadores de oficio contra un pueblo, un
claro reflejo de ese morbo fatal del que habla Ramón Díaz Sánchez.
Ser político no implica ser mejor hombre o
mujer que los otros, pero involucra una obligación como servidor público; más
que una distinción, es una responsabilidad, y en tiempos de incertidumbre y
peligros, cuando los valores de la sociedad se hacen relativos y priva el
pragmatismo por encima de la justicia, cuando se está a punto de desaparecer
como nación, cuando se está perdiendo la República, se necesitan políticos de
verdad, no manipuladores electoreros, ni operadores de campañas, que sólo velan
por sus propios intereses y sus parcelitas de poder .
Voy a citar al filósofo mexicano Enrique
Dussel, un marxista declarado y que ha apoyado el régimen de Chávez, el cual,
en su libro 20 tesis de política, nos dice: “…todo ejercicio del poder de toda
institución (desde el presidente hasta el policía) o de toda función política
(cuando, por ejemplo, el ciudadano se reúne en cabildo abierto o elige un
representante) tiene como referencia primera y última al poder de la comunidad
política (o pueblo), en sentido estricto.
El no referir, el aislar, el cortar la relación del ejercicio delegado
del poder determinado de cada institución política con el poder político de la
comunidad (o pueblo) absolutiza, fetichiza, corrompe el ejercicio del poder del
representante en cualquier función. La
corrupción es doble: del gobernante que se cree sede soberana del poder y de la
comunidad política que se lo permite, que lo consiente, que se torna servil en
vez de ser actora de la construcción de lo político. EI representante
corrompido puede usar un poder fetichizado por el placer de ejercer su voluntad, como vanagloria
ostentosa, como prepotencia despótica, como sadismo ante sus enemigos, como apropiación indebida de
bienes y riquezas.
No importa cuales
aparentes beneficios se le otorguen al gobernante corrompido, lo peor no son
los bienes mal habidos, sino el desvío de su atención como representante: de
servidor o del ejercicio obediencial del poder a favor de la comunidad se ha
transformado en su esquilmador, su "chupasangre", su parásito, su
debilitamiento, y hasta extinción como comunidad política”.
Y aquí quiero hacer un acto de fe, creo que
los políticos son necesarios para la existencia de un país, los partidos
políticos son importantes, al igual que otros grupos organizados, para que las
personas tengan voz y puedan concretar sus reclamos y aspiraciones; pero no
podemos permitir, y hay maneras de lograrlo, que nuestros políticos renuncien a
su verdadera misión: tener como norte la verdad, conservar la unidad de la
nación, soportar el imperio la razón y defender
la libertad.
La oposición venezolana, sus cuadros democráticos, se encuentra infiltrada por un enemigo mortal, disimula ante quien se debe, se mimetiza entre la resistencia a la dictadura, pero sostiene pactos oscuros y secretos para traicionar la lucha por la libertad, mantiene organizaciones políticas que se hacen pasar por defensoras de los principios republicanos, pero funcionan como plataformas para la continuidad de una manera de hacer política, que es justamente la antipolítica.
Debemos aprovechar este momento glorioso para
las fuerzas libres y democráticas del país, este bautizo de sangre y sacrificio
para hacer una limpieza de la casa, de nuestra polis.
Nuestros auténticos lideres son hoy
perseguidos y hostigados como María Corina Machado, o encarcelados en las
mazmorras del SEBIN como Leopoldo López, no andan de nalgas agarrados con el
vice-presidente ni aceptando invitaciones a Miraflores.
Ya sabemos quiénes están conspirando contra
nosotros, quiénes pretenden ponerse al frente de la protesta, no para que triunfe
y logre resultados, sino para suprimirla y disolverla; para ellos, los
estudiantes son un peligro; para ellos, el descontento social que no controlan
es un riesgo para sus propias agendas, que no son las nuestras.
Ya esta bueno de chupasangres y parásitos,
que se quieren montar en la cresta de una gesta que pare un nuevo país;
simplemente, tenemos que quitarnos de encima el peso muerto que, por lo visto,
tiene detrás financistas e intereses
transnacionales.
El enemigo no sólo está allá afuera; lo tenemos
adentro y está apostando a nuestro fracaso. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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