Hay un sector político de nuestra oposición
que tiene su mente programada para gobernar desde un hiperestado, tal como los
chavistas lo tenían concebido: grande, costoso, ineficiente, planificador,
centralista y autoritario.
Esta
concepción y estilo de gobierno tiene sus bases en la teoría de Estado
marxista, que cree que, sin un aparato burocrático de grandes dimensiones, el
estado no sería capaz de imponer sus “soluciones” a los ingentes problemas
sociales de una nación.
Esta creencia parte de la tesis del estado
necesario, es decir, hay políticos que no conciben el desarrollo de un país sin
un gobierno fuerte, que esté por encima de las demás instituciones civiles de
la sociedad, tanto en tamaño como en autoridad, para de esta manera desarrollar
una serie de programas, misiones o gestiones, que den respuesta, desde el
gobierno, a las necesidades sociales de los que ellos consideran “una mayoría”
depauperada, que necesita de esa ayuda social, que se costea del presupuesto de
la nación y se conoce en el lenguaje de los economistas desarrollistas como
“inversión social”.
Como ya pueden adivinar, me estoy refiriendo
a una serie de partidos políticos de raíces socialistas, que ven en esa mayoría
necesitada a su gran clientela política, una rica veta de votos para
perpetuarse en el poder por la vía electoral; esos estatistas-populistas usan
los recursos del estado, disfrazados de ayuda social, como mecanismo electorero
para promocionar sus nombres, la imagen del partido o de sus candidatos, como
los grandes mecenas y hombres necesarios en ese público, al que quieren
convertir y asegurarse de que permanezcan fieles como clientes de sus gestiones
de gobierno, de esa manera se aseguran esas lealtades en las próximas
elecciones, a fuerza de favores con los dineros públicos.
Desde hace unas cuantas décadas, en nuestro
país, se le ha permitido a los gobernantes que sus logros y obras sean
explotadas como un asunto personal o del partido de gobierno, inauguran un
dispensario o una carretera y nunca faltan las pancartas de sus rostros en el
lugar; si no, están los adeptos al partido repartiendo volantes, haciendo ver
que esa obra no corresponde a una gestión de un gobierno o funcionario público,
sino a la de un candidato para las próximas elecciones o a un partido en
campaña publicitaria.
Esta práctica ha creado una manera de hacer
política bastante irregular y dañina para el país, y para la democracia; se
pasean las ambulancias con el rostro del funcionario pintada en la carrocería,
se hace adjudicación de viviendas en un escenario que bien parece el de la
entrega del premio gordo de una lotería, toda obra de gobierno se transforma en
una dádiva del funcionario de turno, en un ejemplo de lo que el partido puede
hacer por la comunidad, si vuelven a votar por él. Esto es clientelismo vulgar, convierten la
gestión pública en un bazar de favores políticos y hacen del culto a la
personalidad, un ejercicio diario de propaganda y manipulación descarada.
Pero tenemos políticos que abarcan mucho más,
son aquellos que quieren ser inmortalizados como el hombre que acabó con la
pobreza, que salvó al país de la ignorancia, que pudo curarlo de sus dolencias
más recurrentes, y para ello diseñan mega programas de acción social, que
requieren ingentes cantidades de dinero, una super burocracia de técnicos,
expertos y facilitadores, y una campaña de medios de comunicación que
catapulten su nombre como el nuevo mesías y, a su partido, como la nueva
iglesia que vino a salvar el mundo ¿Les suena conocido?
Fue así como Hugo Chávez se transformó de
simple político comunista, en un santo varón cuyas enseñanzas son ahora
obligatorias en las escuelas y su memoria honrada como una divinidad, en una de
las peores y mas rastreras muestras del tercermundismo cubano.
Esta manera de hacer política ha traído puras
calamidades, una serie de superhombres socialistas que dicen tener la fórmula
mágica para resolver todos nuestros problemas y que se montan sobre las necesidades
de los más humildes, aupados por quienes creen en la bondad cristiana, y
terminamos con tiranos necesitando más poder, con estados gigantescos que
ahogan a la sociedad civil, con costos faraónicos, con imposiciones y
sacrificios para el resto del cuerpo social, desatendiendo lo importante para
atender lo urgente y creando una cultura parasitaria que lesiona el sistema
democrático.
Esta forma de hacer política se está
derrumbando, el país ya no la aguanta más.
Lo que desde ahora debemos buscar, es el
estado mínimo y necesario, que sepa como trasladar todos esos programas desde
el estado a la sociedad civil, no de manera centralizada y para crear más
burocracia, sino de manera regional o federativa, promoviendo y ayudando a las
fórmulas y soluciones que nazcan desde el seno de la sociedad, porque es la
sociedad misma la que mejor conoce cómo atender sus problemas, no burócratas de
oficina en la capital y menos “expertos” en las sedes de los partidos, midiendo
cómo la inversión social reporta mejores dividendos electorales.
De allí que hay que promocionar empresas de
servicios, ONG’s, fundaciones, corporaciones, organizaciones locales y
regionales que se ocupen de estos programas puntuales, que reciban ese
presupuesto para que sea administrado eficientemente, incluso hasta produciendo
ganancias, porque en la gestión social hay maneras de ser productivo y
sustentable en el tiempo.
Esos partidos nacionales con una casita en
cada poblado es ya historia; los partidos políticos deben especializarse, como
todas las demás organizaciones sociales.
Gestionar un gobierno local, regional o nacional es asunto serio, que
requiere de conocimiento y habilidades, son carreras que se estudian en
universidades y administraciones que se ganan a fuerza de la eficiencia y la
transparencia en la gestión.
Esa manera de hacer política de “dame tantos
billones de bolívares para este programita social” se acabó. El gobierno, como
buen administrador de los recursos, debe velar por racionalizar el gasto,
buscar a los mejores hombres y mujeres al momento de poner los programas en
práctica, canalizar los recursos donde se necesiten y luego gerenciar,
arbitrar, controlar, supervisar… pero ya no gastar para favorecer afanes
personales y menos, apetitos partidistas de gobiernos populistas, sino para
hacer efectiva la gestión social.
Pero hay otro problema subyacente en esta
manera de ver la política y es que en un país como Venezuela los sectores más
vulnerables, que realmente necesitan los subsidios para poder vivir no son la
mayoría, la gran clase de los pobres, o el proletariado o las clases C y E, lo
que necesitan son oportunidades, empleo, buena remuneración, buenos servicios,
una economía sana y con expectativas que puedan controlar, planificar y
trabajar para salir adelante y vivir con buena calidad de vida.
Ese gasto gigantesco en programas sociales
para hacer política electoral es un error, esos dineros se distraen en
clientelismo político y sobrevivencia de una voraz burocracia, es muy poco lo
que efectivamente llega para la solución de los problemas sociales, y es un
dinero que se debería invertir en productividad, en inversiones, en
equipamiento y obras para el país.
Admito que, tras 14 años de socialismo
bolivariano, la sociedad venezolana ha acusado un severo golpe en su capacidad
de subsistencia, que la economía se encuentra prostrada y que por los momentos
hay muchos pobres que deben ser atendidos con programas de emergencia, sobre
todo en el abastecimiento de comida, subsidios en algunos servicios y rubros
(transporte, por ejemplo), mientras el nuevo gobierno pone orden en la casa;
pero estamos hablando de otra cosa, este es un plan de reconstrucción del país,
no de programas permanentes.
Si queremos tener una gran clase media,
tenemos que invertir en lograr ese objetivo y no destinar una importante parte
de nuestro presupuesto en complacer estructuras políticas desfasadas e
ineficientes, con la excusa de atender a una minoría que nunca votaba y que los
partidos necesitan en las colas frente a los centros electorales. -
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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