Confieso con vergüenza que he faltado a los
deberes que imponen la amistad y la ecuanimidad. En mi escrito de la semana pasada, en vez de
estar citando versos de clásicos españoles, yo debí haber dicho algo acerca de
la injusta prisión que sufren —en razón de la falta absoluta de escrúpulos de
los jerarcas del régimen y de algunos
togados (me da grima referirme a ellos como “magistrados”)— varios
ciudadanos cuyo único delito es pensar de manera diferente a como desearían los
rojos y actuar consecuentemente con esa forma de pensar.
Salvatore Luchese, quien se encuentra detenido en Ramo Verde, junto con el alcalde Enzo Scarano |
Me refiero, no solo a los más publicitados en
las noticias, como Leopoldo y los alcaldes de San Cristóbal y San Diego, sino a
las más de tres decenas de muchachos que se encuentran en mazmorras que no se
merecen y que han sido presentados ante tribunales de pacotilla que descaradamente dejan de lado los
estándares de la ley y la justicia para —al tiempo que tratan de disfrazar de
legalidad sus actuaciones— pasar sentencias que están cocinadas desde antes de
empezar el juicio.
En esos tribunales se desestiman las pruebas y se desoyen los alegatos presentados por los defensores; se hacen la vista gorda cuando a ellos llegan “procesados” con muestras de maltrato y sevicia causadas por sus captores y, desde el “vamos”, niegan la posibilidad de que esas personas sean juzgadas en libertad, como establece el código. A esos muchachos no podemos dejarlos en el olvido y hay que mantener la presión popular para que los cómplices togados del régimen actúen secundum legem.
Pero, en especial, quiero dedicar lo que
queda de espacio para enaltecer y encomiar a otro prisionero del régimen: el
comisario Salvatore Lucchese. De hecho, al
título de mi escrito le correspondería ser: “En justo homenaje a un ciudadano
que no debiera ser olvidado”; pero es que los editores de los medios exigen que
los títulos sean concisos y tendientes al laconismo. Sucede que al comisario Lucchese —“Toti”,
para quienes lo queremos bien— le están cobrando su infaltable lealtad con su
alcalde y su cargo, el haber logrado que su jurisdicción sea la que mejores
estadísticas de seguridad presenta, y el haber mantenido a la Policía de San
Diego en la función que le corresponde, que no es la represiva sino de la
proximidad con los vecinos.
Me honro en decir que lo conozco desde hace más
de treinta años, cuando él apenas estaba estudiando bachillerato. Soy amigo de sus padres, sus hermanos, su
esposa y su hijo. Y, aunque suene a
carta burocrática de recomendación, puedo afirmar que todos ellos son de rectos
procederes, de vidas correctas y de continuados esfuerzos por mejorar y
progresar. Y excelentes venezolanos, independientemente
de que los padres hayan nacido en Italia.
Yo fui su padrino de confirmación; él es el padrino de bautizo de mi
nieto. Y, según él, yo soy su
padre. Lo que no pasa de ser una
exageración originada en el afecto; pero que ahora, con el deceso de don Vincenzo,
su progenitor, deberé tomar más en cuenta.
El alma del comisario Lucchese está agobiada
por otros pesos —además del de la injusta prisión que sufre por los delitos de
ser funcionario eficiente, buen comandante, y excelente amigo. Pesos que, estoy seguro, su fuerte voluntad logrará
desechar. Sin embargo, quiero compartirlos con los lectores para que lo
conozcan mejor.
Hace algunos años ya, sus padres resultaros
sorprendidos y dominados dentro de su residencia y fueron amarrados y
torturados por unos malandros que, mediante esas violencias aspiraban obtener
más de lo que ya habían robado. Al
final, la resultante crisis de nervios de doña Rosalía hizo que don Vincenzo decidiera
abandonar Venezuela —su hogar por decenas de años— y regresar al nativo suol, donde de seguro iba a vivir
sin tantos sobresaltos. Allí moraron tranquilos
hasta que la noticia de la reclusión de su hijo los angustió. Pocos días después, don Vincenzo murió. Me imagino que el dolor de lo que le sucedía
a su hijo influyó mucho en el desenlace.
Y este tuvo que conformarse con llorar a su padre dentro de los muros de
una ergástula no merecida, sin poder estar al lado de su padre para despedirse.
El afán de superación siempre ha estado
presente en él. Las cosas que acomete
siempre concluyen en resultados excelentes.
Se empeñó en tener la Policía más eficiente de Carabobo y lo logró. Cuando todavía muchos cuerpos policiales actúan
como a mediados del siglo pasado, en San Diego —y con el apoyo del alcalde
Scarano— todas las patrullas tienen computadores y cámaras de video que
permiten controlar en tiempo real los procedimientos de los funcionarios. Hace algunos años decidió estudiar
derecho. Después de las estresantes
jornadas de de un comandante policial, en vez de regresar a su hogar, se iba a
la universidad. Culminó con excelentes
calificaciones. Pero no pudo estar con
sus compañeros durante el acto de conferimiento de títulos porque este fue el
viernes pasado, mientras él rumiaba en la soledad de su celda.
Historias y dramas parecidos sufren otros
que, como Salvatore Lucchese, sobrellevan medidas abusivas del régimen. Por
eso, ninguno de los presos políticos de este régimen debe ser olvidado. Para todos ellos, pero en especial para Toti,
fuertes y solidarios abrazos.
Humberto Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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