“Al fin y al cabo somos lo que hacemos para cambiar lo que somos” Eduardo Galeano
En las últimas campañas electorales se
repitió hasta la saciedad. “Este gobierno no cambiará. Hay que cambiar al
gobierno” Llegaron los días de las elecciones y, según la tendencia
irreversible de doña Tiby, los electores ratificaron el gobierno.
No hubo cambio
de gobierno y todo marcha de mal en peor. La esperanza, que es la única que no
se debe perder, renacía en algunos espíritus candorosos y recibía un golpe
mortal en otras almas, creo, más sensatas. Van 15 años y el mar de la
felicidad, que nos prometió el “Comandante eterno”, ahora con sus “hijos” como
herederos del poder, cada día luce lejísimo. No hay revolución ni evolución,
por el contrario, la involución es evidente. A paso de vencedores, pues.
El desabastecimiento llegó para quedarse. Las
largas colas ya forman parte del paisaje cotidiano y lo peor los ciudadanos,
pareciera que ya se acostumbraron. El fracaso económico del gobierno no tiene
paragón. Salvaje devaluación, brutal inflación e inexplicable escasez. Nadie
entiende como un país que disfruta de la más alta y prolongada bonanza
petrolera de toda la historia, esté pasando por esta grave crisis, que ligada a
los altos índices de violencia criminal, tienen al venezolano pasando más
penurias que muchos países pobres, a los cuales el gobierno le regala petróleo
y petrodólares, para que estabilicen sus economías. Paradójico, no.
En medio de esta espantosa e inocultable
realidad, el gobierno no da señales de rectificación. Al contrario, presenta un
Plan de la Patria, lo hace Ley de la República, con los votos de su exigua
mayoría en la Asamblea Nacional, pretendiendo imponer una ideología fracasada y
extraña a la idiosincrasia del venezolano. En la mente de los gobernantes de
turno pareciera subyacer la idea de imponer a troche y moche, un peligroso
apartheid. En ese afán no ven el obscuro
abismo al cual arrastran al país y que más temprano que tarde puede costar
sangre, dolor y lágrimas. Hay que abrir los ojos.
No hay voluntad política para dar un giro de
180 grados, que permita el ansiado cambio que anhela la sociedad en su
totalidad. La pavorosa crisis golpea a todos por igual, pero dónde es más
despiadada es en los sectores populares. En ese escenario, la solución que
encuentra Maduro es un discurso violento, lleno de odio y discriminador. Gobiernan
los hijos de Chávez, dice con soberbia y prepotencia. Indicativo de que
pretende imponer un obvio apartheid. El que no sea hijo de Chávez, puede ser
muy competente, preparado y dispuesto a servir a la patria, pero nunca podrá
acceder al alto gobierno. No es hijo de Chávez y punto.
La gente en la calle pregunta ¿Hasta cuándo
será esta pesadilla? Uno no tiene respuesta exacta, pero es inevitable
responder, atendiendo los sabios dictados del refranero popular: “No hay mal
que dure 100 años ni cuerpo que lo resista” y lo que salta a la vista es que
“Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe” Lo cierto del caso es
que, el estado de crispación, terror y angustia del venezolano no puede ser
permanente. El gobierno cambia o lo cambian.
No escuchan crecer la hierba, Luís Herrera dixit.
@Cheotigre
sjose307@gmail.com
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