La nacionalidad de Nicolás Maduro se ha
convertido en un problema de Estado del cual el régimen no logra zafarse. Peor
todavía: tiende a agravarse. Es una piedrita en el zapato del heredero. El
oficialismo trata de restarle importancia al asunto, relegándolo a un
segundo plano, pero no consigue hacerlo.
El obstáculo está allí, sin que las evasivas del involucrado, ni la partida de
nacimiento mostrada por Tibisay Lucena, logren despejar las dudas existentes.
Cada declaración o explicación oscurece aún más el panorama. El incordio es de
enorme importancia política y jurídica porque el enredo lo creó el mismísimo
Hugo Chávez. Conviene reconstruir brevemente la historia.
En el artículo 182 de la Constitución de 1961
se lee: “Para ser elegido Presidente de la República se requiere ser venezolano
por nacimiento, mayor de treinta años y de estado seglar.” Todo de lo más
simple, con el fin de cumplir con la sencillez de los principios democráticos.
Nada de discriminaciones odiosas o formas encubiertas de chauvinismo.
Al
comandante Chávez no le pareció conveniente esta forma escueta de redactar un
artículo donde se establecían las condiciones que tenía que reunir quien
aspirara al alto honor de presidir la República, de allí que se las ingenió
para proponer, tal como era su estilo, una forma rebuscada y engorrosa de
redacción en la que mezcló el cargo de Presidente con el de Vicepresidente
Ejecutivo, Presidente de la Asamblea Nacional, magistrados del TSJ, Fiscal,
Contralor, ministros y otros altos funcionarios del Gobierno central.
En
1999 -en pleno apogeo de su popularidad, cuando desfrutaba de un cómodo 82% de
aceptación, y la oposición estaba convertida en polvo cósmico- aparecieron sus
primeros síntomas de paranoia. Pensó que el imperio o cualquier otro país
foráneo, por ejemplo Colombia, podía diseñar una estrategia orientada a que un
extranjero adoptara la nacionalidad venezolana, con el fin expreso de que ese país se apoderara
de las inmensas riquezas naturales de la nación y subordinara los poderes públicos
a intereses extraños. Vio amenazado el petróleo, el hierro, la bauxita, el
Guri, la petroquímica.
Para
impedir que esa siniestra estrategia pudiese materializarse, se le ocurrió que
para aspirar a la Presidencia de la República, además de venezolano por
nacimiento, mayor de treinta años y de estado seglar, como indicaba la Carta
Fundamental del 61, era necesario señalar taxativamente en el Artículo 41de la
Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV) que “sólo los
venezolanos y venezolanas por nacimiento y sin otra nacionalidad podrán ejercer
los cargos de Presidente o Presidenta de la República, Vicepresidente
Ejecutivo… Ministros relacionados con la seguridad de la Nación…” (negritas
mías). Propuso la pureza de origen. Como respaldo él tenía a su tatarabuelo
Maisanta. Sus obedientes acólitos en la Constituyente obedecieron la orden como
si se tratase de un mandato imperial y la incluyeron en la Carta.
Por
lo tanto, lo de “sin otra nacionalidad” fue cortesía del teniente coronel. Fue
él quien concibió lo que podría
calificarse como la doctrina Chávez en esta materia. En la época en que la ideó
gozaba de buena salud. No podía imaginarse que “su hijo” y legatario sería
víctima de su delirio paranoide.
Nicolás
Maduro no ha podido demostrar que nació en Venezuela, a pesar de que hasta
ahora ha mencionado cuatro sitios distintos como cuna. Las pruebas, por lo
demás contundentes de quienes han realizado las pesquisas, apuntan a que vio la
luz en la hermana República. En este ambiente, ya resulta cuestionable que haya
ejercido los cargos de Canciller y Vicepresidente, a los cuales se les aplica
el artículo 41 de la CRBV. No se diga, entonces, el de Presidente.
Si
Maduro es tan chavista como dice, lo mínimo que debería hacer es respetar el
legado doctrinario de su “padre”. Por respeto a la memoria de su idolatrado
comandante, tendría que demostrar de forma fehaciente que nació en algún lugar
de Venezuela y que es un digno defensor de la doctrina Chávez en lo
concerniente a la pureza de sangre, asunto que tanto preocupó a su mentor. Si
no logra hacerlo, la lealtad con su progenitor debería conducirlo a la renuncia. Demostraría así que es un cabal
defensor de los principios establecidos por el fundador de la revolución
bolivariana.
@trinomarquezc
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De verdad que Venezuela esta bien mal: gobernada por un Colombiano, manejado por Cuba. Esta disparidad hay que agregarla a la nueva historia de Venezuela.
ResponderEliminar@gbensimon1