Hace
unos días el prestigiado economista español, Santiago Niño Becerra, hace unas
declaraciones que han cimbrado a los gobiernos de Europa cuando afirma: “El
estado de bienestar ha concluido, ya no es posible ni sostenible.”
Al mismo
tiempo el gobierno de Holanda anuncia una serie de cambios en sus programas de
apoyo porque los actuales, afirma el Rey Guillermo, ya no son sostenibles. Es
la primera vez que un jefe de estado, de forma oficial, ante un parlamento y su
gobierno, lanza la afirmación, no sugerencia, de que el modelo de protección
social que hemos conocido no puede seguir existiendo tal y como lo hemos
conocido, porque no es sostenible ya que no puede financiarse.
Hace
unos días el conocido periodista John Stossel, hizo la presentación de un
programa de televisión que bautizó: “John Stossel va a Washington.” En él,
Stossel hace una denuncia de la ineptitud y la perversidad del gobierno
americano en todas las áreas en las que se ha involucrado, desde su vigilancia
sobre la moneda, hasta su administración de los bienes de la nación, pero muy
particularmente en las que a nuestro presidente tanto le preocupaba; sus
intervenciones para asegurar el reparto justo del desarrollo. Esta no es la
primera denuncia de esa naturaleza, pero si la más seria y bien documentada en
muchos años.
Stossel
inicia su programa con una frase de Jefferson: “El proceso natural de las cosas
es el que los gobiernos se expandan, mientras que la libertad se restringe.”
Pasa luego a dar datos para dejar frío al más ferviente admirador de la
intervención gubernamental. Desde que se iniciaron los programas de asistencia
social, o de intervención para un mejor reparto—como les llamaba Fox, el
gobierno americano ha “invertido” en tal cruzada más de 6 trillones de dólares,
pero el porcentaje de pobreza en los EU no ha disminuido ni un solo milímetro.
En estos momentos al gobierno de los EU gasta $50,000 dólares al año por
familia considerada “pobre,” sin embargo, siguen en la miserable pobreza.
Pasa
después el periodista a analizar una serie de campos en los cuales la
“intervención” gubernamental los ha destrozado y, sobre todo, ha creado una
capa social de dependencia y es para helar la sangre del mas plantado el ver la
tendencia de los gobiernos a controlar la vida de sus ciudadanos desde al agua
que tomamos, hasta el aire que respiramos. A principios del siglo XIX, el siglo
de oro de los americanos, el gobierno tomaba un promedio de $20 dólares a
valores presentes—de cada ciudadano. A principios del siglo XX, ya eran $200
dólares a valores presentes. En estos momentos esa cifra se ha elevado a más de
$20,000 dólares, de tal forma que los americanos tienen que trabajar casi la
mitad del año solamente para pagar sus impuestos al gobierno.
El
gobierno, comenta Stossel, por ser un monopolio no se rigen por las mismas
reglas de las empresas que tienen que competir para sobrevivir. Es tal su
ineptitud y arrogancia por ese motivo, que nada mas en el Departamento de
Defensa él encontró que hay partidas de casi 6 billones de dólares
“extraviadas.” No robadas, simplemente no las encuentran. Su sistema de
contabilidad es tan obsoleto y antifuncional, que esos billones de dólares se
les extraviaron. ¿Alguien se pudiera imaginar el que el Banco de América
tuviera una partida de 4 billones de dólares extraviada?
El
estado nación durante los últimos 20 años ha tenido un regresión en cuanto a la
fisonomía que se le había dado como sustituto de la santa madre iglesia de la
edad media—la creadora del cielo y de la tierra, dueña de vidas y fortunas de
toda la humanidad. Los mercados poco a poco han ido invadiendo—con o sin la
aceptación—la circunferencia que el mismo estado usurpó durante la mayor parte
de la segunda mitad del siglo XX. En el reporte Stossel nos informa la invasión
de la iniciativa privada de campos que eran clásicos bastiones del estado como
el de la policía, los aeropuertos, comunicaciones, los ejidos americanos
(reservaciones indias), los servicios de agua potable y, lo más importante, el
auxilio a los necesitados a través de organizaciones privadas de caridad, que
han demostrado ser mucho más eficientes que el estado.
En
este nuevo siglo XXI el poder de los gobiernos se deberá seguir deteriorando y
una nueva configuración de riqueza estará naciendo sin esa opresiva
participación del estado. Los políticos, los sindicatos, las profesiones
reguladas, los gobiernos en general, tendrán una importancia mucho menor a lo
acostumbrado. Con una mínima participación del estado en los procesos
económicos, los recursos no serán tan desperdiciados. Los encargados de la
famosa redistribución del ingreso, perderán todo ese poder. La riqueza privada
que había sido generada en complicidad con
el estado, ahora será retenida por esos que la crean. Una nueva riqueza
terminará en manos de esos audaces empresarios y capitalistas aventureros no
ligados al estado. La globalización acompañada de otras características de esta
era de la información, tenderá a incrementar el ingreso de los más talentosos y
esforzados en cada campo y en todos los niveles de la sociedad.
En
este siglo XXI los mercados y la competencia deberán de entrar a la
administración pública si queremos tener gobiernos eficientes. En esta nueva
era, un proceso de selección racional combinado con una estructura de
incentivos para premiar el liderazgo eficaz, atraerá la mejor gente del mundo a
la actividad gubernamental. También movilizará otro tipo talento que
normalmente no tendría interés en los problemas de gobierno. Los ejecutivos más
eficientes del mundo podrán ser atraídos a la administración pública, si su
remuneración se fija de acuerdo a sus resultados que logren para la sociedad.
Un líder de un país que, mediante los nuevos conceptos de la economía de la
información, lograra incrementar el ingreso y bienestar de la sociedad civil,
deberá de ser remunerado como el mejor ejecutivo de una empresa privada.
Sin
embargo, esos líderes tienen que entender que solamente con un buen manejo macroeconómico, sin el activismo que
siempre los ha caracterizado, es como
mas pueden contribuir a mejorar las condiciones de vida de la sociedad civil y, sobre todo, sin las infames
intervenciones los mercados son el mejor medio de asignación de recursos y de
justa distribución del desarrollo, dándole a cada quien lo que se merece de
acuerdo a su esfuerzo, su talento y su trabajo.
México
debe tomar como ejemplo para no seguir los 60 años de políticas “compasivas” de
los EU que solo han traído desastre, impuestos opresivos y una capa social de
pobreza y dependencia. La función de un gobierno nunca debería de ser la
“redistribución del desarrollo.” Debería ser el no impedir ese desarrollo
mediante sus intervenciones que resultan en impuestos draconianos, regulaciones
ridículas y el desanimo de la sociedad.
@elchero
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