Hay
cosas que cuesta creer o, al menos, las tendrían que explicar mejor para que se
entiendan.
Por
ejemplo, que el producto haya crecido más de 2% el segundo trimestre con 40% de
inflación y 20% de escasez, significa que estamos en presencia de expansiones
en sectores muy específicos y por coyunturas tan precisas que, de repetirse
como algunos voceros gubernamentales han afirmado tempranamente, tendrán que
reescribirse algunas entidades macroeconómicas y no menos las relaciones en los
modelos explicativos de nuestra economía para que se entienda.
Otro
ejemplo de difícil explicación es el asunto del magnicidio. Honestamente no
queremos referirnos a ello. Mitad por pena, mitad por burla. Pero lo cierto es
que cuando de hechos inexplicables se trata, los del patio, suelen ser bastante
prolijos. Especialmente cuando se incurre en jugadas políticas, que sirvan de
discurso argumentativo para los partidarios o de carnadas de activación para
los locos de siempre.
Algunos
asuntos que rayan en lo inexplicable, o que podrían formar parte del guión de
cualquier capítulo de “Ripley’s”, se relaciona con las aseveraciones
conspiratorias de lo que, a la fecha, no son sino vergüenzas y dramas
nacionales. La explicación del sabotaje en Amuay justo al año de su ocurrencia.
¿Coincidencia? ¿Aguantaron las pruebas para conmemorar el asunto? ¿Los
culpables serán parte de los actos protocolares? ¿Cuál de todas las conjeturas
merece un mejor “Believe It or Not!”?
¿No
le gusta ninguno de los casos anteriores? ¿Le parece mera coincidencia o mala
intención de quien escribe? Deténgase en el caso del nuevo ferry para el
traslado de temporadistas a la isla de Margarita en pleno mes vacacional. Nunca
se dieron tantas explicaciones tan malas e increíbles en tan corto tiempo.
Nunca se eludió tanta improvisación con tan pocas excusas.
Cuando
se observan estos pocos meses de gobierno, desde sus desaciertos y mentiras,
más grande se nos va poniendo la cara de bobos a todos los venezolanos que
debemos soportar con asombro como se explican los casas en el país.
Alguno
de nuestros politólogos, alguno de esos que se dedican a la investigación del
disimulo político, quizás el tema dé sólo para que algún tesista (uno de esos
muchachos bien mamadores de gallo), trate de encontrar evidencias de las
asombrosas correlaciones que parece existir entre los laboratorios de opinión,
o los escándalos prefabricados que se montan, y los indicadores de crisis
socioeconómica, las cifras de inseguridad, las protestas ciudadanas o el número
de manifestaciones producto de la incompetencia en la prestación de servicios
sociales o públicos.
Tras
cada apagón eléctrico aparecerá alguna mala intención. Detrás de una mala
praxis hay un infiltrado. Junto a algún escándalo propio, se creará otro ajeno
y, cuando todo lo anterior falle, el dato correlacionará con el tiempo verbal
en gerundio: trabajando, haciendo, resolviendo, proponiendo o construyendo.
Pudiéramos
seguir. Pero mejor esperamos por las cifras del Instituto Nacional de
Estadísticas, campeón en eso de dar buenas noticias, para seguir con el rosario
de alabanzas y buenos rumbos que pocos entienden y muchos padecen.
Fuera
del circo de la política hay temas que dan cuenta de una crisis permanente.
Así, de todos los problemas que llevamos a cuestas el más incomprensible, el
que nos transporta de la rabia a la resignación, el que no importa que tanto
digan que se resolvió, pero sigue allí es, como ya lo imaginan, el asunto del
continuo, sorpresivo y repetitivo desabastecimiento.
Ya
no se encuentra como explicar que un día hay harina y al otro no. Que puede
llenar la despensa de servilletas, previendo el dato que le dieron, pero las
que desaparecieron fueron las sanitarias. Que un día compra cereal y al otro
desaparece la leche. Cientos de ejemplos, para al final concluir que somos un
país que no compra lo que quiere, ni lo que puede, sino lo que hay.
Nuestro profuso desabastecimiento tiene un solo origen. Falta de divisas para importar junto a la destrucción de la industria nacional. Pero ante este inmenso bulto de relación causa-efecto y a la espera de quien sabe qué clase de milagro, hemos inaugurado (junto a la nueva modalidad de las subastas para la asignación de divisas) la lógica de abastecimiento según la temporada.
Una
semana es la temporada de los útiles escolares, en breve la de los juguetes,
los arbolitos de navidad y sus adornitos. Luego vendrá la cesta navideña,
cuando no los disfraces, las estampitas y objetos religiosos, hasta llegar a lo
que no es más que el clímax del planificador de la escasez: el abastecimiento
por temporada. Vendrá la semana de la pasta de dientes, el mes de los
bluejeans, la quincena de la ensalada, o del repuesto de carro, el trimestre de
los productos químicos o el semestre de las medicinas.
Por
como van las cosas, y en homenaje a aquel venezolano que inventó en su momento,
y como síntesis de la crisis de entonces, el premio, día o marcha de los
pendejos, inauguremos para estos tiempos la temporada del Papa Frita. Motivo
para una subasta y emblema para lo que debe creer el Gobierno que somos sus
gobernados.
lespana@ucab.edu.ve
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