"Teme una rebelión social que considera imparable, una de mediana intensidad..."
¿ESTÁ
EL GOBIERNO AMENAZADO?
El
discurso oficial refleja temor y en algunos casos, espanto. Es como si el
enemigo asediara la residencia de Nicolás; como si éste ya sintiera el jadeo
cercano de la bestia que se lo quiere almorzar en una hora innoble de
descuidos. Se podría decir que todo es maniobra distractiva, electoral y
barata, de aquellas que solía inventar el difunto. Sin embargo, el camarada
Maduro destila un almizcle que denota preocupación, incertidumbre, algo que
podría no ser miedo, pero tal vez su prima hermana: angustia terminal.
Concurren algunos signos obvios del desasosiego, como esa súbita y frecuente
desconexión entre lo que piensa o parece pensar, lo que dice o quiere decir, lo
que le sale y frente a lo cual recula sin manejar bien el retroceso; a veces
quiere salirse de la suerte con un chiste, pero para decir chistes se requiere
mucha prudencia porque tratar de hacerse el gracioso sin tener buen humor puede
ser una calamidad pública.
Hay
desconfianza en los magnicidios que han anunciado a lo largo de 14 años;
especialmente cuando se apela a las leyendas de colombianos que necesitan una
foto para identificar a sus procuradas víctimas. Pero no es descartable
hipotéticamente que haya gente que quiera atentar contra Maduro, en la misma
medida en que cualquiera jefe de Estado o simple usurpador del cargo, tiene
enemigos, algunos de los cuales no quieren apelar a los métodos
constitucionales, pacíficos, democráticos y electorales. Me temo de todos modos
que Nicolás no tiene más enemigos mortales que Barack Obama, que Vladimir
Putin, que David Cameron, que Mariano Rajoy, que Juan Manuel Santos o que
Álvaro Uribe. Lo singular es que ninguno anda en el plan de que lo quieren
matar. Imagínense nada más a Obama con presentaciones mensuales en televisión
con la denuncia de que el jefe de Al Qaeda lo quiere matar; nadie lo dudaría,
pero sería sideral el ridículo que haría. Es más, esa vocación homicida de los
terroristas en un esfuerzo por atentar contra el presidente de Estados Unidos
es un presupuesto del cargo, y no se vio nunca a George W. Bush ni ahora a
Obama con ese insistente gimoteo. Entre otras cosas porque un presidente cuya
principal preocupación sea su propia seguridad personal denota no saber ni por
qué está allí ni su lugar en el contexto de la sociedad. El riesgo personal es
un requisito del cargo.
En
el caso de Nicolás la cuestión se agrava porque su denuncia periódica y
compulsiva, sin querer queriendo, lo que hace es reafirmar la noción de
inseguridad que vive el país. Si el propio jefe del régimen confiesa un día sí
y otro también que puede ser víctima de un atentado, ni se imagina cómo cae ese
miedillo bolivariano en los ciudadanos que todos los días sufren la violencia
en forma directa o indirecta. Él, rodeado de guardaespaldas, tecnologías de
punta en seguridad, decenas de carros blindados, bajo la directa supervisión de
los cubanos, todavía abriga temores, cómo se sentirán los ciudadanos en esas
calles de Dios.
PERO
ALGO DEBE HABER...
Pero un ciudadano de orden casi un cartujo, como quien esto
escribe, debe concederle alguna posibilidad de certeza a los reiterados
anuncios de Nicolás; aunque quisiera introducirle un cierto giro. ¿Son legítimos
los miedos que corroen la tranquilidad oficial? ¿Hay justificación para que se
identifique a unos sicarios porque llevaban fotografías de sus víctimas
potenciales, cuyos rostros son conocidos hasta en Bielorrusia? ¿Tiene razón el
Ministro del Interior al recomendar a Diosdado que se cambie el color de la
camisa para salvaguardar su seguridad? ¿Verde aguacate estaría mejor? ¿Tal vez
anaranjado fosforescente con lunares negros para pasar desapercibido? No sé si
hay razones para pensar que existe un proyecto de atentado contra Maduro. Como
sabueso estoy a la orden para formar parte de la comisión investigadora y
descubrir a los zafios que intentan el despropósito. Pero sí pienso que los
próceres creen tener motivos para temer lo que hay y lo que viene. Paso a
describirlo antes de que les dé un ataque.
Lo
que ahora sigue es lo que este narrador cree que el Gobierno piensa, cuando
piensa, sobre todo en clave cubana. Lo que se va a decir no obedece a
informaciones, ni contactos subrepticios, ni deslices de la CIA, sino lo que
aquí se piensa que el Gobierno piensa.
LO
QUE SABEN Y LO QUE NO.
El régimen sabe que la oposición no conspira, lo cual no
excluye el deseo del pronto reemplazo del madurismo adueñado de Miraflores.
Pero no hay conspiración opositora porque los factores esenciales juegan solo
en términos electorales. El Gobierno cree tener controlada la Fuerza Armada
sobre la base de un espionaje intenso, sofisticado y permanente, y como se sabe
desde tiempos inmemoriales no hay conspiraciones serias sin militares. Pero,
¿por qué el Gobierno actúa como actúa?
Hay
cierta desesperación. El intento de allanar la inmunidad de los diputados y en
primer lugar la de María Corina Machado, es muestra irrefutable de pánico de
los cubanos y sus cómplices nativos. Es la revelación de la podredumbre de
Pdvsa y de sus dueños, pero más allá es la crisis postrera de uno de los
soportes del Estado que ahora fenece.
Mi
hipótesis es la siguiente: el Gobierno teme una rebelión social que considera
imparable. Tal vez no sea el Caracazo (esos fenómenos son en sí mismos
singulares) pero sí un situación de rebelión de mediana intensidad en muchas
partes simultáneamente. ¿La pelea por la leche en polvo? ¿Por la gasolina?
¿Inseguridad desorbitada con el fracaso de Patria Segura? Nadie sabe. Pero el
Gobierno sabe que el uso de la represión tiene límites porque, a partir de un
cierto punto, el "gas del bueno" y los perdigones se hacen
ineficientes. En tales condiciones, según esa hipótesis, algunos cívicos y
militares podrían pensar que el momento habría llegado para sustituir a
Nicolás. Esta insurgencia, estimarían los próceres oficiales, sería apoyada por
gobiernos "de derecha" y fundamentalmente por "el imperio".
No sé qué verosimilitud tiene la hipótesis pero estoy convencido es lo que el
Gobierno cree y espera.
Unos
dirigentes con sentido histórico en una circunstancia como esta abrirían un
diálogo para distender los ánimos; dispondrían de una agenda creíble y en
nuestro caso darían demostraciones de buena voluntad como, por ejemplo, con la
liberación de los presos políticos. Si creyeran que los peligros para su
estabilidad existen y son graves, el diálogo en serio comenzaría.
Sin
embargo, me temo que el Gobierno cree que aunque la vorágine se acerca la única
respuesta a mano es la que los cubanos aconsejan: represión y más represión.
Sí, es posible; pudieran desarmar la voluntad de lucha de los ciudadanos y
atemorizar eventuales insurgentes. Pero la desesperación que existe en el
oficialismo tendría el riesgo de reproducirse en la acera de enfrente.
Entonces...
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@carlosblancog
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