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domingo, 21 de julio de 2013

CARLOS ARMANDO FIGUEREDO, COMENTARIOS SOBRE LAS DEMOCRACIAS TOTALITARIAS

Los estudiosos de ciencia política durante buena parte del siglo XX y siguiendo en el siglo XXI han investigado mucho sobre el totalitarismo. El término fue puesto en boga por Hannah Arendt, en 1950, en su libro Los Orígenes del Totalitarismo. 

El concepto de totalitarismo, según la filósofa política de origen judío nacida en Alemania y convertida en ciudadana de los Estados Unidos, se aplica a regímenes llamados totalitarios en los que la vida de sus ciudadanos está sometida al control absoluto de un partido político que ejerce autoridad única y exclusiva sobre ellos. Hannah Arendt analiza los orígenes del totalitarismo refiriéndose al régimen nacionalsocialista alemán a partir de enero de 1933 y, en una obra posterior, al régimen comunista de la Unión Soviética después de la Revolucion Bolshevique de octubre de 1917. No publicó una obra referida a los orígenes de regímenes totalitarios con vestidura democrática como   las llamadas democracias totalitarias.

Los orígenes de las democracias totalitarias han sido objeto de un estudio profundo por parte de Jacob Leib Talmon, renombrado profesor de historia moderna en la Universidad Hebrea de Jerusalén, fallecido en 1980. Ese estudio está plasmado en su libro publicado en 1952 bajo el título de The Origins of Totaltarian Democracy [Los Orígenes de la Democracia Totalitaria]. Según Talmon y otros autores se considera democracia totalitaria a un sistema de gobierno surgido de elecciones libres —en otras palabras de la voluntad popular— en el que los ciudadanos, si bien pueden elegir, no tienen ninguna participación en la toma de decisiones de un poder ejecutivo que no está sometido, en la práctica, a ningún control por los poderes legislativo y jurisdiccional. Se trata de regímenes que tienen legitimidad de origen pero no de ejercicio.

Después del final de la segunda guerra mundial, en 1945, surgieron en Europa Oriental regímenes considerados como democracias totalitarias. Ha ocurrido lo mismo en América Latina en la segunda mitad del siglo veinte y a comienzos dl siglo veintiuno, por lo que he creído conveniente glosar el libro del profesor Talmon.

Hay que aclarar, desde un principio, que Talmon analiza el origen de las democracias totalitarias a partir del siglo diez y ocho, como veremos más adelante.

Comienza la obra refiriéndose a los dos tipos de democracia: la liberal y la totalitaria, definidas como sigue:

El enfoque liberal supone que la política es un asunto de ensayo y error, y considera a los sistemas políticos como estratagemas pragmáticas de la ingenuidad y espontaneidad humanas. Reconoce también una variedad de niveles de esfuerzo colectivo que en conjunto están fuera de la esfera de la política.[1]

La definición de la democracia totalitaria, por otro lado, se basa en la suposición de una sola y exclusiva verdad en la política. Se le puede llamar Mesianismo político en el sentido de que postula un esquema de cosas previamente ordenado, armonioso, al que son llevados irresistiblemente los seres humanos y al que están obligados a llegar.[2]

Sobre la manera de concebir el pensamiento humano, se opina que “Trata todo el pensamiento y la acción humanos como si tuviesen significación social y, por lo tanto, cayesen en la órbita de la acción política:”[3]

Al tratar sobre el valor de la libertad por parte del enfoque liberal como del totalitario, para el autor “Ambas escuelas afirman el valor supremo de la libertad. Pero mientras una halla la esencia de la libertad en la espontaneidad y la ausencia de coerción, la otra cree que sólo se realiza mediante la búsqueda de una finalidad colectiva absoluta.”[4]

Talmon empieza temprano a esbozar sus ideas acerca de los orígenes de la democracia totalitaria diciendo:

La decadencia de la idea de estatus como consecuencia del surgimiento del individualismo trajo consigo la perdición del privilegio, pero también contenía potencialidades totalitarias. Si, tal como se discutirá en este ensayo, lo empírico es el aliado de la libertad, y el espíritu doctrinario es el amigo del totalitarismo, la idea del hombre como una abstracción, independientemente de los grupos a los cuales pertenezca, posiblemente se convertirá en un poderoso vehículo del totalitarismo.[5]

Sigue en la consideración del germen de la democracia en el siglo diez y ocho, bajo las ideas de la Ilustración: “Pero lo que hay que enfatizar debe ser la intensa preocupación del siglo diez y ocho con la idea de virtud, que no era sino la conformidad con el deseado patrón de armonía. Se negaban a contemplar el conflicto entre libertad y virtud como inevitable.”[6] Se habla del mesianismo que, indirectamente, surge de esas ideas: “El Mesianismo totalitario se endureció como una doctrina exclusiva representada por una vanguardia de los iluminados, quienes justificaban su utilización de la coerción contra quienes se negaban a ser libres y virtuosos.”[7]

Sobre la influencia del pensamiento ilustrado, Talmon aclara de nuevo que:
El objeto de este libro es examinar los estadios a través de los cuales los ideales sociales del siglo diez y ocho se transformaron –por un lado- en democracia totalitaria. Se toman tres de esos estadios: el postulado del siglo diez y ocho, la improvisación jacobina y la cristalización de las ideas de Babeuf;…[8]

En cuanto a lo que se dice sobre el conflicto entre la libertad y la virtud, nos hace recordar lo que decía Maquiavelo en El Príncipe: “Los dominios así adquiridos están acostumbrados a vivir bajo un príncipe o a ser libres; y se adquieren por las armas propias, por la suerte o por la virtud.”[9]

A partir de la página 6 el autor comienza a tratar sobre la democracia totalitaria moderna, la que, según antes se dijo, surgió después de 1945 tanto en las llamadas repúblicas democráticas de Europa Oriental y en algunos países de América Latina, definiendo a esa supuesta democracia como “una dictadura que reposa sobre el entusiasmo popular, y por ello es diferente del poder absoluto ejercido por un Rey de derecho divino, o por un tirano usurpador”. Se pasa de inmediato a referirse al totalitarismo de la derecha y el totalitarismo de la izquierda:

La Derecha enseña la necesidad de la fuerza como una manera permanente de mantener el orden entre las creaturas pobres y revoltosas y las entrena a actuar de una manera ajena a su naturaleza mediocre. El totalitarismo de la Izquierda, al valerse de la fuerza, lo hace convencido de que la fuerza solo se utiliza para acelerar el ritmo del progreso del hombre hacia la perfección y la armonía social.[10]

Sobre las premisas originales de lo que se ha dado en llamar regímenes revolucionarios de democracia totalitaria, el autor opina: “Puede mantenerse además que independientemente de lo que fueran sus premisas originales, los partidos y regímenes totalitarios de la Izquierda tendieron invariablemente a degenerar como maquinarias de poder sin alma, cuyo pobre servicio a los dogmas originales es mera hipocresía.”[11]

Hemos visto como ese totalitarismo de izquierda ha triunfado y ha permanecido e incluso permanece en el poder por muy largos años, como es el caso de Cuba y, al analizar su naturaleza, Talmon opina:

Incluso si aceptamos ese diagnóstico de la naturaleza del totalitarismo de izquierda cuando triunfa, ¿debemos atribuirle su degeneración al inevitable proceso de corrosión que sufre una idea cuando el poder cae en manos de sus adherentes? ¿O debemos acaso buscar su razón más profundamente, a saber, en la propia esencia de la contradicción entre absolutismo ideológico e individualismo, inherente al moderno Mesianismo político? ¿Cuándo los hechos de los hombres en el poder desmienten sus palabras, acaso hay que llamarlos hipócritas y cínicos o son solo víctimas de un espejismo intelectual?[12]

Sobre el papel del liderazgo, que tiene tanto peso en las democracias totalitarias, Talmon señala:

El líder se identifica con la doctrina absoluta y la negativa de otros en someterse llega a ser considerada no como una diferencia de opinión normal, sino como un delito. Es característico del líder que cuando se le frustra pierde rápidamente su equilibrio precario y cae víctima de una orgía de lástima de sí mismo, manía persecutoria e impulso al suicidio.[13]

Volviendo sobre la influencia del pensamiento ilustrado del siglo diez y ocho como factor influyente en la aparición del totalitarismo democrático y, refiriéndose a Rousseau, al hablar de la voluntad general, la soberanía popular y la dictadura, Talmon plantea: “Lo soberano de Rousseau es la voluntad general exteriorizada, y, tal como antes se ha dicho, esencialmente representa lo mismo que el orden armonioso natural. Al casar este concepto con el principio de soberanía popular, Rousseau hizo que surgiera la democracia totalitaria.”[14] 

Sin duda, Rousseau, al referirse al Contrato Social para la creación el Estado, lo hace basándose en la idea de que la voluntad del pueblo era suprema, concepto que ya venía desde la Roma antigua: voluntas populi suprema lex esto. Pero Rousseau no llega a determinar cómo se determina cuál es la verdadera voluntad del pueblo, concepto éste que ha sido objeto de múltiples abusos por parte de los regímenes de democracia totalitaria para justificar su acceso al poder y su permanencia en el mismo. Se insiste en la implicación de la dictadura cuando los regímenes se basan en la democracia y llaman a referendos cuando están seguros de que obtendrán con ellos los resultados buscados, Así tenemos:

Ahora bien, desde la propia base del principio de democracia directa e indivisible y la expectativa de unanimidad, se halla  la implicación de dictadura, tal como lo ha mostrado la historia de más de un referendo. Si un llamado constante al pueblo como un todo, no solo como un pequeño grupo representante, se mantiene, y a la vez se postula la unanimidad, no hay modo de escaparse de la dictadura. Ello estaba implícito en el énfasis de Rousseau sobre el tan importante punto según el cual los líderes deben plantear solo preguntas de una naturaleza general al pueblo, y, lo que es más, deben saber cómo plantear la pregunta correcta. La pregunta debe tener una respuesta tan obvia que cualquier respuesta diferente aparecería como simple traición o perversión. Si la unanimidad es lo que se desea, debe ingeniarse a través de intimidación, trampas electorales o la organización de la expresión popular espontánea a través de activistas que pasan el tiempo haciendo peticiones, demostraciones públicas y una campaña violenta de denuncias.[15]

Hay una crítica velada a Rousseau basada en el hecho de que él no atisbaba las consecuencias negativas de sus “buenas ideas”:

[Rousseau] no estaba consciente de que la absorción total y altamente emocional en el esfuerzo político colectivo se calcula para destruir toda felicidad, de que la excitación producida por la multitud reunida puede ejercer una presión muy tiránica y que la extensión del alcance de la política a todas las esferas de interés humano, sin dejar espacio para el proceso de actividad casual y empírica, era la vía más corta hacia el totalitarismo.[16]

En el capítulo cuatro del libro se trata del problema de la propiedad y de su enfoque por parte de la democracia totalitaria. Se analiza el pensamiento de Morelly y Mably como precursores del comunismo. Refiriéndose al pensamiento del siglo diez y ocho, se subraya la discrepancia entre los planteamientos teóricos, tan audaces, y la debilidad de las conclusiones prácticas, sobre todo en cuanto al tema de la propiedad: “La realmente remarcable característica del pensamiento del siglo diez y ocho no es la presencia o ausencia de socialismo. Sino la discrepancia entre la audacia de las premisas y la timidez de las conclusiones prácticas, cuando se trataba sobre el problema de la propiedad.”[17]

Muchos de esos pensadores achacan los males de la sociedad a la inequidad de la propiedad: “No solo comunistas declarados como Morelly y Mably, sino también Rousseau, Diderot y Helvetius estaban contestes en que todos esos males son el primer efecto de la propiedad y de todo el juego de males inseparables de la inequidad a la que le dio nacimiento”.[18]

Se pone en evidencia el bajo concepto que el autor del Contrato Social tenía sobre la propiedad:

El elocuente pasaje de Rousseau acerca del primer hombre que rodeó su terreno de una cerca, engañó a sus vecinos haciéndoles creer en la legalidad de su acto, y se hizo así el autor de todas las guerras, las rivalidades, los males sociales y la desmoralización en el mundo, no es más radical que la insistencia obsesiva de Morelly y Mably es la causa de raíz de que todo haya tornado mal en la historia.[19]

Se muestra como, en el siglo diez y ocho, aparece la propuesta de eliminación de la propiedad privada, sustituyéndola por la propiedad del Estado: “Helvetius estaba del mismo lado de la mayoría de sus contemporáneos, cuando alegaba que solo un régimen de propiedad del Estado, con el dinero proscrito, ofrecía una posibilidad de una legislación, estable e inalterable, calculada para preservar la felicidad general.”[20]

Pero Talmon recuerda que muchos de esos pensadores con ideas de socialismo real dieron marcha atrás, tal como lo han hecho hoy en día muchos políticos que en una época fueron de extrema izquierda y hoy en día se acercan cada vez más a las ideas liberales:

Todas esas ideas, sin embargo, fueron contradichas por los mismos escritores que las habían avanzado. Rousseau, Helvetius y Mably concurrieron en que la propiedad privada se había hecho el cemento del orden social, y la primera piedra del Contrato Social. Helvetius llamaba a la propiedad privada “le droit le plus sacré…dieu moral des empires”.[21]

La Revolución Francesa, nacida de la Ilustración del siglo diez y ocho, como la esperanza de un mundo mejor, de libertad, igualdad y fraternidad, no tardó mucho en tomar el camino del totalitarismo, sobre todo a partir de 1793. Así lo aclara Talmon:

Todo el desarrollo subsiguiente de la Revolución puede ser descrito como una lucha entre dos actitudes, una basada en la idea de equilibrio y la nueva legalidad establecida, y la otra que surgía de la idea de la primacía de la finalidad Revolucionaria, y que implicaba la legalidad de la coerción y la violencia Revolucionaria.…

La dictadura del Comité de Salud Pública y la declaración del Gobierno Revolucionario que siguió al golpe de junio implicó la pretensión de que en ese estadio la finalidad Revolucionaria había llegado a incorporarse en un partido único, el Jacobinismo, que representaba la verdadera voluntad y el real interés del pueblo, o más bien de las masas populares.[22]

Una expresión clara de la llegada de un totalitarismo que se dice democrático, pretendiendo basarse en sus orígenes como movimiento surgido de un origen para todos esperanzador como fue la Revolución Francesa en 1789, es lo que nos narra Talmon respecto del club de los Jacobinos. Y es que el jacobinismo, como doctrina política pretendía defender la soberanía popular, entendida a su manera, para justificar un régimen de terror:

La dictadura jacobina descansaba sobre dos columnas: la devoción fanática de los fieles y una ortodoxia rigurosa. La combinación de ambas era el secreto de la fuerza de los jacobinos, y un nuevo fenómeno en la historia política. Habiendo comenzado como un movimiento para auto-expresión popular y debate permanente, para compartir la jubilosa experiencia de ejercer la soberanía popular, el jacobinismo se convirtió rápidamente en una confraternidad de fieles que deben perderse en la sustancia objetiva de la fe para recuperar sus almas.[23]

Ya antes se habló de los totalitarismos de derecha y de izquierda y se expresa una opinión sobre estos últimos, considerando su carácter universal que ahora vemos aparecer en América Latina a fines del siglo veinte e inicios del veintiuno y que, como antes, ya se siente su próxima desaparición :

De allí que los patrones del totalitarismo de Izquierda sean tan universalistas en su carácter e ignoren completamente las características nacionales y locales, así como luzcan totalmente desconocedores del problema del elemento personal en el liderazgo, olvidando el lugar de la personalidad humana real en el funcionamiento de la política…

… El éxtasis revolucionario no disuelto es algo que dura poco. Pronto, los hombres retornan al pantano del conservadurismo obtuso, del egoísmo o de la privacidad neutral.[24]
La impaciencia y la violencia del doctrinario racionalista convierte pronto al entusiasmo de masa en hostilidad resentida hacia el patrón revolucionario. Siempre ha ocurrido en las revoluciones modernas que en la medida en que el dinamismo más interno de la Revolución siguió lanzando hacia delante cada vez más extremistas doctrinarios las masas se hicieron cada vez más indiferentes y hostiles respecto de las intenciones revolucionarias.[25]

Hay referencia a la ambigüedad del siglo diez y ocho que no pudo resolverse para justificar la coerción considerada imprescindible por la democracia totalitarista, y se expone:

Siempre hubo una ambigüedad no resuelta en el siglo diez y ocho, especialmente de origen de Rousseau, la yuxtaposición de las dos cualidades del ideal del siglo diez y ocho –su carácter objetivo, eterno, y el hecho de estar grabado en los  corazones humanos. La ambigüedad no resuelta parecía resolver la cuestión  de la coerción. Puesto que la verdad objetiva también estaba inmanente en la consciencia del hombre, no había coerción externa al forzarlo a seguirla. También había otra ambigüedad; por un lado, la esperanza optimista de que el hombre (o el pueblo) hecho libre, y así también moral, vería la verdad y la seguiría; por otro lado se hallaba el temor a la arbitrariedad y la arrogancia humana.[26]

A pesar del ateísmo revolucionario surge para sus paladines la necesidad de contar con una religión y se nos recuerda lo que pensó Robespierre: “Lo que Robespierre quería decir no era que puesto que no podía moverse al populacho mediante argumentos racionales para que se comportara éticamente, sino por el miedo a Dios, había simplemente que inventar la religión en aras del orden social.”[27] 

Ya Lucrecio había dicho: timor facit deos.

Y desde el siglo diez ocho se germina la política de clase como base fundamental de la democracia totalitaria. Refiriéndose a esa política, leemos lo que aún se sigue practicando:

Hay que pagarle al pueblo y mantenerlo a expensas de los ricos: pagarle por asistir a asamblea públicas, amar a sus gentes y mantenerlas como miembros de ejércitos revolucionarios con dinero proveniente de cargas especiales a los ricos a quienes debían vigilar, finalmente subsidiadas y provistas por el Gobierno a expensas de los productores y mercaderes.[28]

La democracia totalitaria que nació en el siglo diez y ocho comenzó a evolucionar hacia el comunismo, bajo la inspiración de Babeuf:

El más temprano y constante elemento en el pensamiento de Babeuf  era la idea general y muy vaga de que le incumbía a la sociedad asegurar la existencia de todas las personas, en cuya nomenclatura una “honnête médiocrité”, ni menos ni más de lo necesario: “portion égale”.. En la víspera de la Revolución había llegado a pensar de que la mejor manera de hacerlo era que toda la propiedad se pusiera en un fondo común y que se facultara al Estado para llevar a cabo una distribución igual, sin acordar trato preferencial a ninguna clase o profesión.[29]

Pero tal democracia plebiscitaria, directa es —tal como ya se dijo— lo preliminar de una dictadura o de una dictadura disfrazada. Es una invitación a un partido totalitario para azuzar agitación, “organizar” el descontento o la voluntad del pueblo, ingeniando peticiones de masa, manifestaciones y presión desde abajo; y un estímulo a un partido totalitario en el poder para ingeniar referendos y resoluciones de masa en apoyo. No podía hacerse de otro modo. Se sabe que cuando se postula plena unanimidad, no hay escape de la imposición de una sola voluntad.

A partir de la página 249 de Los Orígenes de la Democracia Totalitaria se exponen las conclusiones del autor:

La democracia TOTALITARIA, lejos  de ser un fenómeno de reciente crecimiento, y fuera de la tradición occidental, tiene sus raíces en el tronco común de las ideas del siglo diez y ocho.…

La democracia totalitaria evolucionó tempranamente hacia un patrón de coerción y centralización no porque rechazaba los valores del individualismo   liberal del siglo diez y ocho, sino porque originalmente tenía un actitud demasiado perfeccionista respecto de los mismos.[30]…

El trazado de la genealogía de las ideas brinda una oportunidad para emitir algunas conclusiones de naturaleza general. La lección más importante que hay que extraer de esta investigación es lo incompatible de la idea credo en la libertad que todo lo abarque y todo lo resuelva.

Esa es la maldición de todos los credos de salvación: haber nacido de los impulsos más nobles del hombre, y degenerar en armas de tiranía.[31]

[1] J.L, Talmon The Origins of Totalitarian Democracy, West View Press, Inc, Boulder, Colorado, 1985 © J.L. Talmon, p.1
 [2] Ibíd., p 1,s.
[3] Ibíd., p 2.
[4] Ibid.
[5] Ibid., p 4.
[6] Ibid., p 4., s.
[7] Ibid., p 5.
[8] Ibid., p 6.
[9] Maquiavelo, El Príncipe, edición virtual en: http://www.laeditorialvirtual.com.ar/pages/maquiavelo/maquiavelo_elprincipe.htm
[10] Talmon, op. cit,, p.7.
[11] Ibid.,
[12] Ibid., p 6., s
[13] Ibid., p 40.
[14] Ibid., p 43.
[15] Ibid., p 46.
[16] Ibid., p 47.
[17] Ibid., p 50.
[18] Ibid., p 51.
[19] Ibid.
[20] Ibid., p. 52.
[21] Ibid. P. 78 y 79.
[22] Ibid., p. 79
[23] Ibid., p. 127
[24] Ibid., p. 136.
[25] Ibid., p. 137.
[26] Ibid., p. 147.
[27] Ibid., p. 148.
[28] Ibid., p. 152.
[29] Ibid., p. 187.
[30] Ibid., p. 249.
[31] Ibid., p. 253.

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