“Encontramos razones que confirman nuestra creencia porque ya creemos: no es que creamos porque hayamos encontrado suficientes buenas razones para creer” Slavoj Zizek
Tal
vez deberíamos ir a la representación simbólica de la realidad social para
escudriñar los supuestos reales
contenidos ideológicos del presente conflicto perverso o pasearnos por las
definiciones siempre contrastantes y polémicas de ideología. Quizás nos inclinemos por recurrir a la
segunda acepción de Bobbio, en el sentido de que en el asunto ideológico lo
importante no es la verdad sino su valor funcional.
La
representación tiene una mezcla de elementos entre los cuales, sin duda, está
incluida la ideología, sobre todo y a nuestro entender, como elemento afectivo
que moldea la visión, procesa la información y determina comportamientos
derivados de esa representación. Esto es, al lado del elemento afectivo hay uno
normativo y también uno cognoscitivo. Entre los tres forman una conciencia
social.
El
planteamiento del “socialismo del siglo XXI” provee de una autovaloración y de
una justificación, en pocas palabras, otorga la fe, como concede una
autorización para determinar lo bueno y lo malo y, en consecuencia, un
movimiento actuante.
El contenido ideológico otorga la especificidad necesaria
a una eficacia. Así sucede a pesar de ser una noción del marxismo ortodoxo el
‘fin de la ideología” al considerarla como típico producto del capitalismo y en
consecuencia innecesaria al término de las relaciones de dominación.
De manera
que hablar del “socialismo del siglo XXI” como una teoría de base sólida o como
verdadera o de efectos perniciosos es absolutamente banal puesto que lo único
que interesa a los efectos del conflicto es su eficiencia práctica, dado que
otorga coherencia en el ejercicio del poder.
La
identificación no proviene de alguna racionalidad, más bien de las
connotaciones subliminales. La identificación proviene de “una oferta de vida”.
Esta forma va desde lo trivial hasta lo supuestamente profundo que permite la
expresión ‘daría mi vida por el proceso”. En situaciones como la presente
venezolana el elemento ideología contribuye grandemente a la radicalización de
los opuestos o, si se quiere, a determinar el grado de intensidad de lo que
hemos denominado polarización.
Frente
al hecho encontramos la radicalización de los opuestos, pero ahora nos interesa
destacar el llamado a la reconciliación y al diálogo. Es evidente que la
eliminación del antagonismo, tal como lo hemos descrito, resulta muy difícil
porque ya se ha erigido como elemento constitutivo del ordenamiento social. El
constante ataque a la “burguesía” nos lleva a considerar al Marx de la
ideología alemana donde se define a la ideología como una falsa conciencia de
posición de clase.
Si en el caso venezolano estuviésemos viviendo un
enfrentamiento de los trabajadores contra la burguesía, lo que no es cierto
para nada, podrían explicarse los ataques a los que hacemos referencia, lo que
a su vez nos obliga a señalar el elemento ideológico como uno distorsionador y
falso, producto de resabios de un Marx mal entendido o simplemente de uno
dejado en su contexto histórico. Por este camino la única posible conclusión es
que “la construcción del proceso” sólo es posible excluyendo de manera
definitiva a un sector de la población como condición necesaria para la
posibilidad de logro revolucionario.
Creo
existe una ignorancia supina del pensamiento postmarxista y/o neomarxista.
Desde este punto de vista la única posibilidad de atemperar los disentimientos
es el abandono de la idea de liquidación y colocar el enfrentamiento en
términos de siglo XXI, lo que significa, por parte de quienes ahora ejercen el
poder, de la admisión de la tesis de que
debemos desechar las deformaciones conducidas por las formas imaginarias.
Por parte de quienes se le oponen la aceptación de estar viviendo un proceso de reconstrucción social que implica la incorporación de un elemento consensual que conlleve la construcción de un principio comunitario frente a las drásticas consecuencias eventuales del enfrentamiento.
En
buena medida, podríamos hablar de un retorno a la política, si pensamos con el
esloveno Zizek y su inmersión en Jacques Lacan,
que ese elemento ideológico la forcluye (la pone fuera de tiempo) y avanza a lo que se ha
denominado “consensualismo puro”, lo que deberemos leer, creemos nosotros, como
imposición totalitaria que pretende el objetivo imposible de eliminar la
alteridad.
Este retorno a la política permitiría conformar lo que llamaremos a
estos fines específicos como “objetividad”, cuya ausencia, extrema paradoja no
visible para los ojos cegatos de los extremismos, impide la realización de lo
social.
Creemos que su ausencia ha sido denominada fascismo.
tlopezmelendez@cantv.net
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