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sábado, 29 de junio de 2013

TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ, EDUCAR AL CONFLICTO

El conflicto político venezolano se desarrolla sobre las minucias de la acción política cotidiana. Sólo una de las partes, la que ejerce el gobierno, pretende una oferta de fondo que lo es más de telón de un esfuerzo por conservar el poder. Un conflicto ejercido a diario sobre lo circunstancial es en sí mismo una lucha por el poder y no más, lo cual plantea una conclusión de alto peligro: la sustitución del actor del poder no acabará el conflicto sino que más bien puede agravarlo. Es así como puede argumentarse que el venezolano es uno sin salida.

No hay frente a los venezolanos una interpretación de mundo que le permita dilucidar mediante el ejercicio de la reflexión un presente complejo e impredecible. En buena medida podemos afirmar que este conflicto diario sustentado sobre la superficialidad nos convierte en una sociedad de la ignorancia por oposición a lo que deberíamos ser o pretender ser: una sociedad del conocimiento.

El enmarcaje del conflicto en un “no volverán” o “los echaremos” reduce las posibilidades democráticas y anula la vía electoral para su resolución, puesto que cualquiera sea el resultado, se produzca o no la alternancia, el conflicto pervivirá en igual magnitud. Esto es, aparte de la violencia directa que se manifiesta con frecuencia, se seguirá manifestando una violencia estructural y cultural.

Fácil de decir y difícil de lograr, pero la única posibilidad pasa por el fomento de una perspectiva creadora del conflicto. El lenguaje de los actores, las movidas que llamaremos tácticas ante la ausencia de algún término despectivo para designarlas, sólo muestran una concepción de la democracia como procedimiento aparente en desmedro de una como forma de vida.

El interés general, principio básico de la ética política, que conlleva a un cuerpo social a la capacidad de discutir y consensuar, ha sido echado a un lado por los actores que se disputan el poder sobre la base de intereses sectarios. Viendo, por ejemplo, la cara de Jano del titular de nuestras Relaciones Exteriores, actuando como tal y como dirigente del partido gobernante en una dicotomía inaceptable, creo deberíamos plantear el concepto que denominaremos de “diplomacia ciudadana”, una que busque un máximo denominador común posible.

Lo que llamamos “diplomacia ciudadana”, por oposición al conflicto perverso, es una participación horizontalizada que calificaremos como una democratización del hasta ahora tratamiento convencional –si es que tal existe- del conflicto. Esto es, los actores de la resolución no son los titulares de la autoridad, ni los que la ejercen en una violación cotidiana del Estado de Derecho ni quienes la encarnan del otro lado por su mando sobre los partidos agónicos donde no se practica democracia interna. En pocas palabras, dado el juego cerrado del conflicto venezolano sólo una participación activa de protagonistas ciudadanos puede lograr una transformación positiva del conflicto en medio de una exigencia general de simetría y bajo el dominio de una razón comunicativa y dialógica.

La aparición de este ethos democrático redescubriendo el conflicto es ciertamente un albur, uno sólo lograble por la vía en que estamos definiendo, uno de pedagogía de la inclusión, o lo que estamos llamando una educación al conflicto. Aún contra los actores conflictivos que se empeñan en retroalimentarse y en cuyo esfuerzo convierten al lenguaje en bazofia y en arma condenable, es menester insistir en conceptos como la diversidad y las diferencias como valor, en la solidaridad y en el contraste como posibilidad. Si queremos verlo así, deberemos afirmar al conflicto bajo educación como palanca de transformación y logros, como un chance al aprendizaje y como una práctica de aquella afirmación de Paulo Freire de que toda acción educativa conlleva a una acción política y que la política posee una dimensión pedagógica, una, por cierto, desdeñada en esta ruina cotidiana a la que somos sometidos.

Si lo queremos decir de otra manera, la única posibilidad de enfrentar el conflicto, vista la pequeñez de los actores, es educando al conflicto para dar sentido a lo que no lo tiene.

tlopezmelendez@cantv.net

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