Hubo un tiempo en que los venezolanos nos
sentíamos capaces de burlarnos del subdesarrollo de otros países de este
continente que como bien se sabe ingresó en la historia del mundo occidental como
un accidente. Pareciera que nunca superamos el error que significó el
proyectado viaje de Cristóbal Colón a la India y su imprevista llegada a estas
tierras de indios.
Pero nosotros nos creíamos al margen de ese error: la
riqueza petrolera, la ubicación geográfica, la relación cercana y cordial con
el país que hablaba inglés, nos compraba petróleo y nos suministraba dólares,
un sistema democrático estable que permitía no solo la libre expresión de las
ideas sino además recibir a exiliados y perseguidos políticos de distintos
países; todo eso nos llevaba a suponernos distintos y por supuesto superiores
al resto de los habitantes de América latina.
Muchas veces nos vieron con
envidia porque cuando se acumulan tantos privilegios y ventajas es casi
imposible no caer en la arrogancia y la pedantería.
Gracias a nuestra solvencia económica, este
era el país de la abundancia y de la diversidad gastronómica y por supuesto
alcohólica que fue siempre la más importante. Nunca dejamos de ser el primer
importador y consumidor de whisky escocés en toda la América y no sé si en el
mundo. Fuimos receptores de las delicatesses de distintas culturas y adquirimos
sofisticados hábitos de confort. Por eso, cuando mis hermanas y yo emprendimos
nuestro primer viaje a Europa en 1966, quedamos espantadas al llegar a nuestro
hotel en Paris y comprobar que el papel higiénico eran unos cuadritos mínimos
con los que había que hacer magia para que cumplieran su función. Pero en los
bares y bistró los cuadritos eran de un papel encerado incapaz de absorber
nada. Mis hermanas y yo decidimos comprar cada una un rollo de papel higiénico
y llevarlo en la cartera. ¿Quién podía imaginar entonces que, años después, la
llegada al poder de una plaga depredadora y vampiresca provocaría la degradación
de no tener siquiera los cuadritos encerados de los bares y bistró parisinos de
los 50 y 60?
Nuestro orgullo de país evolucionado,
democrático, emergente y en vías de desarrollo ha rodado por los pisos, la gran
potencia que anunciaba Chávez y que ahora repite Jaua, ha devenido en un remedo
de Haití. No solo por la escasez de comestibles, medicinas, repuestos de
cualquier tipo y todo lo que requiera de divisas para su importación, sino por
la naturaleza del régimen que ha sucedido al verdadero perpetrador de esta
desgracia continua: Hugo Chávez Frías. El difunto anunció no menos de cien
conspiraciones que incluían su asesinato, algo que él se empeñó en llamar
magnicidio como si hubiese algo de magno en su persona. Cuando falleció, la
corte de los milagros que fue su entorno, acusó al Imperio de haberle inoculado
el cáncer que lo llevó al Cuartel de la Montaña.
Ahora Maduro, no satisfecho con pretender
copiar el acento cubano de Chávez, sus gestos, sus insultos, rabietas,
vulgaridades, chistes malos y jaquetonerías, acude también al expediente de la
victimización por medios inoculados.
En su caso no es cáncer sino un veneno que
lo iría matando lentamente: “no en un día, sino para enfermarme en el
transcurso de los meses que están por venir”. A pesar de lo bien informado que
parece estar sobre esos siniestros planes conspirativos, no aclaró cuánto
tendríamos que esperar por el fatal desenlace. Para colmo de nuestros asombros,
el veneno -a diferencia de los cuentos de hadas en que lo aplica una bruja malvada
casi siempre dentro de una manzana- se lo inocularía un equipo. Es decir que
llega un comando tipo Swat armado con una inyectadora y le inocula un veneno de
efecto retardado. Hay varios puntos oscuros en el tema de la inoculación: ¿Por
qué el Comando pasó primero por Bogotá si el veneno viene desde Miami en el
equipaje de Roger Noriega? ¿Por qué Roger Noriega se expone trasladando el
veneno si pudo enviarlo con cualquier agente del Imperio menos expuesto ante la
mirada pública y hasta por un Courier? Suponemos que en la medida en que el
SEBIN tenga más claro el asunto, el gobierno nos irá informando con la
transparencia que lo caracteriza.
La conspiración perversa que denuncia Maduro
no termina con su envenenamiento gota a gota; según sus palabras hay: “un plan
perfecto para derrocarme y llenar de violencia a Venezuela? Un plan de guerra
psicológica, basado en actos contra la paz y la seguridad. Lo tienen aprobado,
contiene sabotaje a la economía, al dólar, al abastecimiento."
Si los
servicios de Inteligencia de este gobierno sirvieran para algo ya habrían
determinado que el plan siniestro contra el dólar y el abastecimiento lo inició
Hugo Chávez hace quince años con la colaboración de Nelson Merentes, Rafael
Ramírez, Jorge Giordani y todos los ineptos unos y alucinados otros que han
hundido la economía de este país. El sabotaje a la paz y a la seguridad lo
ejecutan los delincuentes que asesinan entre cincuenta y cien venezolanos cada
día.
A mi me encanta el Imperio, lo confieso,
sobre todo ese capitalismo que nos abofetea con supermercados abarrotados de
todo lo que aquí escasea o simplemente no existe. Lo que no logro entender es
por qué nos odian tanto: primero le inoculan un cáncer a Chávez para que llegue
otro peor, y a este le quieren inocular veneno lo que significa que el supuesto
sucesor del envenenado podría ser (aunque resulta difícil suponerlo) alguien
aún más ignorante y nefasto. ¿Qué les cuesta enviar unas jeringas con un
poquito de inteligencia y otro de sindéresis para salvarnos de tanta burralidad
cotidiana y de tanto ridículo universal?
gamus.paulina@gmail.com
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