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viernes, 28 de junio de 2013

MILAGROS SOCORRO, LA MALA VOCERIA

En su necesidad de mantener “vivo” a Chávez, el gobierno destina buena parte de la programación de los medios de comunicación del Estado a difundir viejos programas del fallecido presidente. Da la impresión de que cuanto más se debilita el gobierno y la imagen de Maduro, más echan mano de este mercadeo momificado.
Naturalmente, todo abuso supone un desgaste. Para enfrentar esta tendencia inevitable en la figura de Chávez –que, además se ve erosionada por el desastre que dejó a su muerte- sus “herederos” han intentando por todos los medios fabricar un mito, con la esperanza de que este sea resistente a los embates de la realidad. 
Es así como de hombre pasó a “gigante”. Y ahora, dado que su fracaso es atronador en materia económica, social, sanitaria, educativa, de seguridad ciudadana, de soberanía, de infraestructura, jurídica y ambiental, intentan concentrarse en sus fortalezas como comunicador. De allí que le dieran el Premio Nacional de Periodismo a Chávez. Un reconocimiento muerto terminó asignado a un muerto.
Al rechazar el otorgamiento del premio a Chávez, el Colegio Nacional de Periodismo (CNP) se quedó corto en argumentos. Expuso que esa distinción debía ser solo para egresados de las universidades, para profesionales de la comunicación y para agremiados en su seno; y, lo más importante, recordó que el fenecido había sido “responsable del cierre de innumerables medios de comunicación durante su gestión gubernamental (RCTV, 33 emisoras de radio), dejando sin trabajo a decenas de colegas, aunado a ello, en más de una ocasión el difunto Jefe de Estado sometió al escarnio público a los periodistas, que cumpliendo con el deber de informar de manera oportuna y veraz, formularon preguntas ‘incómodas’ al mandatario”.
Faltó establecer que Chávez dista mucho de ser un buen comunicador; y que, más aún, es lo contrario de ello. Puesto que la comunicación es un proceso bidireccional, que exige la presencia de, por lo menos, dos polos participantes en la acción de comunicar. Es sabido que Chávez, al confiscar todos los poderes, eliminando la separación entre ellos y el consecuente escrutinio que unos ejercen sobre otros, acabó con la posibilidad de una respuesta, esto es, de que se efectuara el acto de la comunicación.
Con Chávez, el Ejecutivo hablaba en solitario. No había manera de que los otros poderes, ni los partidos, la sociedad civil, los gremios, ni mucho menos la oposición, emitieran una respuesta. El supuesto gran comunicador solo permitía acatamiento, aquiescencia y aplausos. Por eso no permitía periodistas venezolanos en sus ruedas de prensa. Por eso insultaba a los corresponsales extranjeros que hacían planteamientos críticos y, lo fundamental, se negaba a responder sus preguntas. El gran comunicador solo admitía silencio y obediencia.
Otras dos normas básicas del comunicador, violadas por Chávez sistemáticamente, son la veracidad –es incalculable la cantidad de mentiras que profirió, así como de afirmaciones irresponsables, con graves consecuencias para el país y para las vidas de mucha gente-; y la capacidad de síntesis, de la que carecía absolutamente. Eso, para no detenernos en su uso deficiente y procaz del idioma.
Lo grave es que Chávez no se llevó sus vicios a la tumba, sino que constituyen modelo de vocería para los actuales funcionarios públicos. Eso explica el papelón de la ministra de Salud, Isabel Isabel Iturria, quien dijo en televisión que “el número de cazos de influenza” ni de muertes por esta causa “no tienen importancia”.
Vaya usted a saber qué quería decir. No parece creíble –ni concebible- que el vocero de un gobierno pueda presentarse ante la comunidad a decir que los muertos por una enfermedad no son importantes. Es evidente que se trata de una salida torpe e irreflexiva, evaporación de una actitud autoritaria, cual es la de partir de que un gobernante no tiene que dar cuentas a la sociedad. Y esa es la marca de Chávez como comunicador: por un lado, la conducta arrogante del déspota, que se considera más allá de todo escrutinio; y, por el otro, el temor al periodista independiente, que va a hacer su trabajo y no a recitar el guión establecido por la propaganda.
Los funcionarios del gobierno no tienen entrenamiento en vocería porque Chávez prohibió que informaran a la prensa independiente. Se acostumbraron a las entrevistas complacientes y ahora no saben pararse frente al país a informarlo. No tienen cancha ni credibilidad.
@MilagrosSocorro

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