Los sucesos que tuvieron como escenario la Asamblea
Nacional reflejan la realidad venezolana. No son los únicos, pero sí de los más
graves. Todos reafirman la necesidad de un cambio radical urgente. Esto no
puede ni debe continuar.
Refiriéndonos a lo sucedido, diremos que este poder
“legislativo” incumple las obligaciones claramente establecidas en la
Constitución de la República. Las tareas básicas son legislar y controlar las
demás ramas del poder público, especialmente al ejecutivo. Pero ni legisla ni
controla. Es controlado desde el ejecutivo y la escasa legislación producida
es, básicamente, producto de delegaciones sucesivas con los resultados trágicos
a la vista. Venezuela está muy mal y camina hacia peor. La situación es
insostenible. El cambio se hace necesario y urgente.
Algunos nos acusan de ser demasiado
radicales. No me molesta el calificativo. Ser radical es trascender los
abundantes diagnósticos existentes e ir
a la raíz de los problemas. Será imposible lograrlo mientras el régimen se
mantenga. Tenemos la obligación de trabajar para cambiarlo por otro que
protagonice el relanzamiento de la nación hacia el progreso y el bienestar
general. Seguridad de las personas y de los bienes, trabajos estables y bien
remunerados, crecimiento económico y desarrollo social en un país integrado por
estados y municipios autónomos. Eficacia, honestidad y pasión para construir
una patria digna, verdaderamente independiente, dueña de su presente y futuro.
Llegó la hora de trabajar en la dirección
señalada. Indispensable tener clara la verdadera naturaleza del problema para
acertar en el diseño estratégico. No olvidar que, más allá de los calificativos
sobre el supuesto “fascismo” que el régimen atribuye a la oposición y
viceversa, estamos en presencia de una dominación castro-comunismo, desesperada
y creciente, pero absolutamente indispensable para mantener la existencia de
aquella podrida estructura que se desdibuja después de más de medio siglo de
tiranía.
Impresiona, a propios y extraños, la
manifiesta incapacidad de las torpes cabezas de los poderes públicos y la
complicidad de estructuras humanas e institucionales de las fuerzas armadas y
el cómplice silencio de quienes sin estar de acuerdo con lo que viven, cuidan
su estatus sin arriesgarse a enfrentar a un régimen totalitario orientado por
cubanos especialistas en sembrar terror y miedo. Los servicios de inteligencia,
civiles y militares, dirigen el acoso. No hay tiempo que perder.
oalvarezpaz@gmail.com
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