Al anunciar la destitución del director de
Corpoelec en Aragua, Maduro mata dos pájaros de un tiro: busca chivos
expiatorios de los apagones y coloca en entredicho al presidente de la empresa,
al hermano de Chávez, Argenis, reafirma su autoridad y les pone un límite a los
herederos políticos del presidente, sus verdaderos rivales, la familia del
difunto presidente; golpea la mesa para mostrar autoridad, y frente al desastre
eléctrico se lava las manos, les echa la culpa a otros. Continuarán los
apagones, cada vez con mayor frecuencia.
Nicolás Maduro renueva a los directores de
Corpoelec en varias partes del país, el gobernador Tareck ordena vigilar las
instalaciones eléctricas del estado como si amenazando con los fusiles del
Ejército volviera la luz a Aragua. En realidad, a Maduro sólo se le ocurre
emplear un recurso gastado que en otra época daba frutos, lanzar una gran
misión, esta vez eléctrica.
Todo esto indica la gravedad de la crisis
eléctrica igual que la del manejo del dólar. Un gobierno de Maduro
representaría un desastre nacional porque carece de equipo, de asesores,
reemplazó la meritocracia que dirigía Edelca y Pdvsa por un conjunto de
militares y viejos izquierdistas, no dispone de asesores como Pedro Tinoco,
Miguel Rodríguez o de un gerente como Sucre Figarella, capaz de crear la CVG, o
de los técnicos que construyeron y administraron el Metro de Caracas durante
varios períodos presidenciales, o en los primeros tiempos de la democracia, de
un Héctor Hurtado. Agréguese que faltan los dólares y que manejan torpemente
los que quedan en caja como lo demuestra esta última subasta, el país no
soporta más tiempo al actual equipo de gobierno.
Por la calle la gente detiene su carro sin el
menor recato, las gandolas siguen estrellándose contra los puentes de la
autopista y provocando enormes trancas, por los barrios asesinan a supuestos
jefes de banda.
A Chávez lo acompañó la suerte hasta el
final, murió de la mejor forma, ideal para convertirse en una figura histórica
de la izquierda internacional, sin pagar las consecuencias del fracaso
económico; mantuvo al mundo en vilo con su larga agonía, durante dos años la
prensa seguía la noticia de su enfermedad, y por último la confesión en
diciembre pasado de que marchaba a La Habana a morir culminó una vida dramática
y, sobre todo, mediática. Durante cuatro meses el gobierno anunciaba que Chávez
estaba triunfando en su lucha hasta que su muerte conmocionó a América Latina,
lo que no hubiera sucedido de fallecer víctima de un infarto, o después de
abandonar Miraflores.
Pérez asesinado el 4 de febrero hubiera
pasado a la historia como un mártir de la democracia. Rafael Caldera y Luis
Herrera fallecen después de largos años alejados de la actualidad o
envejecidos.
Otro gran fracasado, el Che Guevara, se
volvió un mito por su muerte en las selvas bolivianas; de haber escapado del
cercado de las tropas bolivianas y regresado a la isla, hoy vegetaría como
otros jefes guerrilleros participando en los planes para retornar al
capitalismo. El Che carga con la responsabilidad de la derrota de la izquierda
guerrillera, como ministro de Industrias acabó con la economía cubana, pero su
muerte dramática lo convirtió en mito.
Para colmo de suerte, a un mes del final de
Chávez la oposición sabiamente lo olvida y concentra sus ataques en Maduro, que
a su vez lo representa como un segundo Cristo. Todo el mundo deja tranquila la
memoria de Chávez. ¿Por ahora?
Fausto Maso @faustomaso
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