En el confuso momento que vive el país, hacer
una crítica contra la oposición venezolana requiere cautela -sobre todo cuando
uno forma parte convencida de ella-, a fin de cuentas para mal o para bien, son
algunos de ellos los que están dando la cara contra el despelotado e infame
chavismo.
No toda la oposición se comporta igual ni
cometen los mismos disparates, hay quienes han entendido que la cruzada
venezolana en esta hora oscura es más espiritual que política y están luchando
desde una base ética, principista y noviolenta, contra la campante inmoralidad
y descaro del sátrapa jinetero y sus lombrices.
A esa oposición que evoca ideales o
principios en su desafío sin descanso al chavismo, los encuestadores los llaman
con cierto asco: los “radicales”.
Hay que destacar que si hubiese sido por la
asesoría de estos teatrales encuestadores, Bolívar, Gandhi o Mandela -creadores
de zozobra, desestabilización y confrontación de ideas- jamás habrían logrado
liberar a sus naciones y probablemente hoy los venezolanos todavía seríamos
súbditos del Rey de España.
Henrique Capriles, el candidato opositor, fue
quien vigorizó la polémica contra los “radicales” en un momento crucial para el
país: la noche que reconoció su derrota electoral y ofreció condescendientes
felicitaciones al autócrata.
Pese a que Capriles se ganó la confianza de
radicales y pangolos (como antónimo de radical, o si se prefiere:
insignificantes) completando una de las campañas electorales más
extraordinarias que se hayan observado en Latinoamérica, por su determinismo y
admirable entrega, en el último minuto, sin explicación alguna e ignorante del
verdadero valor y dimensión de ese factor social llamado “radical”, que, por
cierto, urge recordarlo, ha sido el factor que durante años ha luchado de todas
las formas posibles: marchando y volviendo a marchar, haciendo huelgas,
recogiendo firmas, votando cada vez que se les pidió, y un largo etcétera de
activismo, sacrificio y lucha noviolenta contra el golpista Hugo Chávez,
Capriles decidió aislarlos y los convirtió en sus indeseables.
Nadie entiende el porqué Capriles no sólo se
desmarcó de los “radicales”, sino que los acusó irresponsablemente de ser los
creadores de zozobra en el país, como si el sátrapa Hugo Chávez -y sus
malandros- no fuese el único que ha radicalizado su autocracia y ha creado
zozobra desde que disparó por la espalda y asesinó a sus “hermanos de alma
militares” el 4 de febrero de 1992.
Sí, en un santiamén, Capriles se olvidó de
los expropiados, de los presos políticos, de los humillados, de los exiliados,
de los perseguidos y agredidos, y más sensiblemente, se olvidó de los
asesinados del régimen, como mi muy apreciado Jesús Mohamed Capote: un joven
radical que gritaba ¡Libertad! cuando fue cegado por el chavismo con una bala
en el centro de su frente.
Es decir, Capriles se olvidó de todos los
venezolanos que han ofrecido hasta la vida por la libertad, la justicia o la
democracia en el país. Peor aún, Capriles se olvidó de sí mismo como hombre
digno y de principios que es, cuando celebró, en una humillación sin
precedentes, casi como quien mueve la colita, que Chávez lo haya llamado por su
nombre al día siguiente de la elección, dejando boquiabiertos no sólo a los
radicales, sino a los insignificantes que lo apoyaron durante su campaña.
No sé para los demás pero para mí la
admiración, el reconocimiento y el liderazgo que me había inspirado por su
esfuerzo indiscutible, sus sudorosas visitas casa a casa ofreciendo su rostro y
estrechando millares de manos a venezolanos, logrando impulsar una auténtica
esperanza nacional, se desvanecieron en ese acto.
No podía creerlo, no puedo creerlo aún.
Las teorías conspirativas, rumores de
negociación, extorsión y chantaje, han saltado por doquier, pero los que
conocemos a Henrique y sabemos de su honestidad y moral, descartamos
movimientos de trastienda y apuntamos más bien a razones de temperamento y
oportunismo electorero. Días después lo confirmamos, el camino de la “esperanza
nacional” estaba trazado, arrinconado y negociado en la MUD: Venezuela naufragaba
en la Gobernación de Miranda (por cierto, ¿no éramos diferentes?, ¿no se
suponía que no había reparto de cargos?, ¿y las primarias?, ¿y Ocariz? En fin…)
Escribo esto con respeto crítico, insisto,
estimo a Henrique en lo personal, reconozco su liderazgo y admiro su entrega
desinteresada por Venezuela. Pero la satrapía que vive el país no sólo requiere
esas nobles cualidades para ser desafiada, requiere integridad y fortaleza
espiritual para enfrentar sin espejismos ni oportunismos electoreros, el
despelote criminal que nos entraña.
En esta hora difícil, Venezuela no necesita
líderes, necesita próceres para liberarnos de la dominación inmoral que Chávez,
el cínico, nos está imponiendo.
Según el buen Capriles, y su espíritu
“conciliatorio”, él no está llamado a causar la misma zozobra que causó
Bolívar, Sucre o Miranda o aquellos desestabilizadores radicales de la historia
como Cristo, Gandhi, Mandela o Luther King; él, a diferencia de aquellos
desestabilizadores radicales, sí quiere la paz.
Uno no sabe si reír o llorar.
Nadie en el sequito de intelectuales cómodos
que le rinde pleitesía le ha sugerido que paz sin libertad es esclavitud y que
para poder “conciliar” en lo absoluto hay que mostrar el rostro, enfrentar,
reclamar sin violencia, viendo a los ojos a quien nos ofende y desprecia.
Fue Cristo -origen e inspiración de las
causas noviolentas de Gandhi- quien nos educó sabiamente sobre poner la mejilla
sin responder al agresor para humanizarlos, para avergonzarlos por agredir a
gente integra y con valor que no se rinde, que permanece ahí hasta las últimas
consecuencias de sus ideales, pero hay que poner la mejilla, mostrar fortaleza
moral y resistencia espiritual para que ése que nos golpea lo haga como quien
golpea al agua, hasta que se les canse el brazo, y dialogue, y ahora sí, nos
reconozca y se vea forzado, del cansancio, a conciliar.
Radical es una palabra virtuosa, está formada
a partir del latín radix, perteneciente o relativa a “raíz” (principio, sostén
y esencia). Según el diccionario de la Real Academia Española, lo radical es lo
fundamental y una persona radical es un partidario de reformas extremas
especialmente en sentido “democrático”. Un radical es tajante e intransigente
en sus principios e ideas. Ni cede ni claudica en sus valores.
Es probable que Capriles y los encuestadores
jamás hayan leído la definición en el diccionario. A todas luces un radical es
una persona de principios, que lucha con valentía y convicción por ellos. Los
radicales -para lamento de Henrique y sus asesores- crean zozobra con la
intención de reivindicar la dignidad humana.
Sócrates, Cristo, Bolívar, Jefferson,
Miranda, Lincoln, Gandhi, Luther King, Mandela, Havel, Betancourt, entre otros,
han sido radicales. Hoy la humanidad agradece infinitamente su radicalismo y
fuerza espiritual. Sólo los espíritus radicales hacen y transforman la
historia.
Con su desatino, Capriles dejó huérfanas las
causas reivindicatorias de estos 14 años. Está perdido en un laberinto
electoral. Hacemos votos porque vuelva sobre sus principios, que sabemos que
los tiene.
La buena noticia es que los radicales nunca
se darán por vencidos, son intransigentes en sus certezas, no ceden, persisten,
luchan, y mientras Capriles despabila y vuelve sobre sí, los radicales seguirán
y vencerán. La historia es pletórica y honra este tipo de ejemplos, la
civilización depende de fortaleza moral.
Ellos son los imprescindibles…
@tovarr
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Muchísimas gracias por éste artículo, en verdad. Es grato ver que por lo menos a alguien como Ud. le publican ésta opinión.
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