A finales de 2008, mientras aguardaba junto a
mis dos hijas el vuelo con destino a Nueva Zelanda, recibí una llamada
telefónica. Un acontecimiento común, sin embargo, se convertiría en un evento
extraordinario.
Había sido invitada para interpretar la obra
“Air and simple gifts” de John Williams en la toma de posesión del presidente
Obama, con Yo Yo Ma, Itzhak Perlman y Anthony Mc Gill.
Reflexioné sobre las implicaciones de esta
invitación. Como venezolana, se me había dado la oportunidad de representar a
mi país natal en mi patria adoptiva en esta ocasión conciliatoria e histórica.
Era un altísimo honor. Si la toma de posesión simbolizaba algo, era la merecida
victoria de la dignidad humana sobre la barbarie, la igualdad sobre la discriminación.
Mientras tanto, en Venezuela, la dignidad
sufre su más brutal ataque en toda nuestra historia.
En 2011, un informe de la UNODC (United
Nations Office on Drugs and Crime) expresaba que en Venezuela 19.336 ciudadanos
habían sido asesinados, colocando a nuestro país en el primer lugar de riesgo
entre los países suramericanos, y como el tercero del mundo detrás de Honduras
y El Salvador.
Estableciendo una comparación, Venezuela, un
país que no se encuentra en guerra tuvo más muertes violentas en 2011 que todos
los países en conflicto bélico del Medio Oriente juntos. El saldo de víctimas
mortales es diez veces mayor que la de los EE.UU. en los días de violencia
urbana antes de implementarse la tolerancia cero.
Más venezolanos fueron asesinados en 2011 que
todos los ciudadanos sirios asesinados en los primeros 16 meses del conflicto
que atraviesan, incluyendo fuerzas gubernamentales, rebeldes y civiles.
Caracas es actualmente la ciudad más
peligrosa del mundo, con una tasa de asesinatos de 130 por cada 100.000
habitantes.
El índice de corrupción en la página
transparency.org ha relegado a Venezuela a un vergonzoso 1,9 sobre una máxima
puntuación de 10. Zimbabwe, que bajo la presidencia de Mugabe se considera un
país en crisis, alcanzó 2,2 puntos.
Estas cifras son simplemente inaceptables en
cualquier país del mundo civilizado. Son la representación de un país en guerra
consigo mismo.
Detrás de esto hay un sistema ineficaz donde
un 90% de los asesinatos ocurren sin que un arresto se efectúe, y una violenta
lucha de clases cuyos árbitros son las armas y el hampa.
Reciben impulso a través de la retórica de la
Revolución Bolivariana, según la cual el sustento debe asegurarse por cualquier
medio, sea legítimo o no.
El “secuestro express” es una amenaza
permanente y mortal, a veces llevada a cabo por la misma policía para compensar
sus bajos salarios.
Bandas armadas acechan y atacan a sus
víctimas, esperando a cambio miles de dólares por el rescate. Si se percibe una
trampa, la víctima simplemente es asesinada sin contemplaciones.
Aplastada por la deshumanización y el caos
yace la trágica ironía de que Venezuela debería ser actualmente el equivalente
latinoamericano de Noruega.
En el mercado actual, sus abundantes recursos
petroleros y minerales deberían propiciar el crecimiento de la economía
venezolana, proporcionando los servicios sociales prometidos por la actual
administración.
La corrupción y la violencia han traído como
resultado una ineficiencia enorme y un grave daño estructural. Venezuela refina
30% menos crudo que hace 20 años, y la inflación ha alcanzado el 27% a
principios de 2012.
Todo venezolano de oposición que se atreva a
denunciar la violencia sistemática y la corrupción inevitablemente será
acallado por oficialistas y será acusado de obstaculizar el proceso de igualdad
y justicia para todos los venezolanos.
Fui testigo de este oprobio al componer “Ex
patria”, poema sinfónico para piano y orquesta, ilustrando la violencia extrema
y la corrupción.
La mayoría de los venezolanos creemos en el
principio de que nuestra nación debería recibir el beneficio de la distribución
justa, equitativa y transparente de sus recursos. Sin embargo, la utopía social
del país escandinavo permanece lejana.
Una cleptocracia violenta constituye la dura
realidad del pueblo venezolano, y no merece el calificativo de democracia por
el simple hecho de que una mayoría fue a votar bajo engaño.
Contrastando con la visión optimista de
Venezuela difundida a través de “El Sistema”, el exitoso y celebrado programa
de orquestas juveniles, desde mi humilde posición como artista, debo denunciar
la trágica coyuntura de un país en toque de queda, cuyos habitantes viven en
peligro real y permanente de ser víctimas del próximo asesinato, la próxima
expropiación, el próximo secuestro.
Todos nos sentimos inmensamente agradecidos
por la existencia de “El Sistema” durante 37 años desde su fundación, y por su
contribución a la vida musical global.
Pero también tengo plena conciencia de que
estos pequeños espacios musicales representan un oasis cultural y humano dentro
del contexto del caos cuya malevolencia es una amenaza constante y mortal para
todos y cada uno de los miembros de la sociedad.
¿Qué peligros deberán enfrentar estos jóvenes
al abandonar el santuario de la sala de conciertos? Cuando la música se
detiene, ¿qué futuro les espera?
No soy política, soy música. Lejos de desear
avivar las llamas del partidismo, mi música es una expresión de dolor hecha de
manera espontánea, independiente, financiada personalmente, sin afiliación de
ningún tipo. Es mi llamado a la reconciliación y al renacimiento nacional.
Mi objetivo es presentar metafórica y
emocionalmente a todo el mundo que desconoce o está erróneamente informado, la
realidad cotidiana de una Venezuela que se encuentra en crisis, más no por ello
deja de ser más hermosa y pujante.
Es una respuesta oportuna a aquellos
respetables miembros de la comunidad artística como Sean Penn, quienes a viva
voz expresan una visión idealizada y romántica sobre la Revolución Bolivariana,
visión perjudicial que no guarda ninguna similitud con la inseguridad diaria
enfrentada por una nación que merece algo mucho mejor.
El pueblo venezolano debe insistir en ello, y
la comunidad internacional debe permanecer alerta para asegurar un proceso
electoral presidencial pacífico y democrático el 7 de Octubre.
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